Los tiempos cambian y nosotros, la especie humana, también modificamos nuestras actitudes y comportamientos. Mientras la fija estática tiene poco de humana, lo estético sí debe formar porción nuestra. Además, no sólo andamos en continuo movimiento, con nuestro cambio de obrar sin miedo, requerimos de una libertad interna que hemos de saber respetarla. Todos nos merecemos, como seres pensantes, tener un dominio absoluto sobre el yo. Cada cual, por sí mismo, ha de contribuir a dar valor a la esencia de la vida, a través de su modo de ser y de vivir, que si hay algo que se debe alimentar, es recuperar lo humano en todas sus dimensiones. Lo inhumano no puede persistir. Tenemos que reconocer la abundancia de falsedades que se respira por todo el planeta, mediante discursos de odio y resentimiento que nos llevan a la perdición total.
Sea como fuere, deberíamos recapacitar, pues el futuro no está en saldar cuentas a nadie, sino en convivir cada vez más unidos. La marcha organizada en Madrid, el mismo día de la investidura del presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, es un claro testimonio de esa hipocresía reinante, pues no se puede agitar socialmente ninguna ilegitimidad, en una elección totalmente democrática.
Lo rotundamente antidemocrático, precisamente, es que dicho movimiento haya contado con el apoyo de parlamentarios, actuando contrariamente a lo que representan y de lo que forman ellos mismos parte. Este mundo de contradicciones, que aísla, enmaraña y separa, que enfrenta y activa el desasosiego desde la más probada invención, sí que merece la crítica y la exclusión de nuestros horizontes.
En todo caso, ni debemos lavarnos las manos, tampoco encerrarnos en nosotros mismos. Bienvenidos los cambios; pero con respeto y consideración hacia todo ser humano. Quien es auténtico, no quiere que le confundan ni confundirse, asume la responsabilidad por ser lo que es, y también se reconoce emancipado de cualquier poder.
Emanciparse es la mayor de las liberaciones en un ambiente de esclavitudes. Naturalmente, lo vengo diciendo en sucesivos artículos, es hora de indultarse asimismo y de tener voz propia, de renovarse hondamente en todas nuestras habitaciones interiores, de mirar hacia dentro de nosotros y también hacia fuera, con autenticidad.
Es característico del espíritu humano libre, reflexionar sobre estos vaivenes, ser partícipe de estas internas transformaciones, huyendo de la mentira, de lo que no es verdadero, pues únicamente desde la verdad puede construirse ese mundo más justo y fraterno.
A diario, somos traicionados por la apariencia de la verdad, engañados por lo que no es, y esto no es saludable para nadie. Reflejo de este clima de incertidumbres, es la intranquilidad de todos, cuando es desde la tranquilidad del alma, la manera de gozarse y de recrearse en la sabiduría.
La mentira, tan cruel como la verdad mal entendida, nos lleva a un callejón sin salida. Todos conocemos ciudadanos que han vivido para el odio y han suprimido todo el amor dentro de sí mismos. Han hecho de su vida una verdadera ficción. Ojalá descubriésemos que el mejor modo de vengarse de un enemigo es no parecérsele.
Por eso, es importante tener tiempo para nosotros, para poder hacer silencio y observar. Hoy más que nunca tenemos que asegurar que se respeten los derechos humanos, independientemente de su color político, etnia o religión. A mi juicio ha de ser prioritario evitar atrocidades futuras; de ahí, la necesidad de impartir justicia a las víctimas y de poner orden en un mundo tan convulso, por tantas injusticias aglutinadas.
Volviendo a ese cambio de época, continuo e inevitable, a ese factor dominante de la sociedad presente, lo que implica poner en clave humana la convivencia. El diálogo, con la multiculturalidad, ha de ser el gran instrumento y el lazo común de la sociedad. Estamos predestinados a entendernos, a convivir socialmente, aunque los escenarios sean diversos, ya que cada situación es distinta, y cada ser humano tiene un ritmo diferente de adaptación y aceptación a nuevas situaciones, lo que nos exige apertura y generosidad sin límites. Es hora de respuestas colectivas. Sólo así se podrán superar actitudes de desconfianza y promover una cultura concurrente, que genere cohesión social. En este sentido, con gran acierto a mi manera de ver, Naciones Unidas acaba de reivindicar el papel de las ciudades como fuente de desarrollo global e inclusión social. Idéntica aplicación hemos de hacer con el entorno rural, fortaleciendo las capacidades y los recursos, ayudando de esta manera a garantizar algo tan básico como es la seguridad alimentaria mundial.
Indudablemente, el mundo contemporáneo tiene necesidad de líderes prudentes que impriman un nuevo modo de vivir. Quizás tengamos que cambiar de lenguajes, ser más accesibles, prestando más atención a los que nadie quiere atender. Ya está bien de ponernos corazas para no ver lo que debemos ver. Somos una sociedad insensible, que no cuida a los enfermos, a los ancianos, ni tampoco les permite hablar. Sin duda, ante este bochornoso contexto, necesitamos otros paradigmas, que nos ayuden a volver a reubicarnos como familia.
No podemos seguir desorientados, porque tal desconcierto nos llevará a tomar caminos equivocados, a la confusión permanente, y esto es nefasto para un linaje que aspira a una mentalidad empática. Naturalmente, tenemos que salir de nosotros, para escuchar y oír, para acompañar y acompasar ritmos y facilitar el encuentro de timbres y tonos entre culturas. A mi juicio, es significativo leer la realidad, haciéndole frente, sin catastrofismos, con el valor necesario que da la ilusión de levantarse y renacer.
Tal vez tengamos que propiciar un cambio testimonial, de coherencia entre lo que decimos y realmente hacemos. Tenemos que aprender a suscitar humanidad. Y no ir por aquí, por allá, como autómatas, sin verter una lágrima ante los auténticos sollozos de la gente.
Si importante es saber reír, también lo es saber llorar con el análogo nuestro, no nos sorprenda la muerte sin haber sentido pasión o compasión por nadie. Sobrevivientes yazidi y defensores públicos como Nadia Murad y Lamiya Aji Bashar, personas galardonadas este año con el Premio Sajarov del Parlamento Europeo para la Libertad de Pensamiento, cuya entrega se llevará a cabo en Estrasburgo el 14 de diciembre, debe hacernos recapacitar.
Con la concesión del citado reconocimiento, todos los moradores de este planeta han de escucharles, pues están demostrando que su lucha no ha sido en vano y que siguen dispuestas a dar lo mejor de sí por reencontrar la esperanza en un mundo tantas veces desolado. Al final, cada humano ha de dar testimonio de lo que ha vivido. Así podremos meditar, tanto las generaciones actuales como las venideras.
(*) Escritor
corcoba@telefonica.net
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