Apenas se produjo el deceso, una avalancha informativa recorrió el mundo con la noticia de que Fidel Castro falleció; también de la misma forma algunos datos concernientes a su personalidad y su trayectoria política. ¡Noventa años no es poco vivir! Incluso diríase que cuesta mucho soportarlo. La mitad de ese tiempo Castro mantuvo a Cuba uncido a la férula del comunismo. Fue sin duda el más antiguo dictador del mundo, de esos a quienes sólo la consunción vital los aparta. Los dictadores son así, adictos al poder. Atribuyen al "pueblo" la supuesta exigencia de su continuidad.
Pero ante la muerte, humildad. A la hora fatal del estribo deberían borrarse todas las diferencias. "Piensa bien que en el fondo de la fosa llevaremos la misma vestidura", dice una canción peruana. Y es verdad. En un cementerio de España se lee este epitafio: "templo de verdad es el que miras, no desoigas la voz con que advierte: que todo es mentira, menos la muerte". Y la Biblia con lo suyo: "¿Por qué buscas entre los muertos a los que aún viven?".
En fin, en el acervo de la sabiduría popular se dice que "no hay muerto malo ni novia fea". La muerte tiene el supremo poder de sublimar la memoria de los que se van; incluso los tiranos, al sucumbir, se transfiguran. Y en lo que hace a la novia, todos saben que después del altar ya nunca más se la verá con la espléndida belleza que lució en aquella noche nupcial. Son dos muertes de distinta forma, pero son?
Volvamos a la historia. Las revoluciones no son exportables; tienen su piso propio y su momento histórico; ni uno ni otro se repite en ninguna parte. Castro recogió la constatación de esa evidencia amarga en 1976, en ?ancahuazú. Y coincidiendo casi con su deceso las FARC también levantaron las manos y se acogieron a la democracia. El propósito era reemplazar el capitalismo con el socialismo a punta de bala. No fue posible. La revolución cubana no salió de Cuba. De la divisa "patria o muerte", ésta se dio antes que la otra cara ilusión.
Algunos fanáticos lo han comparado con Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid cuya presencia aun ya de muerto derrotaba a sus enemigos. Es una exageración. Pero su imagen perdurará en la memoria de las masas explotadas a cuya causa dedicó su vida. El muro de Berlín cayó para siempre, pero hay otros muros. Castro descubrió que las urnas funcionan mejor que las balas, y ahí los tenemos a los de la ALBA con la dictadura esencial oculta bajo la apariencia de democracia.
En contraste con la cobertura periodística, hay una aparente apatía en Cuba y mucha gente en el exilio celebró el suceso. Con esa ausencia definitiva se espera que pronto se implante la democracia en Cuba. Y para Fidel Castro, ya en la edad provecta, el trance final tuvo una innegable connotación liberadora.
(*) Escritor, miembro del PEN Bolivia
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