Contra la persistente tentación de lograr el éxito pólítico y el poder utilizando las prebendas, las componendas inmorales y la omnipresente corrupción, la conciencia moral del pueblo responde y no deja de responder, cuando constata que al político le rinde provecho la práctica del mal pues nunca es licito practicar el mal, cualquier sea el bien que se aspire lograr. Tal es la respuesta del pueblo como colectividad de individuos que atiende a su propio destino, a su alma inmortal, al objetivo final, a la vida eterna y a la política cuando esta ofrece el reino del mundo al precio del alma.
El Estado y la política cuando están separados de la ética y la moral, constituyen el terreno fértil para gobiernos corruptos que postergan los legítimos derechos de una mejor calidad de desarrollo humano y de la vida espiritual y material del pueblo. Esta respuesta del pueblo no resuelve aun el problema, pues no apacigua la angustia y el escándalo de la inteligencia que reside en el pueblo, porque en efecto se trata de una respuesta que emerge de la ética del pueblo a una cuestión planteada y estructurada por la política, y esto trasciende al Estado, siendo evidente que ninguna ética del pueblo por absolutamente verdadera y decisiva que fuere, puede constituir una respuesta adecuada para resolver el problema planteado por el cuerpo político.
El pueblo tiene su respuesta trascendente y la política no la acoge apropiadamente. El éxito de la acción pólítica corrupta seguirá triunfando en la tierra como se patentiza cotidianamente en el mundo. Por ello debe surgir la transformación profunda, desde los jóvenes, del político, que aun observa la misma como un medio de vida fácil y de enriquecimiento, en un escenario complejo de tentaciones de diversa índole y, el inicio de esa metamorfosis superlativamente positiva es comprender definitivamente que, lo eterno, no lo temporal, es la verdadera meta del político y no las prebendas del cuerpo político, así, el político, debe servir al pueblo con pasión y virtudes, como una realización personal que lo inserta en la historia de los ejemplos de una nación ya que el Estado, en el tiempo y en el espacio, ya no existirá y el político no es inmortal y la única herencia común en los hombres en su memoria es la moral y las virtudes aplicadas en el ejercicio del poder.
En la vida política misma, en el orden de la naturaleza, en la estructura de las leyes temporales de la existencia humana, ¿no es posible acaso que los primeros medios de proveer el bien al pueblo que son la moralidad y la justicia, conduzcan a la ruina y al desastre a la política?, definitivamente no, como también es imposible que los recursos para corromper el bien común a través de la política que son la injusticia y la felonía política lleven al triunfo a esta clase abominable de política.
Sin embargo, estas cogitaciones no tienen frecuentemente el éxito aspirado frente a la monumental corrupción en la historia política y es inadmisible para todo ciudadano que abraza la moral y la solidaridad como naturaleza inmodificable de su ser claudicar en el esfuerzo de concienciación.
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