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Domingo 15 de enero de 2017

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Cultural El Duende

Diálogo con Valerio Magrelli

15 ene 2017

El poeta, ensayista, escritor, traductor y académico italiano Valerio Magrelli (1957) aborda los periplos literarios de la creación poética en diálogo con la periodista Andrea Carlo Bartolotti

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Segunda y última parte

ACB. ¿Hacia qué blanco debe el poeta alcanzar sus dardos para alcanzar el gozo?

V.M. En definitiva creo que la poesía tiene mucho que ver con el grito, aunque en mi caso esta afirmación pueda parecer extraña. Se habla siempre, con respecto a mi obra, de una escritura meditada, muy calculada; sin embargo, antes que todo eso yo siento constantemente ese carácter pulsional: procuro tenérmelas que ver con la realidad incontrolable e insensata.

Ahora recuerdo un poema en el que hablo del mundo como un paño mojado embebido de muerte, y digo "cóselo dulcemente".

Allí, la poesía, sus versos, representaban los puntos de sutura. La poesía busca coser esta materia informe, bullente, como si pudiese de esa forma mantenerla junta, salvarla, y en todo momento estar al tanto de la paradoja, de la contrariedad de lo que va haciendo... ¡coser el agua! ¡Pero si el agua no se puede coser!

Como mucho, podemos coser el paño húmedo que de algún modo la contiene. Así, tenemos en ella un arma de defensa, un arma de ofensiva... es una respuesta, una respuesta que debe ser organizada y formalizada de la manera más coherente.

El gran gozo de la poesía se da cuando podemos sintonizamos con la idea que nosotros mismos tenemos de ella; todo el juego de acordes, de alineaciones. El gran gozo de la poesía se da cuando logramos entender en qué dirección se está moviendo, y gracias a ello conseguimos secundarla.

ACB. ¿Por qué, desde siempre, poesía y mujer han formado un binomio fundamental?

V.M. He escrito mucho sobre la mujer aun cuando en mi primer recuento de poemas escribí que "yo no podría hablar de la mujer". Se trata del polo del deseo. Creo que la mujer tiene un espacio privilegiado en la poesía precisamente porque, como alguna vez he dicho, la poesía es diálogo por excelencia.

Incluso el poeta que escribe sobre sí mismo trata de establecer algún contacto con el elemento bipolar.

Nunca estamos solos cuando escribimos, y el otro es, por excelencia, quien pone en escena esta duplicidad.

Por lo tanto es verdad que la imagen de la musa para el poeta hombre, tal como se formalizó en la época clásica, es en realidad la imagen de la poesía por excelencia. La imagen del polo opuesto que sirve para hacer surgir el arco voltaico.

ACB. ¿Cómo explicarse que después de siglos de escritura la poesía no haya muerto aún?

V.M. He leído cosas muy bellas sobre la idea de la poesía entendida como ave fénix. La poesía se consuma y renace de sí misma en el momento en que establece con la lengua ese diálogo y ese equilibrio. Pienso en el péndulo, o mejor, como dije antes, en aquella yema, en cuanto crea eso que Dante llamaba el "lazo musaico": una armonización de sonido y sentido.

La lengua -quizá después alguien lo comprenderá-, es como el fuego en honor del soldado desconocido. A propósito de imágenes contemporáneas, en mi libro más reciente comparo los versos con los teléfonos que se recargan... un mundo de pilas, de acumuladores. En ese texto afirmo que la composición poética es una batería que pone a recargar el sentido.

Me interesaba partir de un elemento tan cotidiano para evocar un objeto-talismán, una especie de objeto imantado. La poesía es siempre igual, y es siempre irradiación de sentido­sonido: una extraña forma de radiación, añadiría.

ACB. ¿En dónde se origina La fuerza radiante?

VM. No lo sé; aquí entramos en la complicada relación que se establece entre la poesía teológica y la poesía teleológica. Yo me siento alejado de una poesía que pretende explicar. Hace tiempo escribí una cantaleta, una cantilena que llamé Children´s Corner, "El rincón de los niños".

Se trata de una larga balada sobre la paternidad, que contiene dos estrofas sobre Dios. Son estrofas muy violentas, casi blasfemas, justamente porque no vienen de un creyente (si bien mi formación religiosa ha sido tan esmerada como prolongada).

Probablemente haya sido una forma de repulsión que tomó cuerpo en esas estrofas. Esto se debe al hecho de que incluso en la poesía más alejada de los problemas de orden religioso subsiste una latencia -al menos yo la advierto como tal-, una especie de hoyo negro en el que se camina, se gira...

Pienso en el caso extremo de Caproni, por ejemplo, en las bellísimas páginas en las que habla de teopatía. Queda siempre esta pregunta inexpresada que luego, según el interés, sale a la luz.

Debo decir que en los extremos situaría por un lado a Caproni, con su nihilismo consciente y apasionado; por el otro, a Betocchi, uno de los poetas a quien más amo, con sus poemas de una belleza, de una creaturalidad, de una religiosidad absoluta.

ACB. ¿Cuál es la relación entre el silencio y la palabra?

V.M. Pienso espontáneamente en el silencio como el silencio del ritmo.

¿Dónde comienza el silencio?

Justo donde termina el verso. Durante muchos siglos, al menos en las lenguas prerromances, la zona donde colindaban la palabra y el silencio la representó la rima, en el sentido de que allí donde el verso se corta, allí donde la palabra cede al silencio, entraba la repetición fónica, precisamente como una forma de conjuro.

La poesía encuentra en la rima el exorcismo de la palabra contra el silencio. Hoy nos toca vivir una poesía en la cual, o bien la rima no existe, o bien se emplea de forma distanciada, secundaria. Debemos hallar el modo de inventar algo que nos resarza de esta pérdida.

Fin

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