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Domingo 06 de noviembre de 2016

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Cultural El Duende

El Inca Garcilaso de la Vega

06 nov 2016

Fragmento del ensayo escrito por el Antropólogo Álvaro Condarco Castellón en homenaje al IV Centenario del fallecimiento del Inca Garcilaso de la Vega (Perú, 12 de abril de 1539 - España, 23 de abril de 1616)

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Primera de dos partes

El descubrimiento de América, y su profunda repercusión en Europa, hizo necesaria la relación que describiese los pueblos conquistados, introduciendo la etnografía como método de la historiografía; los primeros conquistadores fueron una especie de reporteros y comentaristas de sus viajes, describiendo lo que veían, eran testigos presenciales y actores de los hechos. Cieza de León, dice: "cuando otros soldados descansaban, cansaba yo escribiendo? escribir y seguir a mi bandera y capitán?"; tal fue su oficio o sus dos oficios como, de tantos otros descubridores y cronistas.

Las crónicas de la conquista son la primera historia peruana, porque no hay patria sin historia. La leyenda y el mito, la simple tradición oral de los pueblos primitivos son fuentes remotas de la historia, pero no la constituyen todavía. La historia aclara la conciencia de los hechos, y da al hombre la capacidad y la necesidad de comprobarlos. Pero para que haya historia cabal se necesita haber llegado a la escritura. Los pueblos que no han alcanzado la escritura -dice Shotwell- viven dentro del dominio del tabú y del folklore.

Los Incas trataron infructuosamente de preservar sus recuerdos históricos del olvido. Ese intento frustrado fueron los quipus. Los cronistas castellanos vendrían a redimir del olvido los restos de la poesía heroica de los Incas y la tradición oral histórica de sus quipucamayos para fijarlos perdurablemente en lengua y escritura castellanas, extrayendo así los mitos y leyendas de la niebla confusa de la pre-historia y los incorporaron a nuestra conciencia actual.

La crónica implica una cercanía en el lugar y en el tiempo. Los cronistas viven en el espíritu de los acontecimientos que describen y pertenecen a él. El historiador vive fuera de ese ámbito inmediato y trata de penetrar en él o de reconstruirlo, pero con un espíritu distinto de los hechos que narra. El mayor mérito de un historiador es el de que el lector lo considere y lo crea como a un testigo de la época. El don del cronista es pues la presencialidad, que da a sus palabras el sabor peculiar de la vida.

El Inca Garcilaso de la Vega, hijo de un conquistador español y de una ñusta incaica, no sólo es uno de los primeros mestizos americanos, sino que es, espiritualmente, el primer peruano. En él se funden las dos razas antagónicas de la conquista, unidas ya en el abrazo fecundo del mestizaje, pero se sueldan, además, las dos culturas, hoscas y disímiles, del Tahuantinsuyo pre-histórico y del Renacimiento español. La síntesis original y airosa de este connubio histórico son los Comentarios Reales. Con ellos nace espiritualmente el Perú. La crónica seca y notarial de la conquista, vindicativa y laudatoria, se alumbra de amor en las páginas llenas de ternura y suave emoción del Inca Garcilaso, en las que apunta, por primera vez, el sentimiento hondo y subyugante de una patria peruana.

El Inca Garcilaso de la Vega, nació en el Cuzco el 12 de abril de 1539. Su madre, Chimpu Ocllo, fue, según él declara, nieta del Emperador Túpac Inca Yupanqui, por lo tanto sobrina de Huayna Capac y prima de los últimos monarcas, los infortunados hermanos y rivales Huáscar y Atahuallpa.

En cuanto al padre del ilustre personaje, lo fue el capitán Garcilaso de la Vega Vargas, nacido en Badajoz, de Extremadura y uno de los nueve hijos de Alonso Hinestrosa de Vargas y de su esposa doña Blanca de Sotomayor.

Garcilaso se inicia como escritor, pasados los cincuenta años. En 1590 publica en Madrid una traducción de los Diálogos de Amor de León el Hebreo. En 1605 publica la Florida, o historia del descubrimiento de aquella península por Hernando de Soto y, en 1609, la Primera Parte de los Comentarios reales, a los setenta años. Las hojas frescas de tinta de la Segunda Parte, que él no vería impresa, quedarían en la casa del impresor cordobés Andrés Barrera, al tiempo de su muerte.

En la primera parte de los Comentarios reales, Garcilaso quiso darnos su versión del Imperio de los Incas, impulsado por el ritmo de sus recuerdos, se puso a escribir, cuarenta años después de haber dejado el Cuzco, la historia y las tradiciones del pueblo incaico que había escuchado siendo niño a sus parientes maternos. Esa versión ha sido tachada, por lo general, sobre todo en el siglo XIX, de falsa, parcial o engañosa. Se ha atribuido a Garcilaso una tendencia imaginativa o novelesca. La crítica peruana novecentista, encarnada en Riva-Agüero, ha desbaratado esa interpretación y restablecido la fidelidad de Garcilaso a sus fuentes de información. Hoy queda establecido que Garcilaso no mintió ni inventó, sino que recogió, con exactitud y cariño filiales, la tradición cuzqueña imperial, naturalmente ponderativa de las hazañas de los Incas y defensora de sus actos y costumbres.

