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Domingo 01 de enero de 2017

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Cultural El Duende

Esperanza

01 ene 2017

Germán Arauz

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La enfermera dijo que faltaba mucho todavía y me ordenó seguir caminando por el patio. Pero los retorcijones son más seguidos y los dolores en el vientre y acá atrás en la cadera, no me dejan tranquila. Doña Rosita prometió mirar si llegaba Delmar y se fue recomendándome tranquilidad. Los dolores son cada vez más fuertes pero la otra enfermera me dijo que debo tener paciencia. "Todo será fácil. El peladito está bien acomodado", me dijo. En la sala de partos algunas señoras berrean como si las estuvieran degollando y eso me pone más nerviosa. A ratos me causa gracia también. Me recuerdan al cuchi que Ovidio quiso castrar para aprender. En media labor el animal se le soltó y salió corriendo por el patio, con sus cosas casi arrastrando por el sueño, regando todo de sangre y Ovidio corriendo por detrás, tratando agarrarlo, resbalándose como un payaso. Nosotras no dábamos más de la risa.

¡Cómo estarán en el puesto! Ahorita mi mama debe estar horneando el pan para la semana, el Chacho habrá regresado del pastoreo y debe estar guardando los animales para después lavarse. ¿Qué será del Alma? ¿Se habrá muerto? No siempre se llamó Alma. Antes se llamaba Guardián y el Chacho decía que era el mejor pastor de todo el Chaco. "Las vacas le obedecen como si fuera su papá", aseguraba. Da harta pena pensar en todo aquello. Ovidio no quería quedarse a vivir allí y juraba que iba a venirse a Santa Cruz, pero alguien le tentó para irse a la Argentina. La Raquel se casó con un colla y se fue para La Paz, yo estoy acá. Si no fuera por el Chacho, todo esto estaría abandonado. "Sólo un criado, pero es más leal que mis propios hijos", decía mi tata entre orgulloso y amargado. El Chacho era al único que le gustaba aquella vida. ¡Otra vez los dolores! ¡Ojalá viniera Delmar! Pero es en vano esperarlo. Hace cinco días que no aparece por el cuarto. ¡Qué diferente a lo que era antes! Cuando lo conocí desayunábamos con Sofronia en el marcado nuevo y él se me acercó. "¡Mirá Julián, cómo muerde esa boquita!", le gritó a su amigo señalándome justo cuando mordía un cuñapé. Yo me hice la que no escuchaba y me puse a mirar adelante. "¡Así me gustan las peladas, ariscas como ciervito de monte!", insistía. Yo, como si lloviera. Sofronia me pellizcaba y gesteaba para que le diga algo. Pero yo no quería? no sé por qué. "Yo que he sobado tigres, ¡cómo no voy a acariciar semejante jilguero!", insistía. Todas se reían, la señora de la venta, Sofronia? menos yo.

Parece que la cadera se me estuviera desprendiendo. Quisiera que ya todo pasara. Sólo eso quisiera? ¡Ah! Y que sea hombrecito. Doña Rosita dice que el hijo hombre llama al padre a casa. Tampoco quisiera que sufra. Después de pagar el desayuno salimos del mercado sin siquiera mirarlo. Y él siguiéndonos como perro sin dueño. Hablale nomás, decía Sofronia metiéndome el codo. Pero yo no aflojaba. No sé por qué? tal vez porque desde el principio me gustaba y quería verlo sufrir un poco. Ahora se está tomando revancha, devolviéndome toda mi soberbia?

Yo entonces extrañaba mucho Palmar Grande y Santa Cruz no me gustaba tanto. Todo era pensar en el pueblo o en la casa. Que en Palmar no llueve tanto, que el queso que hacemos en el puesto es mejor, que esto, que el otro y me pasaba mirando las fotos de mis tatas y mis hermanos como si se hubieran muerto. Hasta al Chacho le extrañaba. Y eso que al principio con él no nos llevábamos muy bien. La primera vez que le llevé el apunte fue cuando trajo al Guardián mal herido. Un tigre le había salido al paso, pero el Chacho no data detalles a nadie. Se puso a curarlo repitiendo como un loco "¡Tigre hi´juna gran puta! ¡Tigre hi´juna gran puta!" Sin decirle nada, me puse a calentar agua y le acerqué trapos y alcohol. Yo al Guardián lo quería harto.

