Domingo 20 de noviembre de 2016
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Resuenan las bandas dando inicio a un carnaval de danzas y colores, comienza el afán de la gente, unos por completar sus trajes mientras otros se organizan por grupos para ver la entrada; mas todos tienen en común un sentimiento, "ser parte del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad"; y por qué no estar orgullosos si es uno de los pocos ejemplos sociales de acción conjunta de las personas hacia un fin único, que es realizado por propia voluntad y placer, donde se invierte tiempo y dinero en preparar las danzas y demás actividades propias del carnaval. Es una muestra de que la decisión y arranque conjunto pueden dar resultados grandes, más allá de las limitantes económicas que acompañan a ésta realidad.
La tradición y la historia de una región, debidamente ordenadas e hilvanadas dan soporte a leyendas representadas con el mayor sentimiento de propiedad, la creatividad convergente de miles de personas crean trajes típicos exclusivos de la región admirados por el resto de la humanidad.
Mas esta acción conjunta tiene detalles y particularidades que no se deben dejar escapar, la voluntad comunitaria requiere de una dirección, un norte que oriente el comportamiento colateral al gran propósito; es entonces que salta la necesidad de guiar el comportamiento popular más allá de la danza o la expectación, la conducta humana es repetitiva por excelencia y la búsqueda innata de satisfacción siempre toma ímpetu propio considerando regularmente la anterior acción como insuficiente. Así en algún momento en su historia, el carnaval de Oruro se cobró la fama de ser el tiempo de consumir bebidas alcohólicas sin control, ensuciar sin respeto e idolatrar el no importismo ante cualquier actitud o actividad. De esa forma, y siguiendo la repetitividad e inercia de la conducta humana hemos llegado a las condiciones y creencias actuales, donde miles de visitantes, propios y ajenos planifican un desenfreno, aludiendo incluso en algunos casos, que es en honor a la Virgen del Socavón.