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Domingo 01 de enero de 2017

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Cultural El Duende

Diálogo con Valerio Magrelli

01 ene 2017

El poeta, ensayista, escritor, traductor y académico italiano Valerio Magrelli (1957) aborda los periplos literarios de la creación poética en diálogo con la periodista Andrea Carlo Bartolotti

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Primera de dos partes

ACB. ¿Cuándo es que sonido, forma,

ritmo y estilo abandonan el caos

y se convierten en poesía?

VM. Me viene a la mente una serie de referencias, sobre todo de lecturas, ya que nos encontramos justamente en el corazón, en lo vivo del hacer poético. ¿Cuándo es que una célula se hace célula, en qué momento una frase se transforma en verso...? De cierta forma, una pregunta de este tipo nos obliga a reflexionar sobre el proceso formativo de la obra. Porque efectivamente el misterio de los orígenes se remonta hasta el punto en que sonido y sentido se unifican. Están las bellas páginas de Valéry que comparan la poesía con un péndulo que oscila entre sonido y sentido...

Pero durante un encuentro que tuve en Turín, Giancarlo Maiorino tuvo una intuición que me sorprendió sobremanera. Habló de una yema de sonido-sentido. Hela ahí: para mí esta expresión es quizá todavía más conmovedora que la anterior. Por ello pienso que el verso -quizá el primer verso, el verso inaugural de un poema- es una formación embrionaria dotada de sus leyes, de sus configuraciones. Me vienen a la mente casos de numerosos autores que escriben o escribían apuntes con base en los cuales realizaban un poema; pienso otra vez en Valéry, en algunos poemas de D´Anunnzio.

Aquí es donde podemos palpar la diferencia entre la línea y el verso: un apunte que a partir de cierto momento se anima gracias al aliento del ritmo. Bastaría citar las páginas de Holderlin sobre el ritmo como soplo creador: en la base de todo está esa muy particular cristalización de la forma que crea un verso a partir de un apunte. Incluso diría que el verso se da como la aparición del ADN en el caldo primigenio.

Algo debe suceder gracias a lo cual se verifica el milagro de la organización formal... He querido evitar cualquier acepción demasiado áulica, demasiado espiritual: aquí hablamos del milagro que tiene que ver con la organización formal de una criatura.

ACB. ¿El poeta es entonces el demiurgo,

y el poema fiel representación de su

voluntad?

VM. Quizá pueda responder con un ejemplo; no sé hasta qué punto es pertinente para el tema de la pregunta, pero creo que está relacionado. Recuerdo haber seguido, en uno de mis poemas, toda una serie de consideraciones internas a la lógica del texto; era un poema redactado en Alemania en el momento de la apertura de las fronteras, poco antes de la caída del muro. Lleva por título Del nombre de una camioneta utilitaria de la DDR que en alemán significa "satélite", y está dedicada a la Trabant. Detrás de esta imagen voluntariosamente prosaica -la de las camionetas de Alemania del Este- hay, en verdad, una reflexión estratificada, tal vez no visible, pero para mí importante, que partía del flautista de Hamelin y de una serie de fábulas sobre el subsuelo.

Había una lógica interna en el poema que me hacía decir, al final, que las colonias en fuga de Alemania Oriental no eran otra cosa que los pequeños ratones del flautista dirigiéndose hacia la sartén ardiente. Este poema está ligado al momento y al lugar en que lo escribí -Hamelin-, la misma ciudad de la que hablaba. Presencié la caída del muro de Berlín desde Hamelin; veía llegar esos cochecitos Topolino nada menos que al país del flautista... El poema debía terminar sosteniendo que el pueblo de la belleza es también el de la condena.

He citado este texto porque entonces estaba completamente en contra de esta suerte de análisis político, y sin embargo, de algún modo, siguiendo leyes analógicas muy consecuentes, mi poema me llevó hacia lo opuesto. Por ello, una vez terminado, decidí publicar el poema tal como lo había escrito: en total desacuerdo con su planteamiento, si bien luego de varios años me he seguido cuestionando sobre muchos aspectos del mismo.

