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Domingo 15 de enero de 2017

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Cultural El Duende

Sobre la traducción

15 ene 2017

Conversación entre los poetas, ensayistas y traductores Julio Trujillo, Fabio Morábito y Jaime Moreno Villarreal

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Julio Trujillo (JT): Para hablar de la labor del traductor, podemos partir de dos ejemplos radicales. Uno es Pound y sus versiones, ni siquiera me atrevo a llamarlas "traducciones", de Propercio, en donde podía resumir una parrafada en una sola línea. Son recreaciones, paráfrasis, pero él las manejaba como traducciones. Y el otro ejemplo es la novela de De Chirico, Hebdómeros, que él escribe en francés y después traduce al italiano letra por letra, coma por coma. Si un traductor italiano la hubiera hecho habría cambiado mucho más. De Chirico hace un vaciado literal de su versión en francés al italiano. Son dos extremos. ¿Cómo trabajan ustedes dentro de esos polos?

Jaime Moreno Villarreal (JMV): Hay un factor de invención, en el ejemplo de Pound, que es necesario y no es fácil de manejar para el traductor. Cuando el traductor es poeta y traduce a un poeta -o un escritor que traduce a otro escritor- existe la tentación de la invención en tanto que la traducción es una adaptación a otra lengua. Hay un factor que se presta para la invención: el desconocimiento de la lengua de la cual se está vertiendo, porque no todos los traductores conocen a la perfección la otra lengua ni mucho menos la época o los dialectos que se hablaban en el momento en el que se escribió un libro (por ejemplo, en el caso de Propercio, el latín clásico, que tenía influencias del uso común). Ese factor de invención puede llevar a un exceso que en el caso de Pound lo asume como tal y lo respalda con su autoridad. Por eso es tan criticado también. Ocurre con muchos poetas que se lanzan a traducir de lenguas que conocen poco y a veces se equivocan mucho, aunque en ocasiones, gracias a su invención, logran descubrimientos.

Fabio Morábito (FM): Hay un término que ha metido mucho ruido cuando se habla de traducciones: "recreación", que me parece comodino y obvio, porque está claro que toda traducción no puede dejar de ser una creación y por lo tanto una recreación. Muchas veces se ha utilizado como escudo para tomarse libertades, tal es el ejemplo de Pound. Pero es innegable que, en cualquier traducción, incluso en la que se hace del instructivo de una lavadora, se necesita, por un lado, una dosis de creatividad y, por el otro, apelar a la coherencia del texto traducido. Es decir, si traduzco un instructivo de lavadora como un texto independiente con seguridad estaré echando a perder la lavadora porque el usuario no lo va a entender. Para que el texto sea independiente y tenga vida propia de manera necesaria van a darse una serie de traiciones al texto original. El caso de De Chirico me parece aún más experimental que el de Pound. Es tan absurdo traducir palabra por palabra que sospecho que De Chirico quería, de algún modo, en este juego de idiomas, traducir al propio idioma materno algo escrito en otro idioma. Esa acción o bien denota una terrible inseguridad, o un intento de jugar, que es lo que él hace, además de que no era escritor. Es un camino intransitable dentro de la traducción. La palabra en la traducción no existe como tal, existe la frase y la ilación. En este sentido los dos extremos mencionados son casi irreconciliables porque ambos son absurdos.

JT: Demos un paso atrás, antes de la creatividad y de la invención. Pensando en el taller del traductor, supongo que ustedes primero establecen una base sólida de literalidad, una base mínima que se construye para ya después, o simultáneamente, agregar todo lo que tiene que ser creativo, la aportación de la lengua propia del traductor. Pero esa base requiere un trabajo mucho más de taller si no conoces la lengua que traduces: diccionarios, ayudas externas, referencias para construir ese primer piso, ¿o no es necesario?

JMV: Ese primer piso yo lo llamaría "la literalidad". Es más próximo "el sentido" que puedo abstraer de una lectura que el seguimiento palabra por palabra. La literalidad, quizás, estaría del lado de la expresión, y el sentido del lado de la traducción. El sentido es el que se puede abstraer como lector y como traductor, y que tiene que ver con la pregunta "¿qué dice?". Un ejercicio muy recomendable para el traductor es leer el libro antes de empezar a traducirlo. Pero la verdad es que muchos traductores comienzan a trabajar sin haber terminado el libro y lo leen conforme van traduciendo. El problema del "¿qué dice?" aparece en la primera revisión. Si es prosa suelo trabajar párrafo por párrafo; una vez que hago una traducción directa consulto algún diccionario y después me pregunto: "¿Cómo se va a leer esto en español?, ¿qué va a significar?" "¿Cómo lo voy a hacer accesible en el idioma?" ya sería un tercer paso. Al menos en mi caso hay una suerte de pulsión educativa en ese tercer paso, que además reconozco como muy propia de la cultura escrita mexicana y específicamente de la literatura. Los ensayistas tenemos la costumbre de educar al mismo tiempo que escribimos, de explicar muchísimo, de dar fechas, de dar contexto. Eso ocurre también en el campo de la traducción, no solo con el afán de hacer una expresión más "amigable", sino anotar la traducción: "probablemente en este pasaje el autor se está refiriendo a otra cosa" o "efectivamente se refiere a tal cosa", etc. La literalidad queda muy aparte de todo esto.

JT: Fabio, ¿tú trabajas también por capas? ¿Haces primeras, segundas y terceras versiones?

FM: Sí, pero no las veo como capas, sino como distintas formas de aproximación. Necesito revisar la traducción varias veces y voy sumando versiones que, se supone, son cada vez mejores. Así es como trabajo mis textos tanto en poesía como en prosa. No es que en la primera versión me dedique a un determinado tipo de problemas y después pase a otras cuestiones. Puedo entender la necesidad que tiene un traductor de lanzarse a ciegas en ese océano desconocido, sin prejuicios, sin ideas previas, que son las que pueden surgir de una primera lectura. ¿Por qué? El traductor va encontrando su forma de traducir a medida que traduce, después podrá articular sus ideas, podrá asumir ciertas pautas, imponerse ciertas conductas de traducción con ese autor, con un libro en concreto. Creo que las va descubriendo de una manera instintiva sobre la marcha (por ejemplo, si le gusta traducir ese texto, si siente que no está tan alejado de la sensibilidad del autor como para renunciar). Son varios descubrimientos los que se van dando y que poco a poco van construyendo un estilo. Toda traducción expresa una forma de situarse frente al original. Hay muchas formas de hacerlo, y en cada época siempre tendrá una forma distinta. Creo que el traductor debe tener esa posición, aunque no siempre conscientemente. En el caso de mi traducción de Eugenio Montale, me quedó claro desde el principio, y después de leer muchas traducciones al español, que lo importante era apuntar la artillería a la sonoridad, a la musicalidad. La única vez que Montale, que era un hombre muy modesto, alardeó fue cuando dijo: "soy el poeta italiano más musical que ha existido", y tenía toda la razón. �l había sido además un tenor frustrado, era un experto en ópera, tenía un oído refinadísimo. Y todas las traducciones que leí, algunas mejores que otras, pecaban para mí de sordas. Entonces me dije: "¿Qué caso tiene traducir a un poeta tan perversamente musical si no restituimos algo de eso?" ¿Cuál es el precio de hacerlo? Obviamente el de traicionar, muchas veces, el sentido, el significado. Pero esa era una línea de conducta a la cual procuré ser fiel todo el tiempo. Otra actitud sin duda es igual de respetable, pero hay que tener, consciente o inconscientemente, una dirección del camino.

Tomado de Letras libres

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