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Domingo 04 de diciembre de 2016

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Cultural El Duende

Una conversación

04 dic 2016

Reflexión sobre los "Cuentos de tierra adentro" entre los editores de la revista "Correveydile" (nº 7, 1998) y los cuentistas Onelio Jorge Cardoso (Cuba) y José Rafael Pocaterra (Venezuela)

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ELVIS: Primero, pienso que no existe literatura rural o urbana, femenina o masculina, universal y nacional. Quizá sea una clasificación válida para motivos didácticos o de mercado. Hay literatura a secas. Libros buenos o malos. Pero si tomamos como parámetro el espacio físico para clasificar lo que hoy nos ocupa: el cuento, quisiera hacerla en su sentido amplio. Por ejemplo no puedo concebir que solamente se considere cuento rural a aquel que exclusivamente habla de la vida de los campesinos. Pienso que la definición iría más lejos. Específicamente, y como proposición, me pregunto: ¿se podría pensar que la literatura de aventuras, cuyo espacio físico, muchas veces, es el campo, como la literatura no rural? Esa literatura que no le interesa reivindicar al campesino, la vida rural, y sólo le interesa el espacio físico como material artístico. Creo que sí. Por otra parte, en el país se ha visto la literatura rural bajo la óptica indigenista, del realismo socialista y costumbrista. Muy pocos escritores han transgredido ese reduccionismo. Tampoco estoy de acuerdo con esa visión que termina negando a la literatura del campo, que la llama: tratados de agropecuaria y la toma como si hubiera agotado sus posibilidades. Aquella visión se encierra en una urbanización temática que a lo mucho lo que hace es alabar simples snobismos o posturas intelectuales difíciles de digerir. Creo en la literatura de aventuras como una de las potencialidades que siempre se ha explotado dentro del espacio rural.

VICKY: La tradición literaria ha concebido generalmente lo urbano como la antítesis de lo rural. Lo urbano, entonces se configuraba como la negación de por lo menos la pureza y lo original. Lo urbano tornaba grotesco todo lo que de hermoso y puro se manifestaba en lo rural. Una vez que la literatura, especialmente la narrativa, cambió sus escenarios hacia los callejones y aparecieron personajes paradigmáticos como el aparapita o la madama, lo urbano dejó de ser antítesis y se tornó síntesis. Lo rural dejó de existir porque lo urbano, a diferencia, no precisaba ya la contradicción externa para tornarse identidad literaria. Las contradicciones propias de la ciudad le bastaron a la literatura urbana para establecerse en sí misma, no precisó al otro, le bastaba con mirarse a sí misma y ella misma era también lo rural abandonado, exorcizado. Todo lo no­urbano no pasó a segundo plano porque todos los planos fueron tragados por la urbe de cemento y también de palabras. Lo no-urbano pervive, sin embargo, y ha tomado el camino de la indiferencia total hacia lo urbano para existir, para ser. Ha dejado lejos su pretensión modeladora de todo y ha permitido escapar lo que su anterior mordaza le imponía. Ningún intento de instaurar nada, ninguna gana de decir lo fundamental o lo accesorio, pero una fuerza para correr en la página con fuerza de río, monte, polvo o mineral; esa es la literatura no-urbana de hoy, esa es principalmente la narrativa que nombra desde bien lejos de la ciudad y de los cánones, y de los resquicios, y de los temores, y también lejos del reconocimiento.

MANUEL: Tal vez repitiendo que los términos urbano y no-urbano referidos a la literatura boliviana, no la definen ni proponen una valoración. Sabemos que, independientemente del tema, en primer lugar está la calidad de una obra. Su capacidad de comunicarnos algo y de golpearnos. Y, como opina el cuentista chaqueño David Acebey, la calidad de la escritura no se la mide con teorizaciones sino que es cuestión de paladar. Y el paladar de Acebey es mudo.

Asimismo, desde el punto de vista del creador, a nadie se le ocurre plantearse el tipo de literatura que va a crear, y escoger entre varias opciones: rural, minera, urbana, fantástica, social... Las clasificaciones vienen después, para comprender los fenómenos o para complicarnos lo que a veces está claro como el agua. Lo que uno hace es, simplemente, escribir sobre lo que uno es, conoce y vive. Y como en Bolivia habemos de todo, si somos auténticos, la creación literaria ha de mostrar esa variedad. De otro modo, por buscar "estar en la onda", simplemente estaríamos negándonos a nosotros mismos o a una parte de nuestro rostro. A propósito, me acuerdo de una carta que hace unos años me escribió el narrador argentino Juan Carlos Martini, entendido además en novelas negras. Criticaba a quienes están "a caballo de la moda", enterados de las tendencias literarias de las grandes capitales del mundo -que a veces no son más que los gustos de los editores y de círculos interesados. Y decía: "¡Cómo los envidio! Todavía ustedes pueden contar, tienen tanto, y se largan con tanto júbilo e inocencia, que es digno de admirar." "Me interesa lo poético que se juega en el discurso y el espíritu de expresar las instancias de una cultura y un pueblo, como lo hacen ustedes."

