Sin embargo, en los deportes de conjunto no he tenido la misma suerte, a pesar de intentarlo una y otra vez. Durante mi infancia entre los 6 y los 14 años aproximadamente he debido patear pelota en la calle 300 de los 365 dÃas que tenÃa el año y ni asÃ, lastimosamente nacà con dos pies izquierdos y no pude equipararme a los cracks de mi barrio, que mucho no tenÃan que envidiarle al Chumita a la hora de hacerle un pase a la red.
El escultismo de Baden Powell me abrió sus puertas como lo hace con cualquier niño o joven con deseos de vivir la mejor experiencia que le pueda brindar la sociedad a la hora de ser uno entre hombre y naturaleza.
Mis primeros pasos de lobato los hice en el Grupo Don Bosco, ahà todo era juegos y conocimientos básicos de la vida en manada. Todo contado en base al Libro de la Selva con un lÃder en Akela y formar parte de ello era sin duda, diferente a cualquier otra experiencia que puede sentir un niño a su temprana edad.
Las fogatas, los campamentos, las excursiones y las lecciones de escultismo me cautivaron y me volvieron uno de los miembros más compenetrados con esta nueva forma de vida. Mi primer Tantakuy fue nada menos que en Cochabamba, a mis 10 años mi madre me abrió las alas y me dejó volar para que pueda ya empezar a formarme como hombre. Y es que el hombre como tal sólo se hace de verdad cuando corta el cordón que lo ata a la panza de su madre, no fÃsica sino mentalmente. Y asà me fue, lejos del hogar aprendà a gastar los 200 pesos bolivianos que me dio para 8 dÃas y que se acabaron en 4, a comer arroz crudo como si fuera un manjar y empezar de nuevo cuando una burla de tornado se llevó mi carpa, mi mochila y las últimas galletas que quedaban como comida decente a 500 metros de donde estábamos. ¿Cómo volvà a casa?, destrozado, mugriento, muerto de hambre pero con ganas de volver a acampar cuanto antes.
Luego de varias circunstancias fui a parar al que fue mi mejor escuela de vida fuera de mi hogar. El Grupo Copacabana, donde mi Jefe y amigo Hernán Sarmiento y mis hermanos de la Patrulla Amautas eran más que una familia y tuve la dicha de disfrutarlos durante dos años con experiencias que las sigo reviviendo cada dÃa de mi vida. Con ellos me volvà ganador, pues nuestro único rival de fuste, la patrulla Mapaches de La Salle al mando de mi amigo Richard Villca, nos ofrecÃa un escenario de competencia fantástico en cada CADIPAS o similar en los que a brazo partido peleábamos cada jornada para ganar el apache de triunfador, momentos que jamás olvidare.
Este campamento mundial de proporciones inimaginables para mà en aquel momento, se llevó a cabo en las proximidades de la localidad de Panguipulli, el Valle de las Rosas, cerca de la ciudad de Valdivia, en la región de los lagos del sur chileno.
El lugar, simplemente paradisÃaco, no se me borran hasta hoy los kilómetros y kilómetros de girasoles que enfrentaban feroces al astro rey hasta las 10 de la noche o aquellas hermosas rosas gigantescas por doquier o los pastizales inmensos donde jugamos una jornada de fútbol contra un onceno mapochino que para variar nos ganó en la cancha pero perdió a las trompadas como deberÃa ser (Ser Scout no implica ser perfecto que se tome nota).
Lo que llamó tremendamente mi atención y me dejó impresionado, y no se me borra hasta el dÃa de hoy, es que un hombre paseaba en una carreta pequeña de color verde arrastrada por un mulo que se veÃa viejo y cansado, pero que lucÃa tanto en el cuello del jumento como en la parte trasera del vehÃculo de carga, una placa de identificación como si fuera un motorizado cualquiera.
Era 1986 y para mà era algo asombroso que se pueda tener semejante orden y disciplina aún en un lugar tan remoto como aquel pequeño poblado.
Este último fin de semana, un periódico cruceño hizo una nota en la que destacaba que en 7 municipios del oriente boliviano entre ellos Vallegrande, Samaipata, Camiri, Puerto Quijarro, Puerto Suárez y otros, no el 1, ni el 2, ni el 10, sino el 40% de los motorizados son chutos, no tienen documentos por ende no cuentan con placa, pero circulan tranquilamente sin que nadie, pero absolutamente ninguna autoridad nacional, ni las alcaldÃas, ni la PolicÃa ni la Aduana hagan algo al respecto.
A 31 años de aquella experiencia, me sigo preguntando ¿cómo es posible que fuera de nuestras fronteras hayan burros más disciplinados que nosotros?
(*) Paceño, stronguista y liberal
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