Sábado 29 de octubre de 2016
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Vino a mi consultorio un joven muy confundido, ansioso e impulsivo. Tenía muchas cualidades; bastante apuesto, inteligente, deportista, líder, con un fuerte poder de decisión, sin embargo su impulsividad le jugaba una mala pasada.
Reaccionaba a cada situación de fracaso o pérdida, de una forma desaforada, es decir, llorando desmedidamente, rompía cosas, gritaba, demostraba su frustración y la reacción era así, desmedida. En cada situación positiva surgía también una reacción desmesurada, que sobrepasaba los límites de lo "aceptable" y rayaba en la osadía y falta de respeto, o sea, el desafío.
Demostrar tus sentimientos y emociones es válido, sin embargo, debes tener un cierto control sobre ellos.
Me preguntarán cómo. Es muy sencillo, metafóricamente, sólo debes cerrar los ojos y analizar qué es lo que hace contacto contigo: un pinchazo, una caricia, un golpe, cosquillas etc.
Las respuestas a aquellas manifestaciones no van a ser nunca iguales. Y dependiendo también de quien te las esté dando, dependerá también la respuesta.
En el caso del joven, su reacción a cada contacto era la misma y además descontrolada.