El astro rey, aquel lejano dÃa, lento y frÃo se elevó en el horizonte; mientras comenzaba la actividad mundana. El rumor de las gentes y el sonido de las movilidades llenaban el espacio como el murmullo de una colmena gigante plena de actividad.
En una casa marginada, un perro cha´skoso huyendo de la sombra, buscaba afanoso el sol. Al frente de la misma, dos campesinos, con las espaldas dobladas, acarreaban pesadas latas llenas de agua para las comidas de los santos muertos y de los no muy santos vivos...
Por la Velasco Galvarro y en dirección hacia su puesto de trabajo, un ciego iba acompañado de un niño que hacÃa las veces de lazarillo, con el violÃn en bandolera... ya se sentÃan en el aire el comienzo de los coros:
"Alabado san señor,
Sacramento del altarÂ?"
Por la calle BolÃvar se desplazaba una coqueta niña, contorneando sus caderas y admirando sus movimientos en la sombra proyectada en la acera; en tanto que las amas de casa, apresuradas, se dirigÃan en tropel al mercado para realizar sus compras y preparar las ofrendas en las "mesas o tumbas", como las llaman.
Un señor, con claras muestras de no haber dormido en toda la noche de la vÃspera, se esforzaba por encender su automóvil bajo la mirada hirsuta de la dueña de casa, mientras dos niños, en el interior del auto, se encontraban luchando, a brazo partido, con un cachorro que pugnaba por salir disparado.
Otro niño, campesino, sentado sobre sus talones, esperaba posible compradores para sus monteras en miniatura (pequeños cascos de cuero endurecido usados en el Norte de PotosÃ), ajeno a la discusión de tres jóvenes que hablando de las "parcas" (diosas que hilan el destino y la vida de los hombres), buscaban aclarar cuál de las tres: si Ãtropos, Láquesis o Cloto, era la que cortaba los hilos de la vida...
En un barrio residencial, una joven adolescente se negaba a salir con sus amigas a pasear, porque no habÃa estrenado un vestido nuevo como ellas.
En el cementerio, los deudos se afanaban por conseguir una escalera unos, y por pulir los lujosos adornos otros; mientras niños y jóvenes cargados de desvencijadas escaleras y recipientes con pintura ofrecÃan: "¿Se lo pinto señor?" Afuera, un altavoz difundÃa boleros de caballerÃa en tanto que la gente entraba y salÃa del Camposanto transformado en un hormiguero. En la plaza del cementerio se encontraban, desde flores olorosas para homenaje de los muertos, hasta platos sabrosos para deleite de los vivos. A pocos pasos, una viejita mendiga reclamaba: "Papitu, para pancitu..."
Ya en la tarde, un sol de plomo abochornaba las calles. Cerca del mercado Campero, un campesina acompañada de una niña triste, sucia y llena de picaduras de insectos (algunas infectadas), porque, habÃan -decÃa- ido al Chapare, ofrecÃa hojas de cedrón oloroso al grito de: "Rantiway kaseritu..."
La llegada del crepúsculo nocturnal trajo consigo el llanto de las Almas que caÃa sobre la ciudad. Las campanas de la vieja torre de la catedral derramaban su tan, tan, tan, junto a las gotas de la garúa que caÃa...
Entretanto, en una casa cercana, una vecina se quejaba: "Tengo trece hijos y a mi marido lo han despedido de su trabajo en la mina. Ahora uno de mis hijos varones está sosteniendo la casa trabajando en una cancha..."
Llegó la noche y el vocerÃo de la ciudad cesó, dando un descanso momentáneo al trajÃn de los deudos vivos, y paz a los muertos..., los que serÃan despertados al dÃa siguiente para la despedida, con el canto de:
Asà pasó, entonces, lo que fuera el dÃa, la tarde y la noche de la recordación de Todos los Santos...
Por: Rómulo Quintana Soza - Docente universitario y periodista
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