Al fin lo curamos y a los nueve días el perro estaba como si nada? Bueno, aparte de su ceguera. Ahí nació mi amistad con el Chacho. Antes ni siquiera nos mirábamos y si yo le decía algo, él me respondía de mala manera que no hablaba con mujeres y, cuando me tocaba servir la comida, no le preguntaba si quería poco o harto, le servía lo que me daba la gana nomás. Desde aquella vez nos hicimos amigos y, cuando la vaca Florinda parió su ternero, me pidió que seamos los padrinos y hasta nos llamábamos compadres.

Hace dos horas que estoy dando vueltas como alma en pena y ya me siento cansada. Pensar en el pueblo o el puesto me hace olvidar los dolores y a ratos pienso que no debí salir de allí. Hubo una época que quise volver sea lo que sea y Sofronia me retenía rogándome acá, retándome allá. "No seas bruta. Tenés a Delmar que dice que hasta se casaría con vos. Cómo vas a volver si aquello es un pajonal con olor a bosta de vaca. Sos una bruta si pensás volverte; sabés costurar lindo, podés hacerte modista. Fíjate la "Rosa de lejos" cómo se hizo ricachona con la costura solamente". Eran los días que íbamos a desayunar al mercado nuevo y Delmar nos esperaba para decirme cosas bonitas que yo simulaba no escuchar. Pero cada día me gustaba más.

Mis sueños de modista se terminaron con la plata que traje de Palmar Grande. También los consejos de Sofronia que se fue amañada con un micrero. Yo tuve que emplearme de sirvienta en una casa de la avenida alemana y me veía con Delmar los domingos en El Arenal y algunas noches cuando los patrones miraban la telenovela. Pero a mi regreso, los hijos y el hermano de la señora ya me andaban acechando. Ella era buena y me tenía confianza. Son sus muchachos los que me hacen recordar esa casa como una pesadilla. Cuando ella salía, tenía que encerrarme en la cocina o en mi cuartito pues eran como lobos hambrientos. Un día el hermano logró ingresar a mi cuarto y yo no podía con él porque era muy fuerte.

Entonces alcancé el despertador que la señora me había dado para que no me duerma y lo estrellé contra semejante cabezota. Esa noche me quedé sin trabajo y sin saber adónde ir. Ahí llegó Delmar?

Dando vueltas el patio, hay otra señora mucho más petacuda que yo. Se pasea como si la maternidad fuera su casa. ¡Hasta un médico la saludó! Vino con cinco chicos que se sentaron en un rincón y solo se levantan cuando ella les pide algo. El más chico es mamoncito todavía y debe tener un añito. El mayor tendrá unos seis. Quisiera que mi peladingo sea como el más chiquito. Otra vez dije peladingo. Ya parezco camba; seguro que con el tiempo me volveré nomás. Ya no regresaré a Palmar Grande, eso es seguro, y mi hijo se criará en Santa Cruz, irá a la escuela y hasta será bachiller. Allá es lindo, pero? ¡no sé! No podría volver a vivir en el puesto, me dolería volver a verlo tan desolado. Cuando me vine mi mama no dijo nada. Solo miraba callada y resignada. Sabía que sería inútil pedirme que me quede. En cambio mi tata se puso furioso y me dijo que me olvide que soy su hija. La enfermera me llama para ponerme la enema. ¡Dios mío, ya empiezo a sentir miedo!

Los primeros días fueron muy lindos. Me llevaba a todas partes y hasta me trataba con cariño. "Venga, mi niña, apóyese. No hay esfuerzo que se puede lastimar". Yo bendecía el momento en que se me ocurrió amañarme con Delmar. Solo esperaba que me hable de matrimonio. Pero un sábado comenzó trayendo a tomar dos compañeros de trabajo al cuarto. Tomaron toda la noche. "Solo es por este sábado mi niña", me dijo, aunque sentí que los otros le criticaban por darme explicaciones. "En esta casa montan las mujeres", dijo uno de ellos. Al siguiente sábado ya no vino a dormir. Dijo que se quedó en casa de Toledo. Yo le acepté la mentira. Después no me dijo nada más. Con el tiempo fue faltando más y más a la casa y ni siquiera cambió cuando supo que yo andaba preñada. Alguien me había dicho que tenía otra mujer. Debe ser cierto, pues cada vez traía menos plata a la casa. Tuve que comenzar a buscar trabajo afuera. Lavando por aquí, limpiando por allí.

