Narra cómo sus padres, JoaquÃn y Ana, ya mayores de edad, se lamentaban por no tener hijos, lo cual se atribuÃa a un castigo divino. Ambos hacÃan penitencias y ayunos, para mover el corazón de Dios. Finalmente sus ruegos fueron escuchados y oyeron la voz de un ángel quien les anuncia que tendrán una descendencia de la que todo el mundo hablará. En agradecimiento Ana promete que presentará a Dios el fruto de sus entrañas, sea niño o niña.
En ese momento se presentó allà Ana, una mujer viuda, que no se apartaba del Templo sirviendo a Dios noche y dÃa en ayunos y oraciones. Ella alababa a Dios y proclamaba al niño Jesús como el Redentor del pueblo (Lc 2, 38). Muy posiblemente Ana convivió con la niña MarÃa en el Templo.
Durante esos nueve años MarÃa aprendÃa y realizaba las labores encomendadas a las mujeres, bordando y cuidando los vestidos sacerdotales y los paños del altar y manteniendo el ornato y la limpieza de los lugares santos. Pero sobre todo MarÃa escuchaba atenta la lectura y predicación de los salmos y de otros escritos bÃblicos, que con toda devoción meditaba y aprendÃa.
Podemos concluir que MarÃa fue privilegiada por Dios, ya que normalmente las mujeres no tenÃan acceso a los libros bÃblicos porque su primer deber era cuidar a sus esposos y a sus familias. Además se las miraba con cierto desprecio ya que se las identificaba con Eva, la tentadora que hizo caer a Adán en el pecado.
Esta intensa vida de oración de MarÃa explica su entrega total al Señor, renunciando a casarse y a tener hijos, aceptando el castigo merecido por los pecados del pueblo. Asà se identificó con la Hija de Sión (Mi 4, 8), unida al Siervo de Yahveh, quien cargó con el pecado del pueblo (Is 40-55).
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