Por ello luteranos y católicos quieren testimoniar juntos la gracia misericordiosa de Dios, hecha visible en Cristo crucificado y resucitado. "Nos comprometemos a seguir creciendo en la comunión fundada en el Bautismo, mientras intentamos quitar los obstáculos restantes que nos impiden alcanzar la plena unidad. Cristo desea que seamos uno, para que el mundo crea (cf. Jn 17,21)".
La Declaración insiste en la oración común para emprender el necesario compromiso en la historia actual y ser capaces de testimoniar juntos el Evangelio de Jesucristo, invitando a la humanidad a escuchar y recibir la buena noticia de la acción redentora de Dios, defendiendo los derechos humanos y la dignidad, especialmente la de los pobres, trabajando por la justicia y rechazando toda forma de violencia.
"Dios nos convoca para estar cerca de todos los que anhelan dignidad, justicia, paz y reconciliación. Hoy, en particular, elevamos nuestras voces para que termine la violencia y el radicalismo que afecta a muchos paÃses y comunidades, y a innumerables hermanos y hermanas en Cristo". Hay que trabajar conjuntamente para acoger al extranjero, para socorrer las necesidades de los que son forzados a huir a causa de la guerra y la persecución, y para defender los derechos de los refugiados y de los que buscan asilo.
La Declaración insiste en el servicio conjunto en este mundo que sufre la explotación y los efectos de la codicia insaciable. Reconoce el derecho de las generaciones futuras a gozar de lo creado por Dios con todo su potencial y belleza. Ruega por un cambio de corazón y mente que conduzca a una actitud amorosa y responsable en el cuidado de la creación. Luteranos y cristianos se comprometen a pasar del conflicto a la comunión como parte del único Cuerpo de Cristo, en el que se incorporaron por el Bautismo. No se deben olvidar estos compromisos y hay que animar a seguir rezando para alcanzar la deseada unidad.
La actitud de quienes critican ahora esta Declaración, según ellos demasiado indulgente, se parece al hermano mayor que cuando llega a casa y ve la fiesta de acogida se rehúsa a entrar. El padre tiene que salir a convencer al hijo mayor que no basta ser obediente y justo, sino que hay que amar con misericordia. Jesús vino a salvar a todos, especialmente a los pecadores. Desde esa perspectiva el encuentro del Papa en la sede luterana adquiere un valor simbólico extraordinario precisamente al concluir el Año del Jubileo de la Misericordia.
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