Este es un caso límite, anecdótico si se quiere, pero interesante, ya que nos hace entender cómo a veces un texto -evidentemente no hablo de una novela-, cómo una concreción poética, cómo al interior de un número cerrado de palabras, se puede efectivamente afirmar algo con lo cual el autor no concuerda; es decir, cómo el poema puede tener una ley interna a causa de la cual, una vez insertadas ciertas funciones, el éxito resulta del todo extraño a la voluntad de quien ha llevado a cabo la operación. Lo que me lleva a concluir que es verdad que no somos nuestros poemas, y al mismo tiempo a reconocer que a veces nuestros poemas no son nosotros.

ACB. Por diversas razones, en el imaginario del lector -incluso culto- el poeta es aquel que, situándose más allá de la masa, de lo cotidiano, ofrece las respuestas a los demás. ¿También para usted hacer poesía significa no compartir la condición del hombre, del hombre moderno?

VM. Para mí el día se erosiona, es devorado por un sentido del trabajo obsesivo, invasor. Y ello quiere decir atravesar una ciudad en automóvil, en autobús... Aun con el privilegio de un trabajo intelectual, sé lo que es vivir en una situación de ansia, de penuria. Esto es un paréntesis, importante sin embargo, porque explica cómo la poesía crece en los bordes. Entendámonos: siempre ha habido poetas latifundistas y herederos, pero no es mi caso... para mí la poesía es algo que he tenido que arrancarle a las ocupaciones del día; de manera física, concreta, literal; ésta ha acampado en mis horas de tregua, de respiro.

La escritura para mí permanece ferozmente ligada a las condiciones materiales, de subsistencia. En múltiples ocasiones he buscado metaforizar todo esto. Pienso en un poema en el que comparé las notas con un baño de ácido en un cuarto oscuro de fotografía. Por lo que a mí respecta, la poesía vive en una posición marginal, liminar; más sufrida que elegida. Otra imagen que he usado es la de la planta derruida; mi poética vive, llevada por ciertos versos, en las ruinas del día; soporta el estado compartido con los hombres que viven esta época. Desgraciadamente, se tiende cada vez más a olvidar el sentido cotidiano de la escritura...

ACB. ¿Pero puede la poesía partir

de la crónica?

V.M. Es justamente esta pregunta la que me llevó a escribir Guía para la lectura de un periódico: la idea de enfrentar las noticias como antimateria. Quería tocar de verdad el día, tocar la vida como la vivimos. Detrás de todo esto obviamente está la conciencia de un cruce de vanguardias... He escrito mucho sobre el dadaísmo, sobre las vanguardias históricas, y justo por eso quería abandonar cualquier tentativa programática y teórica, intentando afrontar directamente el sentimiento de las cosas que nos acompañan.

Un estímulo inmenso...

Pienso en la biogenética. La idea de ver transformado, bajo nuestros ojos, el sentido mismo de la vida, es por un lado monstruoso, pero por el otro nos lleva a la pregunta: ¿cómo podemos fingir demencia ante todo lo que está sucediendo? De algún modo, en una forma más emocional que ideológica, he buscado enfrentar estos temas, hacer un ajuste de cuentas con estos materiales. Es por ello que, hace tiempo, hablé de los autobuses. Vivía cerca de una terminal, y durante las noches escuchaba continuamente el bufido de los frenos que se descargan.

A fuerza de escuchar ese sonido terminé por interpretarlo como un gran sollozo, a la manera de Verlaine, y desde entonces, a través de la tradición, he buscado apropiarme de una realidad deshumanizada: creo que la tradición nos puede ayudar; en nuestras manos puede ser un arma para hacer frente al mundo, para leerlo, para domesticarlo.

Continuará

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