No pude entrar al baño luego de la enema, está todo tan sucio que hasta sentí asco. La enfermera me metió de un empujón y tuve que hacer del cuerpo cerrando los ojos y aguantando las ganas de vomitar. Cuando el Alma quedó ciego, los chicos del puesto jugaban imitándolo y cerraban los ojos evitando tropezar contra los muebles. El Alma comenzó muy pronto a conocer todos los rincones de la casa. Al principio daba pena verlo llevándose las cosas por delante. "Parece un alma en pena", nos dijo el cura Pelicelli que iba a Palmar Chico para cumplir con algunos bautizos, sin darse cuenta que ya estaba bautizando a nuestro perro, pues desde entonces nadie le quitó el apelativo.

Cuando llegaba alguien de afuera al puesto, el Alma salía a latirle como si fuera normal y daba gusto verlo valerse por sí solo, sin precisar de nadie que apechuque por él. Solo corrió peligro cuando a Ovidio le entró la fiebre por castrar todo lo que sea macho y pase por su lado. Después de lo del cuchi, mi tata le enseñó cómo se hacía y ni siquiera el gato se libró. "Es que por irse tras las gatas ya ni siquiera caza ratones", se defendió. Pero fue peor. El gato ya no quería moverse para nada y empezó a engordar como cuchi cebao. Por suerte estaba el Chacho cuando Ovidio quiso hacer lo mismo con el Alma. Y se le puso al frente. "¡Pero hombre, si ya no las usa!", trató de explicarle: "vos tampoco las usás y a nadie se le ocurrió caparte", le dijo enojado. Ovidio prefirió recular enseguida, porque ya conocía al Chacho, que rara vez se enojaba. Cuando estaba en el baño me pareció que el niño se me salía, y grité: "Estate tranquila. Ese crío no tiene apuro", me dijo la enfermera.

En la sala de partos me hicieron echar en la camilla con las piernas abiertas arriba de unos fierros. No pude evitar la vergüenza, especialmente cuando vino a revisarme el doctor. La señora petacuda, la de los peladitos, está en la otra camilla, a mi lado. Ella puja sola, sin que nadie la asista. Verla así, sin depender de nadie me tranquiliza. En cambio, en las camillas del frente, hay dos señoras que no paran de gritar. Pareciera que quisieran demostrar que una chilla más que la otra y una de ellas, hasta lisuras dice. ¡Qué boquita, Dios mío! Yo prefiero aguantar en silencio. Doña Rosita me dijo que si una grita, solo se pierden las fuerzas que se necesitan para expulsar al peladito. El doctor me dice que soy muy valiente. No sabe lo muerta de miedo que estoy, hasta quisiera poder llorar, pero no quiero hacerlo. Podría lastimar a mi niño. Mejor pensar en otra cosa?

Delmar prometió comprarme una máquina de coser. Con eso podré trabajar y ganar alguna platita para que al niño no le falte leche ni nada. Se criará en Santa Cruz. Estudiará para ser un señor y no un campesino ignorante como su madre. Solo irá al Chaco para ver a sus abuelos y a mi tata se le parará la rabia al ver tan lindo a su nieto y, esta vez, seremos compadres de verdad con el Chacho, porque él bautizará a mi niño que se llamará Andrés, como su abuelo. Será para mi orgullo este hijo mío y sabré darle lo necesario, aunque Delmar nos deje y se olvide de nosotros. Tengo suficiente fuerza para apechugar por mi pichoncito. Solo quiero que Dios me lo mande sanito... y que sea varoncito. Las mujeres solo habíamos venido a sufrir en este mundo.

Germán Arauz Crespo.

La Paz, 1941. Escritor, narrador y periodista cultural.

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