José Martínez-Bargiela. España, 1921 - 2009. Poeta, narrador y traductor. Ha publicado veinte poemarios, entre ellos: Poemas al sur de Finisterre, Responso para una balada, Máscara de los Andes, En tránsito de lunas, Travesía atlántica de un imaginario poeta negro, Grand Hotel Capricornio, Los ávidos laureles, Hojas de palisandro, Fragmentos de la noche, El escultor.
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Poema de los equinoccios
No le apresa
el bosque desnudo
su cuerpo
sobre la hierba
lacia:
sobre la hierba lánguida
hubiera sido luna de verano
que ama
el pez
en el arroyo de las hayas.
El bosque se enternece,
abre todas su vainas
y se postran los alisos
penitentes
de octubre,
y el canto de los abedules,
tornasolados ensueños,
por sus caducas ramas
azules.
Yo, el esmoquin
(fragmentos)
Soy apenas un invento de investidura,
heredero pobre de la prole
de ínfulas diplomáticas,
arrumbado
por descarte
y rescatado
de la indigencia
de un ropavejero
por un novicio
en el arte de la gastronomía.
De ahí en adelante soy algo así
como el que asiste a una misa carismática:
un sacerdote trasgresor,
un fanático ortodoxo,
un judío con quipá.
Pero lo que no digo que soy,
sin ton ni son:
enigmático, jurado socialista,
aunque lleve los ojos vendados
al promediar la cena.
Ilusión óptica
un gato amarillo
mira a los pájaros amarillos
y le caen lágrima
porque la piedad
es demasiado
para un gato amarillo
que se relame
en el fondo del estanque
Luna llena
Entre los veinte años
y los sucesivos treinta
¿qué piensa esta mujer
que va a mi lado?
Me mira
y me ignora,
me inaugura
pretencioso intruso
a una quimera.
Devoro la idea
-pletórica presencia-
de nunca volver
a encontrarnos,
ya nos perdimos
en recuerdos de siempre.
Han sido pensamientos
gemelos
los que humanos.
La mutua coincidencia
viaja con nosotros dos,
solos y ausentes.
Cuando sea
En todo caso,
más de una vez dije
preferir
una camisa Mao o,
como hombre,
el esmoquin
de trabajo
de toda
una
vida.
En su último reposo
-el ropero-
está enmohecido
de aburrimiento.
Tejido a mano
Mientras teje,
¿en qué piensa
Esta mujer, a mi costado?
Le estorbo la madeja,
aguja bajo el brazo.
Me aparto un tanto,
me corro en el asiento
entre punto y cruz,
en su pensamiento lejano,
de mí ajena. Ni siquiera
vislumbro silencios,
que en entramado sea
-de su ser tejido-
Espacio y clave. Tal vez
el collage menos pensado: hilo
que tensa el corazón
en el olvido.
Anochece en la ciudad
En esta ciudad secreta
de tres millones de gentes
quizás viva alguien a quien yo ame.
En este vaivén humano, en esta
alta marejada, uno se desmadra,
se diluye, se desmaya.
Un encendido candelabro de almas
se desvanece en el interín
y derrama el pabilo de la nada
y oscurece.
Debajo de las baldosas: la palabra,
desentonada voz,
vaga desde el grito en la pisada inútil
del amante que se despide,
del odio que escalda,
del amor que no dimite,
por más que la noche caiga
en la esmeralda del cenit.
Historias de ciego con violín
¡Vean, vean a los guardias,
la ley es calva y una sola;
de fugas, esquiva ley aplicada
bajo los arcos del puente: ley,
toda sentencia es válida!
Observen el resplandor del fuego,
adviertan pulir el acero las balas,
por turno
el humo del tiro de gracia,
el innecesario suspiro.
De la comedia a la farsa,
inútil bululú
tan solo con ver fluir
y anudarse el agua
al rojo color del río,
la falsa sentencia al alba
por suscribir la muerte amanecida
al postrer canto del ruiseñor,
y pretenden las aleluyas
loar caros maitines,
vulnerar,
transgredir sordas lágrimas
en cuerdas de violín, el drama.
Poema
Siempre
detrás
del matorral
de mis palabras
hay
una
voz
de mujer
que
se desnuda.
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