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Viernes 02 de diciembre de 2016

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Viernes 02 de diciembre de 2016
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Editorial y opiniones

Memorias de la sequía

02 dic 2016

José Luis Bolívar Aparicio

La llegada al poder de Don Hernán Siles Zuazo vino acompañada por millones de bolivianos que tenían puestas, en la democracia, todas pero absolutamente todas las esperanzas de una mejor vida.

Por un lado, como le sucede en trauma a la víctima de la violencia doméstica cotidiana, la mayoría de los bolivianos vivíamos con pánico ante la posibilidad de un nuevo golpe de Estado y sobre todo a la supresión de los derechos ciudadanos. Era un deseo general el poder ser libres y expresarnos de acuerdo a nuestra conciencia sin que nadie nos diga qué era lo que debíamos pensar.

Otra de las esperanzas era que un gobierno democrático de tinte izquierdista, con intelectuales en sus filas y con la sangre joven y revolucionaria de los miristas pudieran poner fin a la grave crisis económica en la que nos habían sumido los militares, con tanta corrupción y sobre todo el despilfarro desde el periodo Banzer, que para octubre de 1982 tenían a Bolivia con una hiperinflación crítica, además de muchos problemas de abastecimiento.

Un sino de desorden y descontrol sumió al gobierno del Dr. Siles desde la lectura de su discurso de posesión, y nunca pudo lograr hacer pie. Su gobierno estuvo marcado por una infinidad de errores, unos peores que los otros, desde la promesa vacía (seguramente bien intencionada) de remediar las cosas en 90 días, hasta el descalabro total tras la desdolarización.

Como todo en la vida, lo totalmente malo no fue la regla absoluta. Nuestro deseo de que los derechos humanos sean respetados fue cumplido absolutamente. Siles fue incapaz de reprimir una marcha un protesta o una huelga indefinida, al extremo que la COB hizo con el ya anciano dignatario lo que quiso, desde sacudirle una olla vacía en la cara en plena mesa del gabinete sin el más mínimo respeto, hasta pararle el país entero por más de 60 días. Que diferente fue de aquel duro y arrojado Siles del 56 al 60.

En todo caso a lo que deseo hacer referencia en esta oportunidad, es que además de los problemas económicos y políticos por los que atravesó el primer periodo democrático, la naturaleza también se encargó de hacer de esos tres años de gobierno una auténtica calamidad.

Durante el año 1984, un extraño fenómeno empezaba a convertirse en lo que ahora es parte cotidiana del paisaje paceño, ahora nacional. Campesinos del Norte de Potosí, poblaban las calles de la urbe paceña con unos rostros tristes, asustados e impresionados por una ciudad tan dinámica y diferente al paisaje de cabecera de valle, donde los cerros y montañas no están cubiertos por enormes edificios de cemento y tantos vehículos, que recuerdo a más de uno se llevó por delante mientras aprendieron a cruzar las caóticas calles del centro paceño.

La causa de la llegada de estos centenares de campesinos con trajes cafés y sombreros de bayeta blanca era la urgencia por auxilio en que los puso una sequía cruda de más de 8 meses que golpeó el altiplano boliviano.

Muy pronto los únicos dos canales de televisión comenzaron a bombardear los ojos de los telespectadores con la secuencia de hombres y mujeres rascando en la tierra las cadavéricas papas que murieron antes de nacer en la tierra árida, y que convertían al campesino occidental en un desesperanzado hombre que no sabía a quién acudir ni a quien pedir socorro.

La gente asistió, como le corresponde a un país solidario como Bolivia, de forma casi inmediata. Tan así fue, que los campesinos de estas tierras, desde hace más de 36 años, anualmente llegan a todas las ciudades del país para una y otra vez obtener el sentimiento de complementariedad con el necesitado y darles caridad, para luego volver a sus tierras con algo de capital para su vida diaria, incluso con cronogramas y metodologías dignas de estudio, pese a que también desde entonces, el Norte de Potosí debe ser uno de los lugares del paneta más asistidos por cientos sino miles de ONG´s que tratan denodadamente de cambiarles su calidad de vida, sin poder entender mucho, que su ajayu de vida los ancla a querer existir como viven y nada más.

Pero volviendo a aquellos aciagos días en los principios de los ochentas. A la par de la solidaridad, otra acción unió a los bolivianos, casi con un clamor sin convocatoria pero con la asistencia de la jerarquía católica, la gente se reunió para orar en plazas e iglesias, para pedir al Todopoderoso que abra las corrientes celestiales, sume nubes y suelte sobre el suelo castigado el origen de la vida en estado líquido.

Y Dios escuchó, llegó la lluvia y empezó a llenar los ríos y lagos e hizo que reverdezca el campo y que la arena se vuelva barro para que la existencia vuelva a cobrar su natural vigor.

Lo malo fue que no cayó como se esperaba y que en el cielo se olvidaron de cerrar la llave. Cuando la gente se dio cuenta que ya estaba de buen tamaño de agua, no había quien haga caso y esta no dejaba de caer. Llovió tanto y de tal manera, que si conoce la población de Copacabana en el departamento de La Paz, se dará cuenta de lo que hablo. El agua del lago llegó hasta la plaza del pueblo y borró del mapa a muchas poblaciones lacustres.

Nuevamente la ciudadanía se unió en solidaridad, nuevamente asistió a los urgidos y nuevamente se unió en oración levantando las manos y la mirada al cielo para pedir esta vez que deje de llover y que la vida vuelva a su curso normal, de periodos marcados, de luz y oscuridad en su justa medida para que todo sea armonía con la naturaleza.

Por ese entonces no había mucha información al respecto, lo que había sucedido es que tanto el fenómeno de El Niño y luego el de La Niña se hicieron cargo de este lado del mundo y por ello, ambos extremos el sol y el agua en exceso hicieron que la crisis de aquellos tiempos se vea realmente agudizada por tanto extremo climático.

Pero si algo bueno se pudo y debió rescatar de aquel entonces es que para bien o para que cambie el mal como pasó la primera vez, el pueblo acudió a Dios y depositó en el su fe, su esperanza, su angustia, pero sobre todo y ante todo le reconoció el poder sobre lo natural, la capacidad que solo él tiene de cambiar las condiciones climáticas, estén éstas sobre el mundo por la razón que fuere, y el resultado en ambos casos fue el mismo. Dios escuchó el clamor de su gente y le concedió su pedido, incluso cuando este fue excesivo y los bolivianos tuvieron que acudir nuevamente a su omnipotencia para que la naturaleza se comporte de formas y maneras que consigan vivir entre planeta e inquilinos en armonía de nuevo.

Ante la falta de lluvias, en diferentes ciudades y zonas del país, con una sequía realmente dura y la cual no parece terminar, aún pese a las incipientes lluvias que cayeron en los últimos días, las autoridades, conscientes del error de haber designado a gente sumamente incapaz a cargo de la provisión del líquido elemento para la población, más allá de buscar y proponer soluciones mediatas y de largo plazo, que hasta ahora no alivian totalmente la situación de la gente, han acudido a rituales andinos y por poco bailan la danza de la lluvia. Yo respeto todo tipo de cosmovisión, y finalmente lo que se haga puede que dé resultado, pero en lo personal estoy más que seguro que si Bolivia vuelve a poner los ojos en el cielo y pide al creador su generosidad para darnos lo que necesitamos en forma de lluvia, el Creador volverá a mostrarnos su bondad y hará caer sobre esta tierra bendita lo que sus hijos tanto anhelan.

Que así sea�

(*) Paceño, stronguista y liberal

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