Es bueno prestar atención a la realidad que nos circunda, y aún mejor asimilarla con lo vivido. Hacer memoria siempre es un acto saludable, cuando menos para repensar sobre nuestra historia y tomar impulso. Cada día hemos de empezar como si fuese el primero y el último. Quizás tengamos que ir depurándonos, y condenar sin reservas, como en su momento fue aprobado por Naciones Unidas, todas las manifestaciones de intolerancia religiosa, incitación, acoso o violencia contra personas o comunidades basadas en el origen étnico o las creencias religiosas, dondequiera que tengan lugar. Este año el tema de las actividades de conmemoración del Holocausto (el 27 de enero), aniversario de la liberación de los campos de exterminio nazis, insta a los Estados a que elaboren programas educativos que inculquen a las generaciones venideras a recapacitar sobre hechos que jamás debieron ocurrir.
Hoy más que nunca requerimos tomar el tiempo necesario para hacer silencio, y volver sobre nuestros pasos. A veces hay que pararse, tomar aliento, respirar profundo y recordar. Pero deseamos prestar vigilancia a los acontecimientos, a los de ayer y a los de hoy, con el único fin de que el humano deje de ser un lobo para sí mismo y se humanice. El hecho de que la educación sobre el Holocausto tenga una dimensión universal, estoy convencido de que puede servirnos como una plataforma para construir el respeto a los derechos humanos, aumentar la tolerancia y defender nuestra humanidad común. Cuidado con los extremismos. Añoramos ese mundo armónico, con justicia para todos, para que puedan evitarse que se repitan los horrores soportados.
El mejor regalo que podemos hacernos es nuestra atención íntegra ante una realidad tan compleja como la que vivimos en el momento actual. Recordemos al poeta y prosista español, Antonio Machado, cuando decía: "Poned atención, un corazón solitario no es un corazón". Realmente, nos necesitamos todos para encauzar nuevos caminos de convivencia. Los moradores de este mundo han de tener en cuenta la advertencia que nos legaron las víctimas del Holocausto y el testimonio, siempre cruel, de los supervivientes de las infinitas contiendas. Cada guerra que propiciamos, es una destrucción del alma, un fracaso de toda la humanidad, que vuelve necio al vencedor y vengador al vencido. Nuestras historias como especie pensante han de darnos la luz precisa para hermanarnos. Sin embargo, la tensión en el mundo, lejos de decrecer, aumenta. Solo hay que ver la cantidad de personas desoladas que huyen de auténticos calvarios. El mismo mar Mediterráneo lo hemos convertido en el mayor cementerio humano. Ante este aluvión de vergonzosos escenarios, deberíamos tener el valor y de interrogamos, de escuchar con atención tantos lamentos, para responder serenamente, y no lavarnos las manos como Pilatos.
Por eso, en un momento en el que faltan liderazgos sólidos aprovechados por oportunistas, para lanzar mensajes verdaderamente preocupantes en ocasiones, aprovechando el miedo de la gente a un futuro incierto. En otro tiempo, los nazis utilizaron la propaganda para ganar un amplio apoyo electoral en la joven democracia de Alemania. De ahí, lo trascendente que es analizar y buscar la verdad en todo. No hay que dejarse manipular y muchos menos adoctrinar, aprovechándose de la crisis que vivimos. En efecto, la política no puede sustentarse en el ordeno y mando, en el poderío sin más, ha de sostenerse en el diálogo permanente. No sé lo que nos viene sucediendo, pero todos los problemas, deben solventarse con la plática. Sirva como testimonio, la manera que tiene el Papa Francisco de tender puentes; de mediar, sin cobrar peaje alguno, poniéndose al servicio de las partes en conflicto.
La desconfianza, tampoco puede hacernos perder nuestra inherente humanidad. Pongamos voz a los que no tienen voz, inclusive a nuestros propios relatos vividos, y callemos cuando no tengamos nada que decir. Seamos caritativos. Hagamos de la solidaridad un lenguaje frecuente. A veces causan pavor algunas noticias que necesitan, nuestro auxilio. Este suceso mismo no se hubiera tenido que producir si actuásemos con prontitud. Sus vidas deben llamarnos la atención. Han tenido que suicidarse novecientos agricultores el año pasado en la India debido a las deudas contraídas por sus plantaciones de algodón, para que más de tres millones de campesinos que dependen de este producto en el estado de Maharastra, cuenten ahora con una esperanza para sobrevivir gracias a un proyecto del Fondo Internacional para el Desarrollo Agrícola. La comunidad internacional, y ojalá en un futuro próximo sea una autoridad mundial, la que dote cada vez más de principios jurídicos que permitan prevenir y luchar contra fenómenos que nos deshumanizan.
Deberíamos reconsiderar que toda vida humana, tiene un valor irrepetible, y como tal, las instituciones han de salir al encuentro de toda existencia y responder humanamente. De lo contrario, seguiremos con ese espíritu maligno que nunca impulsará a nadie al bien, inhumano y frío, de no hacer nada a pesar de los sollozos que recibimos. Cuesta entender la poca atención a la vida humana, especialmente la que tiene mayores dificultades, o sea, la del enfermo, el niño, el anciano. Para desgracia nuestra, el pensamiento dominante es la falsedad en todo, pues matar es lo mismo en el pensamiento antiguo que moderno. La violencia y las ofuscaciones que nos llegan a diario son un cruel memorándum de que debemos hacer más por la promoción de los derechos humanos. Globalizado el mundo, tenemos que unirnos los seres humanos, poner fin a los ciclos de discordia.
Por consiguiente, al igual que de las tinieblas del Holocausto y de las crueldades de la Segunda Guerra Mundial surgieron las Naciones Unidas, ahora ha de renacer un nuevo arte, el de no perder ripio, ya no solo para obtener la seguridad alimentaria y garantizar que cada hombre, mujer y niño tenga acceso a una dieta diversa de alimentos nutritivos, también hemos de demandar una sociedad bien armonizada, lo que requiere de gobernantes honestos y no autoritarios, investidos de legítima autoridad, para que nos exhorten a ser coherentes con nuestras respuestas sociales.
(*) Escritor
corcoba@telefonica.net
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