El instrumento fundamental desde antaño para formar a los hombres de gobierno era la Ã?tica. En la antigüedad aquel que querÃa participar en los asuntos públicos tenÃa que pasar por esta disciplina la cual era considerada como una rama de la polÃtica. Era el filtro para hacer que los hombres que llegaran a ocupar los cargos públicos obraran bien. De hecho, las grandes civilizaciones ya contaban con tratados sobre el tema, con códigos para la función pública y con maestros que la impartÃan.
Las antiguas culturas nos dejaron testimonios muy valiosos en esta materia. El Código de Hammurabi, quien fuera rey de Babilonia y unificador de toda Mesopotamia en el siglo XVIII a. c. es un documento histórico que señala los principios que debÃan guardar los ocupantes de cargos públicos. De la antigua China (siglo V a. c.) nos han llegado los cuatro grandes libros del sabio Confucio, de los que se derivan Los principios chinos sobre conducta pública. De los antiguos griegos (siglo IV a. c.) existen las obras de Ã?tica que escribiera Aristóteles.
Gobernar es servir a los intereses comunes. Este, y no otro, debe ser el motor que impulse a los polÃticos. De hecho, un Estado moderno que no beneficia a sus ciudadanos deberÃa ser considerado ilegitimo.
El bien común es el bien de las personas en cuanto que están abiertas entre sà a la realización de un proyecto unificador que beneficia a todos. La noción de bien común asume la realidad del bien personal y la realidad del proyecto social en la medida en que las dos realidades forman una unidad de convergencia: la comunidad. El bien común es el bien de la comunidad. Para alcanzar el anhelado bien común, entre las distintas partes que integran la comunidad, le corresponde al Estado la tarea de arbitrar los conflictos y poner diques a los grupos que se alejen de este objetivo.
Los que hayan de gobernar el Estado deben tener siempre presente dos preceptos: el primero, defender los intereses de los ciudadanos de forma que cuanto hagan lo ordenen a ellos, olvidándose del propio provecho; el segundo, velar sobre todo el cuerpo de la República, no sea que, atendiendo a la protección de una parte, abandonen las otras. Lo mismo que la tutela, la protección del Estado va dirigida a utilidad no de quien la ejerce, sino de los que están sometidos a ella. Los que se ocupan de una parte de los ciudadanos y no atienden a la otra introducen en la patria una gran calamidad: la disconformidad y la discordia, de donde resulta que unos se presentan como amigos del pueblo y otros como partidarios de la nobleza: muy pocos favorecen el bien de todos.
Un buen gobernante establece una forma de constitución que garantiza una armonÃa entre las partes que conforman la comunidad polÃtica. De esta manera se cumple asà con uno de los mayores fines de la polÃtica "Hacer que los ciudadanos sean personas de una cierta cualidad y dotados de bondad capaces de realizar acciones nobles".
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