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Domingo 25 de diciembre de 2016

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Revista Dominical

Rogue One: El dilema de tener una visión y no el lenguaje para narrarla

25 dic 2016

Por Erick Fajardo Pozo - Maestrante en la GSPM-GWU - erickfajardo@gwu.edu

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No imagino mayor dilema para un profeta que no disponer del lenguaje y los recursos retóricos necesarios para describir su epifanía. Y la saga original de la "alianza rebelde" de George Lucas, el mítico Episodio IV, es sin duda una profecía épica-milenarista inconclusa, para la que aun el más vasto e ilustrativo de los lenguajes de su tiempo, el lenguaje cinematográfico, resultó dramáticamente limitado.

El exégeta Hipólito decía que cuando Juan el Evangelista soñó con el Armagedón, el alfabeto griego - y por ello entiéndase todos los conceptos e ideas posibles de representar con él - no le fue suficiente para describir su visión. Es así que el Apokálypsis Ioánnou, o "Revelaciones de Juan" fue real tras decenios de desarrollar e incorporar nuevos símbolos y conceptos para describir los horrores del fin de mundo y la gloria de una resurrección que ni el sistema lingüístico más contingente de la antigüedad pudo reseñar.

Las visiones del futuro, las profecías, son atisbos breves pero condensados del devenir que son reveladas a mentes abiertas y de mirada profunda, decía Isaac Asimov. A Jules Gabriel Verne le tomó media vida y 22 novelas, narrarnos su sorprendentemente detallada visión anticipatoria de la Era de las máquinas y la conquista de la naturaleza. John Ronald R. Tolkien debió primero crear las lenguas de cada raza de la Tierra Media, con toda la complejidad de sus estructuras semiológicas, antes de poder relatar "El Señor de los Anillos".

A George Walton Lucas le tocó esperar 40 años a que el lenguaje cinematográfico estuviera listo para crear Rogue One y concluir la narración de su Opera prima, su profecía original sobre el ocaso de la Vieja República y la insurrección contra el Imperio Sith.

Cuando a fines de la década de 1970 Lucas produjo "Una nueva esperanza", el cine de ficción le ofrecía apenas la posibilidad de desarrollar una línea tangencial de la compleja historia de la rebelión galáctica contra el emperador Palpatine.

Una guerra civil siempre tendrá dos escenarios: el público y el político. Lucas eligió contar la historia posible, la del entramado político, la del drama familiar de los gemelos Skywalker. El alzamiento de mil sistemas, imposible de representar visualmente, sería el telón de fondo del drama político-familiar.

Ambientada en las desérticas locaciones de una Tatoine en la periferia de los "Anillos exteriores" o en el set del vientre del Halcón Milenario, "Una nueva esperanza" sorteó las limitaciones tecnológicas del narrador para representar, desde una casi teatral dinámica dialógica entre personajes, los periplos de la alianza rebelde en su propósito de evitar que el imperio adquiriera un arma de destrucción masiva para aplastar su prolongada insurrección.

En los periplos de Luke y Obi Wan Kenobi por el hiperespacio, "la rebelión" era una referencia forzada pero difusa, una alusión recurrente a un acontecimiento épico de incidencia mayor; algo que por 30 años tratamos de visualizar con la imaginación, tal cual hicimos con "las Guerras Clon" durante las décadas previas al estreno de la precuela de la saga titulada "El ataque de los clones" (2002), que por fin nos daría una dimensión del origen y desenlace de esa conflagración.

Rogue One dista de ser, cual pretende alguna reseña de Rotten Tomatoes, "un eslabón suelto", orbitando a cierta distancia del resto de la saga de Star Wars. Es más bien el retorno del artista a su Opera prima para esculpir el otro pedazo de una historia que comenzó a narrar en 1977 con muchas limitaciones no sólo técnicas sino semánticas.

Porque Rogue One no es sólo el producto de la evolución tecnológica del cine, sino también del cambio de paradigma en la narrativa. Es un testimonio del cambio de concepción, acaecido en el último medio siglo, sobre cómo reseñar la historia.

La crónica de los Skywalker fue la reseña de la Alianza rebelde desde la concepción conservadora de una historia que se mueve al impulso de sus elites políticas y sus clases dominantes. Rogue One es un enfoque divergente de la rebelión en que el "motor de la historia" no son los antagonismos entre miembros de la "iluminada" Orden Jedi, caudillos militares o la aristocracia política de la vieja república.

Rogue One es una rapsodia de rebeldes entre los rebeldes; de forajidos, parias, discapacitados y desertores, que rompen la cadena de mando de la misma alianza en pro del bien mayor; que "usurpan" el uso de la fuerza y se empoderan de ella sin ser Jedi. Es un réquiem por esos anónimos y atípicos obreros de toda rebelión, cuyo supremo sacrificio hace posible la epopeya de las clases dirigentes.

Rogue One es la historia de esos anónimos héroes, cuya memoria permanecería almacenada en el disco duro de una igual de atípica unidad R2, a lo largo de los otros siete eslabones de la saga. Es la gesta de seres ordinarios y sin linaje, convertidos por virtud propia en inusuales paladines; la reseña de sus pequeños-enormes sacrificios que proveerán a la estirpe de los Skywalker de la oportunidad de derrocar, una generación más tarde, a la tiranía imperial.

Por cuatro décadas las secuelas de la trilogía original deambularon por el "antes" y el "después" de "Una nueva esperanza", tratando de darle contexto y sentido a una primera entrega inconclusa. Rogue One parece ser el "eureka" de un narrador que finalmente encontró el paradigma, desarrolló la simbología y "produjo" el lenguaje necesario para terminar de narrar ese capítulo original cual en realidad es: una epopeya plebeya.

Luego de cumplir 40 años, lo último que la creación de George Lucas necesita es otra reseña más sobre el performance de sus actores o sus records de taquilla. Especialmente cuando el dilema existencial de su narrador ha consistido en que el más extenso y explícito de los lenguajes, el lenguaje visual, se quedó corto para narrarnos la complejidad de una epopeya que no tuvo su eje en el puente de mando de la Estrella de la muerte, en la dinámica romántica entre bellas aristócratas y prodigiosos guerreros, ni en los duelos con sable de luz entre dos visiones antagónicas de "la fuerza", sino en el sentido de propósito y la convicción en la democracia de un puñado de ciudadanos de la república, sin más en común que haber estado en el mismo lugar y a la misma hora, cuando la historia los llamó a hacer ese trabajo al que las elites políticas, siempre calculadoras, renuncian para no exponerse a lo incierto y al juicio de la historia.

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