Sábado 17 de diciembre de 2016
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Recuerdo la primera vez que la visité. HabÃa preparado un koko de la más tradicional y sofisticada comida chuquisaqueña, exquisito, nunca pude probar uno igual. SalÃa de la cocina restregándose las manos de mamá, tan segura como cuando cantó bailecitos de autores anónimos que ella habÃa descubierto en sus andanzas de curiosa incurable por archivos y casas solariegas.
En una mesita en la sala estaban las lecturas de la tarde que aún no habÃa guardado. Me sorprendió encontrar en la misma pila una revista de modas y un texto de Lewis Strauss y un álbum con fotos sobre las ruinas de Tiahuanacu; habÃa un librito, impreso primorosamente con una tapa azul, de Lacan.
Julia Elena Fortún era una mujer que se zafaba de cualquier catalogación. Nacida en Sucre en 1929, profundamente identificada con sus raÃces, no parecÃa ser de una ciudad pequeña porque hablaba de sus viajes por el mundo; ni de los años 20 porque estaba más informada que las modernas intelectuales.
Era vanguardista en todo lo que hizo desde la adolescencia pero no feminista. SabÃa música, y encontró composiciones de la colonia; hizo teatro y aprendió danza dentro de las tendencias más sorprendentes de los locos años 20. Era bohemia pero amante del hogar, de las hijas y nietos, de la cocina, de la costura y de las manualidades.