Lunes 28 de noviembre de 2016
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Todas las unidades educativas asisten a la clausura del presente año escolar y, asimismo, a la promoción de nuevos bachilleres: en el país unos 158.000 y en Oruro algo más de 8 mil estudiantes, toda una pléyade de talentos humanos, quienes optarán por una carrera profesional sea en la universidad estatal o privada.
En este contexto, se sabe que el conocimiento científico empleado en la educación primaria, secundaria y superior está fragmentado en disciplinas, sea en facultades, programas o carreras, empeñadas en especializaciones que no son sino procesos de fraccionamiento de los contextos, las globalidades y las complejidades. Así se asiste a una inteligencia parcelada, compartimentada que para Edgar Morin, por ejemplo, significa educar de manera "mecanicista, disyuntiva, reduccionista (que) rompe lo complejo del mundo de fragmentos separados, fracciona los problemas, separa lo que está unido, unidimensionaliza lo multidimensional".
Ante esta modalidad de conocimiento unidimensional, conviene plantear una reforma sustancial al contexto de la educación, no de una simple readecuación de los planes de estudio o programas sino paradigmática, es decir, mediante el pensamiento complejo que no es sino la estrategia de unir (no unificar) los conocimientos. Complejidad como un tejido de constituyentes heterogéneos (facultades, carreras, programas?) inseparablemente asociados, una paradoja relación de lo uno y lo múltiple. Pensar así la educación es asistir a la construcción de un conocimiento complejo, donde los problemas sociales deben ser abordados polidisciplinaria y transversalmente, multidimensional y transnacionalmente; de ahí que los profesionales, para Morin, tengan una cabeza bien puesta, "apta para organizar los conocimientos y de este modo evitar una acumulación estéril".
Una educación superior donde se investigue y produzca, se aprenda y enseñe a no fragmentar los saberes; reflexionar así permanentemente entre las partes y el todo, entre lo simple y lo complejo, para lo cual conviene invertir un diez por ciento (diezmo epistemológico) del presupuesto a financiar esa reflexión sobre el valor y la pertinencia en la enseñanza multidimensional, que promovería políticas de intersubjetividad comunicativa entre las ciencias y saberes sociales y naturales. Siendo así, la educación superior orientaría su estrategia a construir una conciencia de identidad terrenal, de pertenencia mutua entre el hombre y el mundo, nuestra tierra, entendida como primera y última Patria.