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Domingo 15 de enero de 2017

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Cultural El Duende

BARAJA DE TINTA

Alcides Arguedas al Presidente J. B. Saavedra

15 ene 2017

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Alta Mar, junio 30 de 1922

Señor doctor Bautista Saavedra

Presidente Constitucional de la República

La Paz

Señor Presidente y muy distinguido amigo:

Antes de partir de esa he buscado tres veces a usted, y en ninguna he tenido la suerte de encontrarle. Lo hice con la intención de hablarle exclusivamente de cosas de política con esa llaneza y esa sinceridad que acostumbro con todos los amigos que estimo, como usted.

De los bolivianos de alguna significación soy, dentro del país, el menos político de todos; fuera del país, olvido absolutamente aun la existencia de partidos, y solo quedo un boliviano que ama con exceso su patria, a la que nunca querría ver rebajada o disminuida bajo ningún concepto.

Y como boliviano me dirijo a usted con esta carta privada e íntima, para rogarle se detenga a considerar esto que le voy a decir.

Yo creo, señor Presidente y antiguo amigo, que usted no puede prolongar ese sistema de gobierno que ha creído usted necesario asumir en estos últimos tiempos. Y no puede por dos razones muy fuertes: por respeto a sus opiniones de publicista y por respeto al programa de su partido.

Desde la cátedra, la prensa, el folleto y el libro, usted ha sostenido una cosa lógica y que para las gentes europeas resulta elemental; lo absurdo del estado de sitio como medida preventiva.

Cuando con gentes de Europa se habla de estas nuestras cosas y se les dice, por ejemplo que en el país se puede, por simple medida preventiva, decretar la suspensión de las garantías magnas, invadir los domicilios, perseguir y desterrar, se quedan mirándonos con sorpresa, cual si les hablásemos en un idioma extraño a su comprensión y propio de gentes primitivas. Cualquier explicación que se les dé al respecto la encuentran forzada y sin ninguna base, porque sólo ven o alcanzan a ver lo arbitrario del procedimiento. Y esto hay que modificarlo ya no mediante el proceso lento de la reforma constitucional, sino de hecho y con el ejemplo. Y ese ejemplo tiene que partir de usted.

Yo sé que, por lo común, se dice que de un modo se miran las cosas de gobierno desde la oposición y desde la oposición y de otro desde el gobierno mismo; pero este argumento yo siempre lo he considerado convencional, es decir, arreglado, ya no a las circunstancias de un momento político, sino a los intereses de las personas y, por consiguiente, falso de toda falsedad, porque una cosa que es y se ve mala desde un lado no puede resultar buena desde el otro.

El estado de sitio preventivo en mi sentir, es el solo recurso de los gobiernos que anhelan mantenerse en el Poder. Y mantenerse en el Poder sin más fin que el poder mismo -como lo atestigua el proceso de nuestra historia- , es destruir todo principio institucional, o, lo que equivale, retrasar el avance progresivo de la nación.

Viniendo el ejemplo de usted conseguiría usted realizar un acto de incalculable trascendencia: mantener viva la fe de la juventud en las promesas de los conductores. Este aspecto preocupa generalmente poco a los caudillos, pues es tan corta su ambición y tanta su miopía, que solo ven lo inmediato, lo que de pronto puede obtenerse de útil, ventajoso o necesario, sin importarles poco ni mucho la sanción histórica; pero una cosa es ser caudillo y otra distinta hombre de gobierno, es decir, estadista. Y yo sé que a usted repugna el primer título y aspira, con noble orgullo, al segundo.

Y, siendo esto así, usted no puede ni debe destruir la fe de los hombres de mañana, porque cuando los jóvenes vean que todo anhelo propalado en la oposición es vano, que los políticos solo prometen lo bello realizable solo cuando se hallan lejos del Poder y que el secreto impulso de todos, o de casi todos por lo menos, es imponerse para luego destruir sus promesas, entonces ya no creerán en nada, renegarán de los mejores y caerán en un utilitarismo de baja calidad, porque solo alcanzarán a ver, como lo único positivo, el triunfo inmediato, que para ellos significaría la consagración de sus esfuerzos de cualquier manera realizados�

Yo sé que, de pronto y al solo efecto de la reflexión, no puede usted obrar como se lo insinúo; pero para realizarlo tiene usted un recurso eficaz bajo el doble aspecto de pacificación y de buen sentido de gobierno: tender a la unificación de los partidos y hacer público ese su gran propósito de gobernar con el concurso de los mejores. Al hablar con usted y los personajes calificados del partido liberal en La Paz, he visto que había un punto de profunda discordancia entre usted y mis amigos, desaparecido el cual todo podría arreglarse satisfactoriamente. Usted cree que la única preocupación de los liberales es hacerle la revolución, y los liberales piensan que, siendo infundada esa presunción, usted se vale de ella para desarrollar una política netamente personal y desenvolver un sistema de odios, violencias y persecuciones que, al prolongarse, forzosamente tiene que engendrar el deseo de las represalias y de las revueltas para dar fin con esa política de arbitrariedades.

Ahora bien; yo creo sinceramente que los liberales no piensan hoy en ningún movimiento de revancha y que son numerosas las gentes que están empeñadas en la pobre tarea de descubrir conspiraciones allí donde ven juntarse más de una media docena de amigos; pues bien: sea el miedo y el anhelo de labrar méritos para alcanzar algún fin, es el hecho que no faltan oficiosos que con sus informaciones tienden a prolongar esa triste situación de recelo en unos y de angustiosa expectativa en otros, dando por resultado final ese ambiente envenenado que, por el momento se respira y que no es posible desvanecer.

Lléguese a un acuerdo sobre este punto y tengo la seguridad de que el resto ha de componerse naturalmente y poquito a poco, a medida que los ánimos se tranquilicen y el Gobierno vaya desenvolviendo honestamente el plan de sus trabajos. Si usted no se esfuerza en una política así le aseguro que va a usted a esterilizar lo mejor de sus propósitos, pues siempre habrá usted de gobernar con estados de sitio preventivos, con persecuciones a sus adversarios, quizás con actos de violencia, y esto no ha de hacer otra cosa que sembrar profundos odios, enconar las pasiones y dejar, a la postre, una herencia de resentimientos implacables que han de destruir la familia boliviana y ha de encender para días más o menos lejanos una lucha tenaz e implacable, porque no ha de haber tregua ni piedad para los vencidos.

Y esta no puede ser, no debe de ser labor suya, pues está bien que vivan para la hora que pasa y se diviertan y medren en el fandango político personajillos de la laya de Córdova, Achá Pacheco y otros tan conocidos nuestros; pero usted, maestro de la juventud estudiosa, y publicista de renombre, tiene deberes en absolutos reñidos con el caudillismo inescrupuloso de los mediocres.

Rogando a usted disculpe este mi lenguaje de sinceridad, que es el de un verdadero amigo, me es grato suscribirme como su atento amigo e invariable servidos.

Alcides Arguedas.

Para tus amigos: