Miercoles 09 de noviembre de 2016
ver hoy
Las experiencias sufridas por el país tan sólo tomando en cuenta los últimos quince años, deberían ser lección más que suficiente para renunciar a los extremos como son las huelgas y los bloqueos. La creencia de que "las huelgas obligan al gobierno?" son absurdas porque no hay presión o medida alguna que obliga a cualquier gobierno a hacer lo que es producto de exigencias, intemperancias, demagogia, populismo, contravención a las leyes que, en conjunto, hacen a la anarquía.
Si las autoridades hiciesen todo lo que determinan quienes están siempre predispuestos para las huelgas, marchas, manifestaciones y bloqueos, dejarían de ser autoridad de Estado y sus decisiones no serían aceptadas ni acatadas por la mayoría de la población. Quienes creen que el bloqueo - extrema medida a la que se llega luego de huelgas y paros intempestivos - no es un delito contra la colectividad nacional, es un desconocimiento de las leyes y es atentatorio contra todos los intereses del Estado y es, en alto grado, un boicot a lo que haga o debe hacer el gobierno. El bloqueo, por las graves consecuencias que acarrea es el principio y fin de la anarquía porque destruye valores y principios de una sociedad que busca concordia, unión, trabajo, libertad y vigencia plena del sistema democrático que es la esencia de lo legal; el bloqueo es atentado contra los derechos del pueblo porque lo priva de medios de locomoción, destruye la propiedad privada al conseguir que la producción de alimentos y bienes destinados al pueblo se destruyan, pierdan valor y atenten contra la economía de los productores y del país. El bloqueo es contradecir principios elementales de cordura, cordialidad, respeto y consideración que merecen los pueblos; es el inicio del fracaso de cualquier plan positivo que tengan tanto el gobierno como los empresarios privados porque destruye posibilidades de crecimiento y aleja el logro de mayor empleo.