¿Alcohólico yo?

Con bastante frecuencia cuando se aborda el tema del consumo o abuso del alcohol, hay muchos que, ya por ignorancia o ya por deliberada o interesada falsificación del concepto, endilgan la expresión alcohólico a las personas que se encuentran en una etapa muy avanzada del síndrome.

De forma análoga, cuando se expone el tema en grupos de jóvenes, una de las interrogantes más frecuentes de ellos es: ¿cuándo se es alcohólico?, pregunta que va dirigida a determinar si una persona es alcohólica cuando abusa del alcohol cada día, o, cada cierto tiempo.

No es la cantidad de veces la que indica si soy alcohólico o no, sino mi actitud ante la bebida alcohólica. Así lo dicen los expertos en salud mental.

Bien lo saben las organizaciones de rehabilitación de alcohólicos o drogodependientes, que dicho sea de paso, hacen una labor generalmente silenciosa y heroica, trabajando en la recuperación de quienes han ingresado en el precipicio de la intemperancia, ante la despreocupación, y hasta la mofa, de nuestra alcohólica sociedad. Es que vivimos una cultura que parece resuelta a promover el alcohol y las drogas. Desgraciadamente para nosotros, el consumo excesivo del alcohol está estrechamente vinculado al tema cultural.

Pero, ¿qué es cultura? La cultura apunta hacia la conducta humana, así como nuestra conducta refleja nuestra cultura. La cultura nos caracteriza también en cierto modo como personas, la cultura nos hace distintos de otras personas. Y puede operarse en la persona un cambio cultural, a través de la socialización, la educación, la formación moral y religiosa, y movimientos de compromiso político, organismos sociales y culturales (incluyendo los deportivos). La transculturación también puede darse por influencias externas, por ejemplo, a través de los medios de comunicación social, por el contacto e intercambio con personas de otras culturas, etc. Así, cuanto más débil sea la integridad cultural de las personas dentro de cultura de origen, es muy probable que sucumban a la influencia externa.

En este contexto, cultura es el conjunto de creencias, convicciones, comprensiones, ideas, valores, normas y sistemas simbólicos que caracterizan e influyen en la conducta de una persona, y, en este entendido, sería razonable asumir que beber moderadamente alcohol es una norma conductual que sería clasificada como una costumbre de la mayoría, es decir que el consumo moderado del alcohol está socialmente aceptado.

En cambio, el abuso del alcohol es una expresión sub-cultural, porque implica un nivel inaceptable de consumo del alcohol por parte de menores y adultos. El concepto de borrachera y el continuo beber excesivo está claramente fuera de las normas generalmente aceptables. La pregunta que los ciudadanos responsables deben hacerse es ¿Por qué ha crecido tan drásticamente este problema en los últimos años? ¿Implica un cambio cultural de la que esta conducta es expresión o síntoma? ¿La sociedad no ha transmitido sus normas de libertad personal y auto-control a su juventud?

Si el último es el caso, padres y maestros (los agentes principales de la socialización) necesitan examinar sus modelos de educación del niño y reimponer la manera de convencer a la juventud bajo su cuidado, respecto de las normas de la conducta de sobriedad, y en el caso de los menores de la abstinencia de beber. Otras instancias como los medios de comunicación también tienen que examinar sus obligaciones de proteger a la juventud de la dependencia en el alcohol que lleva a la autodestrucción personal y social.

Puesto que los modelos tienen un papel muy importante determinando la conducta de las personas jóvenes, hay necesidad de repasar el énfasis que se da al alcohol en la recreación de los adultos. El papel permisivo del Estado regulando la venta y promoción de bebidas alcohólicas requiere también una re-examinación, no son las licorerías las que más venden bebidas embriagantes a menores de edad, son las denominadas tiendas de barrio.

Otro cambio en la escala de valores que ha tenido lugar en los años recientes es el inmenso aumento en las celebraciones familiares, como las bodas, que se han tornado en simples borracheras. Es la industria del alcohol se ha aprovechado de la recreación doméstica y social, deportiva y folklórica. ¿Quién puede probar lo contrario?

Las personas jóvenes viven esta realidad, y así ellos se identifican con la subcultura de la bebida. Al respecto hay países europeos, que ante tanto beber excesivo, están regresando a las celebraciones familiares -como los matrimonios y otros actos- a festejos sin alcohol, y no son los curas ni las monjas quienes los promueven, es la misma sociedad, que ha sufrido el boomerang del desastre de la embriaguez y las drogas, la que está replanteando los objetivos de sus celebraciones, que con justamente eso: celebraciones y no borracheras.

Así, lo más triste en un adolescente que abusa del alcohol es que cambia su manera de pensar, y no siempre se hace conciencia de que el alcohol es el mayor problema de dependencia en nuestra realidad. Las familias sufren por las consecuencias del abuso del alcohol mucho más que por los problemas de otras drogas.

Acción Familiar recomienda a los padres de familia cinco consejos para evitar que sus hijos sean bebedores excesivos o consuman drogas:

1. Hacer acogedor el ambiente familiar, armonizando la autoridad, que nunca debe faltar en el hogar, con el diálogo, la comprensión y la participación.

2. Que los padres de familia se acostumbren a escuchar a sus hijos, sin dar demasiada importancia a las formas externas que son propias de la moda de cada época.

3. Evitar tanto la "sobreprotección" como el ser «padres de paja», educándoles en una razonable austeridad, acostumbrándoles a soportar las frustraciones.

4. Más que sermones sobre los daños de la droga, darles ejemplo de sobriedad, especialmente en el consumo razonable del alcohol, del tabaco y de los psicofármacos.

5. Ofrecerles objetivos e ideales en lugar de nuevos medios de bienestar, de comodidad y de vida fácil, que hacen su voluntad débil ante el asalto del alcohol y las drogas.

Dice el P. Antonio Arza, S.J.: "Los hijos que tienen mayor peligro en dejarse llevar por la toxicomanía son aquellos que tuvieron unos padres excesivamente duros o demasiado blandos que les dejaban hacer lo que querían; o padres que les no prestaban atención alguna".

Hay quienes ignoran el problema no por despiste, sino por amorales e inmorales intereses económicos que engruesan jugosas billeteras a costa de la decadencia social.