ONELIO JORGE CARDOSO: Yo no sé, casi por un determinismo histórico, de tanto tiempo de formación nuestra con lo extranjero se produjo una actitud de creer que lo bueno nos venía con el viento, y de fuera. Esto que puede ser un poco de verdad en el aspecto técnico como pueblo subdesarrollado, también mataba el espíritu nuestro, de la creación de las cosas nuestras... fundamentalmente en literatura. El caso de Nicolás Guillén por poner un ejemplo. Nicolás Guillén es universal. Sin embargo parte de lo nuestro. Hasta de la música de percusión nuestra. El caso de los grandes de la historia literaria. Digamos Cervantes. ¿De dónde parten sino de la raíz más honda de su pueblo? Yo creo que cuando las raíces son del propio pueblo es cuando se puede ser universal. Si no, es andarnos poniendo máscaras extranjeras que nos van a lucir bastante ridículas.

Era bastante cierto que me encasillaban un poco como "folklorista", como "acuarelista" de localidades... (Claro)... Yo contaba del ambiente que había vivido, no podía contar de otra cosa... Pero yo me preguntaba si mis personajes, los personajes que yo trazaba situados en el ambiente cubano, no eran capaces de llevar la ropa de otros países, porque en definitiva tenían las mismas tragedias. Y esto me hacía liberarme un poco de este sentido en que se me quiso encasillar demasiado "folklorista". Yo creo que ese "hombre de monte" de mis cuentos era hombre de ciudad también por sus penas, por sus angustias. Sólo que vivía en el monte. Yo creo que era así, no sé si en esto soy un poco pedante, pero sigo creyéndolo. Le pondría el ejemplo de "El Caballo de Coral", que es un cuento donde los diálogos, el ambiente, todo es completamente de pescadores nuestros, son locales... pero las cosas que plantea son también del hombre universal. Mire, equivale a una frase que me dijo un español una vez y que puse en un cuadro. Me dijo: "Cuando yo llegué a Cuba no conocía más que al sol y a las estrellas". Esto que parece una referencia profunda de la universalidad del hombre. Es decir, se agarraba por las estrellas y por el sol para decir que todos los hombres tenían una misma patria, por lo menos de luz, de referencia en el tiempo, de referencia cósmica. Eso es lo que creo que hice en algunos cuentos.

JOS� RAFAEL POCATERRA. Lo que yo creo que no debe soportarse, ni en el arte ni en la vida, es esta especie de heroína literaria con que se está drogando a las plebes urbanas, describiendo con aciertos indudables un fondo de sabana, la majestad de los ríos paternales, la infinita angustia de las distancias para poner a bailar unos muñecos novelísticos rellenos de aserrín lírico y con los que se pretende crear lo que la realidad del arte debe mirar tal como es y devolver honradamente a la perspectiva de su propio pueblo: el aniquilamiento positivo de una raza que se extingue, para que otros hagan literatura con su úlcera, su catástrofe económica y su decadencia. ¡Pero si hasta las pésimas estrofas de nuestro himno nacional están llenas de embuste! Tenían que tener un éxito esas artificiosas imágenes de que entre la Selva, el Llano y los hombres palúdicos de hace una buena parte del siglo pasado y lo que va de éste... íbase a comenzar la llamada "revisión de valores" en un "afán de superación". Y el escenario de las letras contemporáneas de mi país se pobló de disfraces de llanero y cantando con zapatos de botines ciudadanos el rito tosco y bravío de quienes largaban el estribo de punta para desahogar el entumecido cabalgar de sus sabanas. Lo dice la fabla ruda de los pastores, de los pastores de los Guáricos y de los Apures: deseos no empreñan". En mis cuentos y en mis novelas yo he querido dar otra noción: la real. La que yo vi en luengos años en el corazón de las llanuras, bajo el castigo de las plagas, de las guerrillas salteadoras que acometían, surgidas del centro o del Oeste, las últimas reses, los últimos caballos, las últimas gallinas, en hatos, potreros y ranchos... De paso quedaban mujerucas encintas y hambre adelante como estrella de Belén, camino de poblados despoblados. Y dale con la literatura patiquinesca de estar forjando lindas novelas y masoquineando la pueril vanidad criolla que remata, en cada pedazo del país en que vivimos, con aquello de: "¡este heroico y sufrido Estado!" puede haber un arte sin honradez, como una mujer es bella sin honestidad. Esos trozos de ambiente son "el ambiente" de mi literatura. Ni rectifico, ni sacrifico: Narro.

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