Jueves 22 de diciembre de 2016
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La misión de la historia es hacernos verosÃmiles los otros hombres y mujeres, porque, aunque parezca mentira, no lo son. El prójimo es siempre una ultranza, es decir, algo que está más allá de lo patente y nosotros no poseemos más elemento transparente que nuestra propia vida y esta transparencia de nuestro personal vivir no significa que en el mismo no hay problemas insondables, enigmas y misterios, empero, estos nos son, como tales, transparentes, incuestionables, por ello son problemas, enigmas y misterios.
Solo nuestra vida tiene por sà mismo sentido y por lo tanto es inteligible, pareciendo una situación contradictoria y en cierto modo lo es; pues con nuestra vida tenemos que entender la de los demás, precisamente en lo que tienen de distintas y extrañas. Nuestra vida es el intérprete universal y, la historia, en cuanto a disciplina intelectual, es el esfuerzo metódico para hacer de otro humano un alter ego, con la significación que ambos términos alter y ego han de tomarse en plena eficacia.
Existe un trámite que sigue nuestra mente desde nuestra vida a la de los demás que, este columnista tratará de condensar para mejor entendimiento del lector; sólo nos es presente nuestra vida pero esa realidad que ella es no la reconozco, por lo pronto, como siendo sólo mÃa y las demás vidas humanas dentro del ámbito de la nuestra aparecerÃan como intercambiables con la nuestra en cuanto a su contenido, partiendo de la creencia que los demás piensan, sienten y quieren igual que nosotros; por lo tanto que hay una vida indiferenciada en todos los humanos, empero advertimos que la vida del prójimo no es presente y patente, sino que nos llegan de ella sólo sÃntomas. Entonces descubrimos que la vida no es siempre presente, patente, inteligible sino que hay una vida oculta, impenetrable y otra, que es la vida ajena en suma.