Desde que el ser humano comenzó a dominar su entorno, sintió el placer que le proporcionaba el poder.
Domesticó el fuego, construyó armas y aprendió a derrotar a animales más grandes. El poder, entonces, dejó de ser la capacidad, facultad, potencia, facilidad o habilidad para hacer algo sino tener más fuerza que alguien o, en definitiva, la autoridad suprema reconocida como tal en un grupo o sociedad.
A sabiendas de lo que era el poder, los hombres procedieron a discutir sobre su origen. La teorÃa de que venÃa con la sangre dio lugar a las monarquÃas mientras que los pueblos guerreros le dieron mayor importancia a la fuerza, a la violencia que permitÃa someter a otros bajo su mando.
La teorÃa de la autoridad delegada dio lugar al pacto social. Fue cuando las sociedades restaron valor a las guerras, el derecho que daban las conquistas y las teorÃas fantasiosas de hombres designados por la divinidad para mandar sobre los demás. Como no todos podÃan gobernar, los integrantes de las sociedades decidieron delegar el mando en algunos de ellos. Asà nació la democracia.
Por eso, los partidos polÃticos buscan el poder por el poder, no por un afán de servicio a la sociedad que cada vez parece más lejano. Mientras están en la oposición, conspiran contra el gobernante de turno con el afán de ocupar su lugar y, cuando lo logran, se empeñan en permanecer a cargo el mayor tiempo posible.
En su afán de llegar al poder y conservarlo, los polÃticos se adaptan a los momentos históricos. Son golpistas en tiempos de dictadura y demócratas cuando la delegación del mando se decide en las urnas. ¿Meten trampa? ¡Desde luego!... lo que importa es llegar al poder.
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