Miercoles 11 de enero de 2017
ver hoy
En diciembre recién pasado empezó a llover. Parece que al fin, San Pedro - poniéndose la mano al pecho, como quien dice - se apiadó de los sedientos. Sosegadamente, sin mucho ruido, pero con persistencia, fueron cayendo sobre la tierra polvorienta y calcinada esas "aguas vencidas del cielo", como decía Gabriela, el Premio Nobel de 1945. Con todo, es sólo un paliativo coyuntural. La tarea olvidada se mantiene incólume. Y notifica: "déjese ya de canchitas; atienda los servicios básicos; sea bueno de verdad".
Como se recordará, al empezar el nuevo milenio hubo disturbios por el agua. Se habló - y no con mucha propiedad - de una tal guerra. Los demagogos se lucieron en las calles conduciendo a una turba exacerbada. Y un mandatario habría preguntado: "¿quieren agua o Misicuni? "queremos el mega, el megaproyecto". Después, una radio emisora difundió esta sarcástica ironía: "ganaron la guerra, pero perdieron el agua". Y en verdad, el proyecto de Aguas del Tunari se esfumó, y el famoso "múltiple" sigue siendo un sueño oneroso y lejano.
Bolivia es el estupendo país de las guerras falsas: La Guerra Federal (1899) nunca fue tal, y la guerra del gas (2003) fue una gran mentira. Pero la rebelión se contaminó. ¿Cómo podía quedar fuera del circuito belicoso el Chuquiago Marka? Pues no, a semejanza de los cochalas los paceños también hicieron su propia guerra para expulsar a "Las aguas del Illimani". Y el problema sin resolver fue ignorado por la estulticia burocrática. Pero como no hay mal que por bien no venga, a las autoridades la sequía les permitió descubrir que el agua es una necesidad prioritaria. Antes no sabían.