De conformidad con esta tradición imperial y no por voluntad propia, Garcilaso silenció, o más bien desconoció, los hechos de la historia pre-incaica y gran parte de la historia provincial. Estos son los defectos que más se han argüido contra su imparcialidad. Para Garcilaso, como para sus parientes cuzqueños, la civilización comenzó con los Incas. En todas las partes de su obra, restalla su desprecio para los pueblos que antecedieron a los Incas y para las tribus sometidas por éstos. De los chiriguanos dice que "viven como bestias y peores, porque no llegó a ellos la doctrina y enseñanza de los Reyes Incas". Acepta para estos indios todos los cargos que rechaza para los Incas: reconoce que practicaban sacrificios humanos, que comían carne humana, aún la de sus propios hijos y que practicaban vicios contra natura. De los pueblos pre-incaicos dice, contra los datos de la arqueología moderna, que "no tenían calles, ni plazas, sino como un recogedero de bestias".

Garcilaso, nos ha dado, pues, un Imperio depurado, según la tradición oficial cuzqueña. En esta visión, se omiten naturalmente revoluciones, traiciones, cobardías, crueldades, actos de barbarie, propios de un imperio primitivo. Riva-Agüero dice, por esto, que la versión garcilasista ha pasado por tres deformaciones: 1) la de los quipucamayocs del Imperio, que omitieron todos los hechos dañosos o desfavorables, al recoger su historia cortesana; 2) la de los parientes de Garcilaso, después de la conquista, suavizando la realidad y haciéndola aparecer como menos dura que la conquista española y 3) la deformación natural proveniente del temperamento poético de Garcilaso que embelleció el cuadro, desde la lejanía de sus recuerdos, con su intensa nostalgia. Hay que descubrir estas tres capas superpuestas para descubrir la verdad.

Dos tesis principales arrancan de la versión de Garcilaso y son objeto de discusión: 1) la de la gran antigüedad del Imperio Incaico y su formación gradual y 2) la del gobierno suave y paternal de los Incas y su conquista, más por persuasión que por las armas. Para Garcilaso la expansión del Imperio comienza desde los primeros Incas, con Lloque Yupanqui y sus expediciones al Collao, en tanto que para Cieza y otros cronistas, la expansión imperial sólo fue obra de Viracocha o de Túpac Yupanqui. La tesis garcilasista de la formación lenta y gradual del Imperio encierra parte de verdad como lo ha demostrado Riva-Agüero. Lo que existió antes de Pachacutec fue una confederación, presidida por los Incas del Cuzco, la que se convierte en una sujeción imperial a raíz de las grandes conquistas y del poderío del gran Inca conquistador. En cuanto a la tesis de la conquista pacífica y persuasiva, no hay duda que los parientes cuzqueños de Garcilaso se guardaron de contarle muchas de las crudezas de la guerra entre los Incas y la supervivencia de muchas de las costumbres bárbaras que ellos imputaron privativamente a los pueblos de la costa. El mismo Garcilaso refiere las crueldades inauditas de la guerra entre Huáscar y Atahualpa, y aún de las conquistas de Huayna Cápac, de las que recibió una información más directa y menos censurada por la desaparición de los órganos oficiales del incario. Llevado por esta corriente el Inca omite batallas y luchas cruentas, destrucciones de pueblos, que aparecen en el recuerdo sangriento de las tradiciones provinciales, principalmente en Santa Cruz Pachacutic, Huamán Poma de Ayala, Cabello Balboa y Sarmiento de Gamboa. Ahí está todo el aparejo de cabezas-trofeos, de tambores humanos, de cuerpos pisados por los triunfadores, que se han esfumado de la sonriente versión garcilasista. Esto no excluye, por cierto, la existencia de un régimen patriarcal, en el que no obstante el absorbente despotismo del Inca y de la casta real, se hubieran abierto paso algunas ideas altruistas de justicia económica y de asistencia social.

La versión de Garcilaso del Incario, no es sin embargo falsa ni mendaz. Es simplemente unilateral. Oyó y contó principalmente lo favorable, lo que exaltaba la memoria del Imperio perdido y no lo que hubiera justificado su desaparición. Hay que buscar lo que él quiso darnos, los méritos y no los defectos, las excelencias y los aciertos que fueron grandes en la mayor y más adelantada civilización indígena de la América del Sur. Y él nos dirá verdad cuando nos hable de los orígenes del Cuzco, de las virtudes y hazañas del pueblo de los Incas, de la grandeza de sus monumentos, de sus dioses y de sus leyes próvidas, del orden y bienestar del Imperio, de las riquezas de la tierra y del trabajo, de las escuelas y de las fiestas, de los haravicus y los amautas. En él hallaremos también la ponderación de los frutos y los metales, de las plantas autóctonas, del molle y la coca, de las pacíficas llamas y de las aves de tierra y agua, y sobre todo, el elogio de la tierra y la imperial ciudad del Cuzco, intacta en su memoria con sus barrios totémicos, su templo del Sol resplandeciente de oro y su fortaleza ciclópea que nadie ha descrito con más admiración y ternura que el Inca nostálgico.

La Segunda Parte de los Comentarios reales, comprende el relato del descubrimiento, conquista y guerras civiles del Perú. El Inca declara que escribe esta parte de su historia "para celebrar las grandezas de los heroicos españoles que con su valor y ciencia militar ganaron para su Dios y para su Rey y para sí, aqueste rico imperio, cuyos nombres, dignos de cedro, viven en el libro de la vida y vivirán inmortales en la memoria de los mortales". Frases como éstas se multiplican en su libro, a la par que la alabanza de su estirpe y su sensibilidad india, demostrando la anchura y generosidad de su espíritu, incapaz de ningún exclusivismo.

Continuará

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