La llegada al poder de Don Hernán Siles Zuazo vino acompañada por millones de bolivianos que tenÃan puestas, en la democracia, todas pero absolutamente todas las esperanzas de una mejor vida.
Otra de las esperanzas era que un gobierno democrático de tinte izquierdista, con intelectuales en sus filas y con la sangre joven y revolucionaria de los miristas pudieran poner fin a la grave crisis económica en la que nos habÃan sumido los militares, con tanta corrupción y sobre todo el despilfarro desde el periodo Banzer, que para octubre de 1982 tenÃan a Bolivia con una hiperinflación crÃtica, además de muchos problemas de abastecimiento.
Un sino de desorden y descontrol sumió al gobierno del Dr. Siles desde la lectura de su discurso de posesión, y nunca pudo lograr hacer pie. Su gobierno estuvo marcado por una infinidad de errores, unos peores que los otros, desde la promesa vacÃa (seguramente bien intencionada) de remediar las cosas en 90 dÃas, hasta el descalabro total tras la desdolarización.
Como todo en la vida, lo totalmente malo no fue la regla absoluta. Nuestro deseo de que los derechos humanos sean respetados fue cumplido absolutamente. Siles fue incapaz de reprimir una marcha un protesta o una huelga indefinida, al extremo que la COB hizo con el ya anciano dignatario lo que quiso, desde sacudirle una olla vacÃa en la cara en plena mesa del gabinete sin el más mÃnimo respeto, hasta pararle el paÃs entero por más de 60 dÃas. Que diferente fue de aquel duro y arrojado Siles del 56 al 60.
Durante el año 1984, un extraño fenómeno empezaba a convertirse en lo que ahora es parte cotidiana del paisaje paceño, ahora nacional. Campesinos del Norte de PotosÃ, poblaban las calles de la urbe paceña con unos rostros tristes, asustados e impresionados por una ciudad tan dinámica y diferente al paisaje de cabecera de valle, donde los cerros y montañas no están cubiertos por enormes edificios de cemento y tantos vehÃculos, que recuerdo a más de uno se llevó por delante mientras aprendieron a cruzar las caóticas calles del centro paceño.
Pero volviendo a aquellos aciagos dÃas en los principios de los ochentas. A la par de la solidaridad, otra acción unió a los bolivianos, casi con un clamor sin convocatoria pero con la asistencia de la jerarquÃa católica, la gente se reunió para orar en plazas e iglesias, para pedir al Todopoderoso que abra las corrientes celestiales, sume nubes y suelte sobre el suelo castigado el origen de la vida en estado lÃquido.
Y Dios escuchó, llegó la lluvia y empezó a llenar los rÃos y lagos e hizo que reverdezca el campo y que la arena se vuelva barro para que la existencia vuelva a cobrar su natural vigor.
Lo malo fue que no cayó como se esperaba y que en el cielo se olvidaron de cerrar la llave. Cuando la gente se dio cuenta que ya estaba de buen tamaño de agua, no habÃa quien haga caso y esta no dejaba de caer. Llovió tanto y de tal manera, que si conoce la población de Copacabana en el departamento de La Paz, se dará cuenta de lo que hablo. El agua del lago llegó hasta la plaza del pueblo y borró del mapa a muchas poblaciones lacustres.
Nuevamente la ciudadanÃa se unió en solidaridad, nuevamente asistió a los urgidos y nuevamente se unió en oración levantando las manos y la mirada al cielo para pedir esta vez que deje de llover y que la vida vuelva a su curso normal, de periodos marcados, de luz y oscuridad en su justa medida para que todo sea armonÃa con la naturaleza.
Por ese entonces no habÃa mucha información al respecto, lo que habÃa sucedido es que tanto el fenómeno de El Niño y luego el de La Niña se hicieron cargo de este lado del mundo y por ello, ambos extremos el sol y el agua en exceso hicieron que la crisis de aquellos tiempos se vea realmente agudizada por tanto extremo climático.
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