Miercoles 11 de enero de 2017
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Con regularidad preocupante, las autoridades peruanas informan sobre los cargamentos de oro que salen de su territorio hacia Bolivia, como sugiriendo que se dirigen hacia un agujero negro situado en el medio de Sudamérica.
Hace cuatro años, el entonces ministro boliviano de Minería, Jaime Virreira, dijo una frase que debería figurar en alguna antología: "¡Qué extraño: Bolivia sólo produce 7 toneladas de oro pero exporta 21 toneladas!".
El hombre fue removido del cargo casi de inmediato. Por ingenuo.
El oro extraído de los ríos de la zona de Madre de Dios entra, de inmediato, en un circuito pecaminoso, porque se mezcla con la droga que se produce en el Valle de los Ríos Apurímac, Ene y Mantaro, conocido por las iniciales Vraem.
Todo ello cerca de Bolivia, el país que hace de corredor para ambos productos, como plataforma de lanzamiento, una especie de zona franca de facto para toda la región, un país-pecado. Todo lo que es ilegal en los países vecinos, se legaliza con sólo cruzar la frontera. Debe ser una ventaja tener un vecino así, una ventaja para quienes operan en la ilegalidad. Un Estado que es, para decirlo con franqueza, sólo una ficción.