La descortesía es un anti-valor que va in crescendo. Cuando uno camina por nuestras calles, especialmente en las del centro de la ciudad, cada vez con mayor frecuencia se encuentra con personas que hacen gala del trato más descortés. ¿Le ha ocurrido que cuando dice «permiso», ni siquiera le escuchan, y lo que es peor no le ceden el paso en las veredas? Jóvenes con mochilas, señoras con bultos o carteras gigantes, y personas de todas las edades leyendo o enviando mensajes de texto o escuchando música con auriculares, han perdido la conciencia de que el derecho de uno termina donde comienza el de los demás.
A veces parecerían los transeúntes robots o zombis, se posicionan de la parte más segura de la acera, al lado de las paredes y caminan como topadoras, sin considerar a nadie, o grupos de amigos o familias que transitan como en un desfile, enganchados del brazo, sin soltarse, arrinconando a otros, u obligándoles a caminar por la calzada.
A lo que hay que añadir, a vendedores que obstruyen las aceras, de suyo ya muy angostas. Haga la prueba y baje la calle Bolívar, ni qué se diga durante la salida de niños y jóvenes de escuelas, colegios y universidades. Si un vehículo subiera la calle Bolívar contra ruta con seguridad sería sancionado, pero los vendedores de frutas y jugos en carretillas que no son tan pequeñas lo hacen sin problema entorpeciendo el tráfico vehicular y peatonal, sin siquiera percatarse de lo que ocasionan, hace poco una señora casi provocó un choque múltiple en el sector ya que cruzó contra ruta una esquina, estando el semáforo en rojo.
Vea Usted cómo las personas hacen gala de su descortesía dejando en las calles, aceras y hasta en las ventanas de las casas -no en los basureros- los desechos de pañuelos, comidas, pañales usados por bebés, etc. Sigue siendo extraño que restaurantes del centro de la ciudad continúan desechando el aceite usado en las boca tormentas, las cuales, dicho sea de paso, carecen de limpieza del barro que se ha juntado en las últimas semanas.
Parecería que la cortesía hoy en día está en vías de extinción. Con la era digital, también conocida como era informática, la forma de relacionarse con las personas carece de buenos modales, «la cortesía y la bondad son superados por la grosería y la impaciencia», el computador es «para muchos es camino para abandonar las inhibiciones y las buenas maneras». Las generaciones de niños en la actualidad, han perdido, por ejemplo, el comportamiento básico en la mesa, ahí vemos que los crecientes hábitos de consumir comida chatarra en el vehículo o frente al televisor hacen sus efectos.
Y como ya llegó muy anticipado el tiempo pre carnavalero, y con él, el Carnaval mismo, una vez más tendremos que soportar la inmundicia y los olores provocados por la orina, y hasta de la bazofia de quienes miccionan y defecan por todas partes, incluyendo el lugar más protegido de los días del Carnaval como es la Plaza Central de Oruro.
La fuente de los derechos del hombre es su dignidad que tiene su origen en Dios. La cortesía es, ante todo, respeto a la persona humana, y el fundamento último de todo respeto es reconocer su dignidad de persona.
El ensayista y moralista francés Joseph Joubert sintetizó así la virtud de la cortesía: «es la flor de la humanidad y el que no es suficientemente cortés, no es suficientemente humano».
El gran Gilbert K. Chesterton definió la cortesía como «la unión de la humildad y la dignidad». Ciertamente, la cortesía está profundamente ligada a la virtud de la humildad. El hombre orgulloso o centrado en sí mismo puede ser educado, pero él nunca puede ser amable, porque se niega a servir. Con el grito desafiante del príncipe de la muerte y la descortesía, comenzó la batalla entre la soberbia y la humildad: «no serviré». Dar paso en las acercas a una persona mayor o a los niños, o a los enfermos o mujeres, es servir.
La gentileza es una expresión de la bondad. La bondad nos hace que no deseemos dirigir la ira hacia nadie. Si la ira se dirige a sí misma, el alma devuelve gentileza. El mundo lo hace de otra forma, ha regresado al ojo por ojo y diente por diente del Antiguo Testamento, nuestro Señor Jesucristo nos enseñó a poner la otra mejilla.
En la Edad Media, los bárbaros invadieron Europa llevando consigo la descortesía, pero los monjes forjaron y salvaron la civilización cristiana de la Europa medieval. Ahí surgió la caballerosidad con su galantería y cortesía, su consideración y cuidado de los otros, especialmente los más débiles y desvalidos.
La falta de cortesía, es consecuentemente la ausencia de Dios en la vida de los hombres, «las maneras triviales, bajas, igualitarias, brutas son - precisamente - el fruto de la Revolución y del demonio», «donde existe la verdadera virtud, aparecen la delicadeza, la cortesía, las maneras nobles. Por el contrario, donde la virtud muere, las maneras nobles, la delicadeza y la cortesía desaparecen...» (Plinio Correa de Oliveira).
El verdadero cristiano es agradable, educado, cortés, no porque tenga que serlo, no porque busque progresar, esa es el arma despreciable del servil, del parásito y del adulador.
¿Y qué decir de la impudicia? «La apostasía y el impudor han crecido en los últimos tiempos simultáneamente. La pérdida del sentido del pudor ha de diagnosticarse según la visión de San Pablo: "Los hombres paganos, alardeando de sabios se hacen necios, y dan culto a la criatura en lugar de dar culto al Creador (Rm 1, 18-32)» (Elogio del pudor, P. José Mª. Iraburu).
german_mazuelo_leyton@yahoo.com
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