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Domingo 27 de noviembre de 2016

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Revista Dominical

Recuerdos de Todos los Santos

27 nov 2016

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Nació el sol, nació el día primero de noviembre, día que se recuerda la fundación de Oruro y consagrado también a la recordación de todos los santos.

El astro rey, aquel lejano día, lento y frío se elevó en el horizonte; mientras comenzaba la actividad mundana. El rumor de las gentes y el sonido de las movilidades llenaban el espacio como el murmullo de una colmena gigante plena de actividad.

En una casa marginada, un perro cha´skoso huyendo de la sombra, buscaba afanoso el sol. Al frente de la misma, dos campesinos, con las espaldas dobladas, acarreaban pesadas latas llenas de agua para las comidas de los santos muertos y de los no muy santos vivos...

Por la Velasco Galvarro y en dirección hacia su puesto de trabajo, un ciego iba acompañado de un niño que hacía las veces de lazarillo, con el violín en bandolera... ya se sentían en el aire el comienzo de los coros:

"Alabado san señor,

Sacramento del altarÂ?"

Por la calle Bolívar se desplazaba una coqueta niña, contorneando sus caderas y admirando sus movimientos en la sombra proyectada en la acera; en tanto que las amas de casa, apresuradas, se dirigían en tropel al mercado para realizar sus compras y preparar las ofrendas en las "mesas o tumbas", como las llaman.

Un señor, con claras muestras de no haber dormido en toda la noche de la víspera, se esforzaba por encender su automóvil bajo la mirada hirsuta de la dueña de casa, mientras dos niños, en el interior del auto, se encontraban luchando, a brazo partido, con un cachorro que pugnaba por salir disparado.

Otro niño, campesino, sentado sobre sus talones, esperaba posible compradores para sus monteras en miniatura (pequeños cascos de cuero endurecido usados en el Norte de Potosí), ajeno a la discusión de tres jóvenes que hablando de las "parcas" (diosas que hilan el destino y la vida de los hombres), buscaban aclarar cuál de las tres: si Ãtropos, Láquesis o Cloto, era la que cortaba los hilos de la vida...

En un barrio residencial, una joven adolescente se negaba a salir con sus amigas a pasear, porque no había estrenado un vestido nuevo como ellas.

"Y la Virgen concebida

Sin pecado originalÂ?"

Cerca del mediodía, cuatro niños se acercaron a una tienda de abarrotes ofreciéndose: "¿Se lo rezamos señora?". La dueña de la casa respondió desde adentro: "¿Cuántos son?" - "solamente cuatro" - dijeron, entrando en la tienda donde habían preparado una tumba tras la cortina. El "corero", en uno de sus versos decía:

"Angelitos pío, pío,

Cielomanta rikuchiway,

Diosninchej chimpanaypaj

Perdonta manakunaypaj..."

Terminado el canto y la oración, la señora preguntó cuál era el "corero", para darle la ración más grande de masitas.

Al mediodía, la "crema" emergía de la boca de la catedral, después de haber cumplido el sagrado ritual. Al partir la fila de automóviles estacionados allí, provocó un pequeño embotellamiento que fue reclamado por la estridencia vocinglera de los autos estacionados. Ya vaciado el lugar, pasaba frente al templo, silencioso e indiferente, un señor rubio, desharrapado, llevando al hombro, un sucio bulto y una vieja bolsa en la mano.

En el cementerio, los deudos se afanaban por conseguir una escalera unos, y por pulir los lujosos adornos otros; mientras niños y jóvenes cargados de desvencijadas escaleras y recipientes con pintura ofrecían: "¿Se lo pinto señor?" Afuera, un altavoz difundía boleros de caballería en tanto que la gente entraba y salía del Camposanto transformado en un hormiguero. En la plaza del cementerio se encontraban, desde flores olorosas para homenaje de los muertos, hasta platos sabrosos para deleite de los vivos. A pocos pasos, una viejita mendiga reclamaba: "Papitu, para pancitu..."

En la casa de un recién fallecido, la familia doliente sirvió a sus invitados el plato favorito del que en vida fuera... un anciano contaba anécdotas de su infancia cantando:

"Las cuentas de tu rosario

Son balas de artillería

Que al decir ave María

Todo el infierno temblaría..."

Ya en la tarde, un sol de plomo abochornaba las calles. Cerca del mercado Campero, un campesina acompañada de una niña triste, sucia y llena de picaduras de insectos (algunas infectadas), porque, habían -decía- ido al Chapare, ofrecía hojas de cedrón oloroso al grito de: "Rantiway kaseritu..."

La llegada del crepúsculo nocturnal trajo consigo el llanto de las Almas que caía sobre la ciudad. Las campanas de la vieja torre de la catedral derramaban su tan, tan, tan, junto a las gotas de la garúa que caía...

Entretanto, en una casa cercana, una vecina se quejaba: "Tengo trece hijos y a mi marido lo han despedido de su trabajo en la mina. Ahora uno de mis hijos varones está sosteniendo la casa trabajando en una cancha..."

Llegó la noche y el vocerío de la ciudad cesó, dando un descanso momentáneo al trajín de los deudos vivos, y paz a los muertos..., los que serían despertados al día siguiente para la despedida, con el canto de:

"Todos santosmanta

¡Ay! Palomita.

San Andrés killa

Por vos vidita..."

Así pasó, entonces, lo que fuera el día, la tarde y la noche de la recordación de Todos los Santos...

Por: Rómulo Quintana Soza - Docente universitario y periodista

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