Loading...
Invitado


Domingo 20 de noviembre de 2016

Portada Principal
Cultural El Duende

El ámbito de las emociones y el campo del análisis crítico en la región andina

20 nov 2016

H. C. F. Mansilla

Hay que evitar los extremos: una máxima que suena bien y dice poco. Nunca me gustó el experimento por el experimento mismo, es decir cuando este se convierte en un fin propiamente dicho. No hay duda de la necesidad de los experimentos en el arte y las ciencias, pero con la meta de alcanzar o conocer algo que vale la pena. Pero cuando el arte se transforma en algo muy artificial y artificioso, en pura extravagancia, en el intento forzado de mostrar lo exclusivo, lo oculto y lo abstruso, entonces la propensión a lo anticlásico se convierte en un juego inofensivo, repetitivo y tedioso. El motivo anticlásico, como lo denominó Gustav René Hocke, es, sin duda alguna, importante: nos muestra la relación problemática que tenemos con nuestro propio yo, con nuestros valores familiares y tradiciones. Este motivo, por lo tanto, nos hace avanzar en el conocimiento del mundo y de nosotros mismos. Para nuestro propio desarrollo es indispensable reconocer que el mundo es un laberinto, que la fantasía poética es tan enriquecedora como la mística religiosa auténtica y que el raciocinio más elevado puede convivir con las emociones más extremas.

El culto desmesurado del experimento y de las ocurrencias deja, sin embargo, sus huellas en la dimensión de las intuiciones y emociones políticas. Se manifiesta no sólo mediante el rechazo del racionalismo occidental, sino también en el enaltecimiento de procedimientos violentos como la vía adecuada del saber y actuar correctos. Fausto Reinaga, el pensador más importante del indianismo boliviano, afirmó que el "odio volcánico que hierve en el alma de mi raza" sería al mismo tiempo el camino privilegiado del conocimiento intelectual-político, la genuina y profunda esperanza para la redención de los pueblos indígenas y la base para producir el hombre total, que pudiese superar la Europa decadente, criminal y corrupta. Este mito de la violencia purificadora y constructora encubre, empero, una función muy prosaica y convencional: la captura del poder político con fines pragmáticos y profanos.

Para diluir el peso negativo de la manipulación autoritaria de las intuiciones y los sentimientos tendríamos que combinar un enfoque anticlásico con los mejores productos de la tradición racionalista occidental. Por ello y como contrapeso hay que mencionar a Desiderio Erasmo de Rotterdam (1469-1536), el clásico por antonomasia. El ser humano es el animal que se estorba a sí mismo y que a menudo desprecia su propia naturaleza. Erasmo aseveró que caritas y scientia están siempre en situación de mutua dependencia: un amor que no muestra comprensión es tan peligroso como un afán de libertad caótico e irrestricto. La libertad debe hallarse en una constelación de humanidad practicada; el amor llega a ser comprensivo y hasta clarividente si está acompañado por una adecuada formación humanista. Erasmo fue el campeón de la libertad de la consciencia: a través de la razón. Insistió en que debemos liberarnos del "sueño de los teólogos". �l nos enseñó el valor del cosmopolitismo y universalismo de corte pragmático así como la relevancia suprema del pluralismo y la tolerancia. �l es uno de los primeros que expresamente deseó ser ciudadano del mundo, o más precisamente de la res publica literarum; quiso pertenecer a todas las comunidades nacionales, sin ser súbdito de ninguna de ellas en particular. Sus muchas vacilaciones se deben a la consciencia clarividente de las ambigüedades de todo lo existente, a la facilidad de equivocarse al afirmar algo categóricamente y a la imposibilidad de conocer el fundamento y el núcleo de muchas cosas. Las emociones socialmente relevantes deben ser analizadas combinando principios racionales universalistas (como los propugnados por Erasmo) con valores particularistas, que corresponden a la dignidad de los fenómenos individuales.

Me he detenido en estos fragmentos teóricos porque supongo que estos señalan un gran tema de la cultura política latinoamericana y especialmente andina: una relación conflictiva entre la esfera racional del análisis y el campo emocional de las decisiones existenciales. Los intelectuales del área andina tienden a menudo a aplicar los instrumentos del análisis racional con suma perspicacia sobre sus adversarios y los regímenes que detestan. Con respecto a sí mismos y a los modelos políticos que admiran estos pensadores parecen que suspenden premeditadamente toda intención crítica. En una palabra: abrazan causas, movimientos y partidos partiendo de actos electivos existenciales que están dictados o, por lo menos, fuertemente influidos por intuiciones y sentimientos. En lo que se refiere a los enemigos ideológicos o a los sistemas que combaten, no hay duda de que utilizan los métodos racional-analíticos con gran pertinencia. En cambio cuando se adhieren a una corriente ideológica, adoptan casi siempre, como escribió Octavio Paz, la actitud acrítica de los misioneros fieles a una iglesia, quienes fácilmente se transforman en inquisidores dogmáticos. Este tipo de intelectual, dice Paz, no acaricia dudas ni alimenta escrúpulos: "demuestra, adoctrina, refuta, convence, condena. Llama a los otros camaradas pero jamás habla con ellos: habla con su idea. Tampoco habla con el otro que todos llevamos dentro". La mayoría de los intelectuales se pliega casi exclusivamente a tendencias que están en boga, como el marxismo tercermundista durante la segunda mitad del siglo XX. Acto seguido abrazan con el mismo ímpetu el postmodernismo relativista. Rara vez ofrecen resistencia a estos movimientos doctrinarios que poseen la fuerza normativa de las grandes modas seculares. El marxismo de estos intelectuales, por ejemplo, se convirtió rápidamente en una pasión, una fe y una esperanza -es decir: en impulsos teológicos- y dejó atrás la distancia crítica e irónica que es indispensable en todo proceso cognoscitivo serio. La falta de una instancia autocrítica empuja a estos intelectuales a identificaciones fáciles con lo que ellos suponen que es lo positivo y lo ejemplar, lo que a menudo está personificado por el líder del propio movimiento político o el caudillo que apoyan para la conquista del poder. Estas identificaciones fáciles denotan un grave inconveniente: dejan de lado los sentimientos de culpa, responsabilidad y previsión, que han sido la base de un desarrollo cultural maduro a lo largo de milenios, y los conduce a sobrevalorar lo propio -la ideología a la que se adscriben habitualmente, los valores axiológicos que vienen de atrás, las convenciones y las rutinas de su entorno- en detrimento de lo ajeno.

