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Domingo 11 de diciembre de 2016

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Revista Dominical

Periodismo: Estado del arte y conflicto ético en la Era Trump

11 dic 2016

Por: Erick Fajardo Pozo

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No soy para nada un entusiasta de Patricia Arbulú, ni del hoy tan en boga "periodismo talk-show". Menos aún soy detractor de Jorge Ramos, que no necesita ni un enemigo más sobre la tierra, y sobre cuya supuesta "influencia" periodística he sido siempre bastante escéptico, desde mucho antes que él liderara la desastrosamente fallida "ofensiva" profética-lapidatoria de la media anglo-hispana contra el controversial rival presidencial de la candidata del establishment Hillary Clinton.

No creo que la actuación de Ramos y Univisión haya sido gravitante para la consolidación de los resultados electorales en los Estados Unidos en noviembre de 2016. En realidad, tampoco lo fue la de Anderson Cooper o Wolf Blitzer, los "gurús" de CNN. Y sin embargo revisé con interés la carta que le envió la peruana al mexicano tras la elección de Trump, pues, más que calidad literaria o rigor informativo, aporta innegable valor documental-testimonial acerca del estado del arte en una profesión precipitada dentro una crisis intensa, tras el "imprevisible" desenlace de esos comicios.

La carta es una crítica introspectiva sobre la actuación periodística de Univisión, y el resto de la prensa hispana en EE.UU., que rompe la "solidaridad corporativa" o "código de silencio" que tradicionalmente rige en el periodismo, desnudando desde adentro los resortes de su conflicto "ético" postelectoral.

Arbulú reprocha a Ramos haberse "jugado a fondo" contra la elección de Donald Trump y haber empleado su posición y predicamento como periodista para intentar direccionar la tendencia de opinión de la audiencia hispana hacia un eventual rechazo electoral al "outsider".

Pero, además de los reproches personales, la carta incide en aspectos estructurales del estado de situación de la prensa: denuncia por ejemplo que la independencia del periodismo en los Estados Unidos es una ficción y que la polémica Univisión-Trump fue - lejos de una "cruzada" en pro de la inmigración o contra el sexismo - un "desacuerdo empresarial" que definió la línea informativa de esa cadena durante la campaña, y que definiría, al final de las elecciones, también el destino de Ramos a quien advierte que sus opciones frente al desenlace se reducen a una "renuncia honrosa" o esperar a que su cadena entregue su cabeza como precio de "recomponer" su relación con el airado presidente electo.

Plantea además que la media jugó a "polarizar" el escenario electoral, y con ello concentrar el protagonismo político en dos actores. Más allá de la naturaleza bipartidista del sistema americano, la pugna entre Clinton y Trump fue inscrita en un contexto de "lucha bíblica" entre el bien y el mal; un reduccionismo maniqueísta peligrosísimo del que Univisión y el resto de la media habrán aprendido que subsumir contradicciones equivale a jugarse a "todo o nada"; a apostar a "doble contra sencillo" un capital político acumulado.

Pero la carta de la Arbulú va a profundidad total cuando plantea que Ramos será "estudio de caso forzado de lo que un periodista no debe hacer" en las clases de ética de las escuelas de periodismo en Latinoamérica. Y ciertamente resulta trascendente el dilema deontológico del periodismo en EE.UU., tras los recientes comicios.

No creo en debatir sobre ética periodística en plena vigencia de una Era de las redes sociales que terminó con el monopolio de la intermediación informativa de las transnacionales de la industria cultural. Creo si en conflictos de interés entre los propósitos del periodismo y los fines de las empresas de comunicación; entre quienes producen televisión y quienes hacen periodismo.

En consecuencia, si alguien me pide definir la sustancia del conflicto ético de la prensa en los EE.UU., tras la elección de Donald Trump, diría que se basa en el conflicto de intereses en medio del cual quedan atrapados los trabajadores de la información, en la pugna entre los propietarios de las grandes cadenas de medios de comunicación y el electo gobierno norteamericano.

Ese conflicto de intereses nace, innegablemente, de la pugna entre una visión de estado neoliberal en crisis - del cual las transnacionales de la media son tributarias - y el reemerger del nacionalismo estadounidense. Pero se origina además en la doble naturaleza del periodismo, inscrito en el viejo dilema existencial de empresas privadas que administran un bien público; de industrias de la "reelaboración" de la realidad cuyos artesanos son responsables de transformar los hechos en un producto informativo, que es reproducido "en cadena" y difundido a millones de consumidores.

La teoría dice que el periodismo interpretará la realidad de una manera leal con el interés público, ampliando el contexto del hecho informativo, incorporando criterios interpretativos plurales e incluso vertiendo su propio punto de vista, siempre y cuando el balance informativo permita equilibrar el tratamiento periodístico de un hecho, sus ángulos de enfoque, sus interpretaciones y las opiniones a favor o en contra en su desarrollo.

¿Pero qué sucede cuando es una posición corporativa la que impone la línea informativa de una cadena noticiosa? ¿Qué pasa cuando es el medio, como grupo económico o empresa, quien pre-define la orientación de la línea informativa? ¿Cuál es el rol del periodista cuando su medio empieza a vender narrativa ideológica, en lugar de hechos informativos, y cuando su lugar en el proceso de producción de la información está circunscrito al "diseño por encargo" del producto?

Sucede que se termina esa romántica e idílica noción de que el periodismo es una cruzada de "latifundistas filántropos" como Carlos Slim o Ted Turner, y queda expuesto que producir noticias es un negocio: el negocio de forjar narrativas y con ellas producir sentidos comunes para "darle forma" a la opinión pública.

En esa medida, creo que circunscribir el análisis de la crisis post electoral del periodismo estadounidense a un debate sobre "ética periodística" o a la actuación de ciertos "líderes de opinión" como Ramos o Cooper durante la campaña, equivaldría a perder de vista el dilema estructural de si es posible el periodismo en un sistema de propiedad de los medios de comunicación en que las únicas alternativas son o su manejo desde el estado o desde intereses económicos privados.

Ambas experiencias han demostrado con creces no ofrecer garantía alguna de equilibrio informativo ni de correspondencia entre el diseño del producto informativo y la necesidad social de insumos informativos relativamente confiables para la toma de decisiones.

La cabeza de Ramos es, en ese sentido, un burdo intento de desagravio para una sociedad que entendió lo distante que está el manejo del periodismo y la opinión pública del ideal de probidad en el manejo del bien público que protege la Primera Enmienda.

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