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Domingo 18 de diciembre de 2016

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Cultural El Duende

BARAJA DE TINTA

Baudelaire a Apollonie Sabatier

18 dic 2016

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Sinceramente, señora, le pido mil veces perdón por estos estúpidos, anónimos y pésimos versos que huelen horriblemente a puerilidad; pero ¿qué puedo hacer? Soy tan egoísta como un niño o un inválido. Pienso en las personas a las que amo cuando sufro. Normalmente pienso en usted cuando escribo y, cuando el verso está acabado, no puedo resistir el deseo de que lo lea la persona que los inspiró. Al mismo tiempo, me escondo como alguien que tuviera mucho miedo a parecer ridículo. ¿No hay algo esencialmente cómico en el amor?, sobre todo para los que no están involucrados.

Pero le juro que esta será la última vez que me exponga al ridículo; y, si mi ardiente amistad hacia usted se prolonga en el futuro tanto como ha durado en el pasado, le diré una cosa: ambos seremos ancianos.

Por más absurdo que esto pueda parecerle, recuerde que hay un corazón del que sería cruel burlarse y en el que su imagen está siempre viva.

Una vez, solo una vez, amada y gentil dama,

sobre mis brazos descansó su brazo de nieve,

y en el fondo de mi espíritu, apagado y turbio,

ese recuerdo ahora brilla.

Era hora tardía,

y como una medalla destellando

la luna llena mostró su rostro,

y el esplendor de la noche

derramándose sobre París

llenó cada lugar silencioso.

A lo largo de las casa,

escondiéndose en los portales,

pasaban los gatos a hurtadillas

y con el oído atento

o deslizándose lentamente,

nos seguían,

como fantasmas

de personas amadas muertas.

De repente,

en nuestra relación libre y franca,

nació de ella una límpida luz,

de usted, rico instrumento,

cuya única vibración

era resplandeciente y luminosa.

De usted, alegre

como un repiqueteo de fanfarria

por entre los bosques por la mañana,

con un acento agudo y

vacilante sonando extrañamente

escapó una nota desolada.

Como un niño deforme,

oscuro, abandonado,

con su vergüenza que soportar

y mucho tiempo oculto,

sin que ningún ojo lo viera,

en alguna caverna desconocida.

Vuestra nota metálica gritaba clara:

pobre, espíritu prisionero,

que nada en el mundo es seguro o firme,

y que ese egoísmo humano

aunque mucho se adornase como un mérito,

se traiciona a sí mismo al final.

Esa difícil suerte de ser

la reina de la belleza,

en la que todo es inútil,

como la sonrisa mecánica

de alguna bailarina pagada,

desmayándose en su deber,

todavía con su mirada vacía.

Si uno se fía de los corazones,

el mal le acontecerá,

que todo se rompe,

y el amor

y la belleza se desvanecen,

hasta que el olvido

los arroja en su cesta

como escombros de la eternidad.

A menudo he traído a mi mente

aquella noche encantada,

el silencio y la languidez sobre todo,

y esa confidencia salvaje,

así tan ásperamente cantada,

del corazón en el confesionario.

Para tus amigos: