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Domingo 20 de noviembre de 2016

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Cultural El Duende

BARAJA DE TINTA

De Sancho a Don Quijote

20 nov 2016

Fuente: Por Julio Ameller Ramallo

Homenaje al IV Centenario de la muerte del novelista, poeta y dramaturgo español Miguel de Cervantes Saavedra (Alcalá de Henares, 1547 - Madrid, 1616)

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Mi señor don Quijote a quien Dios guarde:

aún me queda la sal, sal de las lágrimas

que con Teresa y Sancha derramamos

leyendo y releyendo vuestra carta.

Me decís que os marcháis, que estáis cansado

que os empuja a la muerte la canalla

-aquella que por mal de mis pecados

de bachiller o cura se disfraza-

y añadís sabe Dios cuántas razones

que mi razón a comprender no alcanza.

Pero yo, mi señor, que he recibido

la semilla de todas las palabras

que dejasteis en tierra de ternura

y de entrañable fe, que es esta mi alma,

yo que siento que ahora, cuando llegan

las sombras del ocaso y las llamas

de la pasión se extinguen sin remedio

dejándonos la cuita grave y vaga

de sentir que se ha ido del espíritu

aquello que sin tregua iluminaba

las sendas de la vida, los instantes

de la duda y la angustia; cuando nada

parece que perdura en el desierto

infinito y salado de las almas;

yo, mi señor, señor, yo que he catado

el vino del milagro y la esperanza

que me disteis con esas vuestras manos

que escanciaban sin término las ánforas

del ensueño y la fe, yo, don Quijote,

poniendo el corazón en mis palabras,

debo deciros que el error enturbia

la fuente que hasta ayer brillaba clara,

esa fuente de amor que nos trajisteis

para un mundo sin luz y sin mañana.

Decís que amor conduce a desventura�

No conozco mayor que la del alma

que ha perdido su ruta y se retuerce

vencida por la niebla. Quien no alcanza

las cimas del ensueño, quien no siente

el fuego que sintió Amadís de Gaula

-todavía no olvidan mis pupilas

lo que me hicisteis ver cuando en La Mancha

desfacimos entuertos y luchamos

en el nombre de Dios y vuestra dama-,

ese sí que conoce desventura,

la que más hondo hiere las entrañas:

desventura sin nombre ni remedio,

la que es final de todo pues acaba

por dejarnos sumidos en el fango

de vivir sin amores ni esperanza.

Firmáis que vuestro amor nunca fue cierto

y sólo fue verdad lo de la lágrima,

mas o juro, señor, que yo he sentido

todo mi ser ungido por la algalia

con que iba señalando su sendero

la gentil Dulcinea, vuestra dama.

Ella fue el claro norte, limpia senda

que las noches inciertas alumbraba.

Decir que no existió ¡válgame Cristo!

esa princesa por Ceilán perlada,

es algo que no entiendo ¡voto a sanes!

sabiendo que paristeis con el alma

ese dulce prodigio de belleza

que conmueve la mía a la distancia.

Grandes señores fueron Florismarte,

Palmerín y también el de Bretaña

-dignos los tres, lo sé, de ser amigos

de la muy noble y alta doña Urganda-

pero decidme cuál, ¿cuál por ventura

pudiera contra vos blandir su lanza

sabiendo, como saben, que no hay lides

que os puedan parecer duras batallas?

Si seguí, buen señor, la invicta senda

que trazó para mí vuestra enseñanza,

si comí el pan de noches sin consuelo

tundido por los palos sin entrañas

con que midieron ¡ay de mí! villanos,

mis costillas, los hombres de mil layas;

si un día me mantearon y en el aire

hube de hacer cabriolas; si mi hazaña

-pese al miedo, señor-, no ha sido otra

que compartir con carne dócil, mansa,

una noche el horror de los batanes

y otra noche sin fin de graves cábalas

sin desmayar jamás aunque por dentro

el caudal de mis fuerzas se agotaba;

si fui capaz, señor, de dar al traste

con mi hogar, con Teresa y con mi Sancha

llevando aquellas ínsulas por norte

y por alforja el hambre; si almohada

de todos mis desvelos fueron cuitas

aunque en cambio nutríame la clara

seguridad del triunfo; si tornando

en valor mi cobarde, humilde y mansa

naturaleza fui flor de escuderos

-tal como a grandes voces aclamabais-

tal ocurrió, señor, porque el señuelo

del divino reclamo me llamaba

hacia tierras cimeras e inmortales

para vos y muy pocos reservadas.

Y ahora renuncias, mi don Quijote,

a ese vuestro destino, al sin mancha,

al que nos mueve a todo lo más hondo,

definitivo y alto; al que sin tasa

nos induce a salir por los caminos

donde tantos gigantes se levantan

vestidos de apetito y de mentira

sin más nombre y blasón que el de su infamia;

renuncias, mi señor, a las empresas

que desde el cielo Dios os señalara

cuando os mostró en el llanto de los huérfanos,

en la débil doncella abandonada,

en los que tienen ciegos los espíritus

y en quienes llevan muerta la esperanza,

el alzado destino que es el vuestro

porque nacisteis portador del alba.

Y pretendéis morir -cosa tan fácil-

arguyendo cansancio. No se cansa

quien tiene que luchar. Bueno está ello

para el menguado, el vil, para el canalla.

Arriba mi señor. El mundo es grande

y espera que relumbre vuestra lanza.

Listos ya Rocinante y mi jumento

no pueden contener sus muchas ansias.

Mirad que en los caminos nos esperan

el amor, el dolor y la esperanza

y a vuestro anuncio tiemblan los que tienen

por noble profesión la de canallas.

Salgamos de una vez y para siempre

mensajeros del mundo de mañana.

Fuente: Por Julio Ameller Ramallo
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