Para comprender esta problemática no es superfluo un vistazo a la literatura universal. Al igual que en algunas sociedades latinoamericanas y especialmente andinas, los personajes de F. M. Dostoevski no tienen una moralidad de la mesura y la prudencia (phronesis), acompañada por una reflexión acerca de la proporcionalidad de los medios. Están poseídos por un ansia de la intensidad. No buscan cuidadosamente normas de vigencia razonable, sino anhelan la experiencia simultánea de lo bueno y lo malo. El trasfondo histórico y socio-político no es una atmósfera reflexiva, calculadora y, al mismo tiempo, tolerante, sino la convicción colectiva de estar ante un destino y vivir una tragedia. Es un estado de ánimo que desea la intensificación y hasta la exasperación, no el diálogo o la negociación. La violencia es sagrada, el amor surge vinculado al odio, la felicidad al sufrimiento.

Isaiah Berlin constató una relación de amor y odio simultáneos de los intelectuales rusos con respecto al modelo civilizatorio de Europa Occidental. Algo muy similar puede detectarse en América Latina. Berlín afirmó que desde comienzos del siglo XIX funcionarios y pensadores rusos han admirado los logros occidentales en muchos rubros (casi todos cercanos a la llamada razón instrumental), pero han exhibido hostilidad, desconfianza y desprecio hacia la cultura occidental en muchos terrenos, como la organización familiar, el funcionamiento de la opinión pública y la estructura de la moderna democracia pluralista. Esta última fue y aún es considerada por sus detractores como un orden social débil y sin sustancia, antiheroico, mediocre y corrupto, similar al ámbito de los comerciantes y administradores, donde escasean los designios eminentes y los propósitos sublimes.

Berlín nos recuerda que desde las primeras décadas del siglo XIX los intelectuales rusos empezaron a comprender "la profundidad y la riqueza espiritual de los eslavos" en comparación con el "decadente y putrefacto Occidente, corrompido por [�] el más sórdido materialismo". El tratamiento de la civilización occidental por los románticos y los nostálgicos, pero también por pensadores socialistas, populistas e indianistas en América Latina es sorprendentemente similar. A comienzos del siglo XXI, los intelectuales adscritos al populismo andino se consagran ahora, olvidando las lecciones de Marx, a revitalizar el poder de la intuición, la sabiduría profunda de los ancianos y la verdad auténtica que reside en las emociones y las corazonadas y otros factores esencialistas similares, que presuntamente han resistido incólumes el paso del tiempo y los avatares de la conquista española. Frente a la razón instrumental, a la cual se le atribuye ahora un origen exclusivamente "occidental" y unas consecuencias estrictamente negativas, en el área andina se intenta revalorizar la memoria afectiva de las comunidades indígenas, especialmente la dimensión contenida en las vivencias silenciadas de las mujeres y en su sapiencia ancestral, para así edificar un orden social más humano y ecológicamente más duradero. Los agravios de vieja data son evocados con emoción y hasta con nostalgia, utilizando una metodología -las intuiciones y las corazonadas como una vía legítima de acceso al conocimiento filosófico y sociológico- que con los años se ha transformado en un instrumento muy popular en el seno de los estudios postmodernistas y relativistas. La voluntad en pro de la acción revolucionaria, basada en un impulso emotivo, es decir: noble, profundo, auténtico, desinteresado, emerge entonces como la precondición necesaria para el conocimiento auténtico.

Aún hoy en gran parte de América Latina el ámbito de las emociones que emerge en la vida socio-política y cultural está construido en torno a un anti-occidentalismo conservador, paradójicamente de origen católico, integrista y anticosmopolita, de inclinaciones ruralistas, partidario de revitalizar las costumbres y los credos ancestrales, actitud que ahora adquiere una dirección anti-imperialista y, simultáneamente, un tinte paternalista, favorable al autoritarismo caudillista de las tradiciones populistas. Este anti-occidentalismo posee una inclinación anti-imperialista muy vigorosa y popular, pero pasa rápidamente por alto la formación de jerarquías piramidales privilegiadas, la existencia de estructuras sociales y mentales de índole antidemocrática y la carencia del Estado de derecho en su propio seno. Para el caso ruso de los intelectuales del siglo XIX, especialmente para los eslavófilos que detestaban la civilización europea -sin conocerla adecuadamente-, Isaiah Berlin señaló que el anti-occidentalismo estaba edificado sobre un fondo de ignorancia y arrogancia y sobre un "feroz anti-intelectualismo". Algo de esto está todavía hoy muy vivo en el área andina.

* Hugo Celso Felipe Mansilla. Doctor en Filosofía.

Académico de la Lengua.

Para tus amigos: