Miercoles 26 de octubre de 2016
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En el anacrónico Estado del que no quería acordarme, había cierta vez un raro personaje. Era el hombre de la platita, el de las finanzas blindadas, el de la reputación inmaculada, el que hasta ahora había resistido indemne las acechanzas del poder; en fin, había? Pero ahora ya no hay. Se sabe que está construyendo un palacio de magnate. Los datos hablan por sí mismos: un edificio faraónico de 19 pisos, con cuatro tipos de elevadores, uno de ellos exclusivo para el gurú. Su costo oscila en la friolera de cien millones de bolivianos, sin contar cartas ni espadas.
No es fácil creer que esa fantasía estuviera en Bolivia, porque ella sigue siendo pobre y atrasada, aunque también "inocente y hermosa". Por su lujo asiático, el edificio en cuestión pertenece al primer mundo y nada que ver con el subdesarrollado, a menos que sea sólo un referente de la contradicción radical. Por el anuncio de la oposición, el ministro será interpelado y debe de sentirse feliz; una frenética ovación del sindicato legislativo siempre cae bien. Y después aunque le piquen moscas.
Según la Carta de la Glorieta, una interpelación puede desembocar en una censura. Pero eso rige para los súbditos de la república y no así para los cocaleros ni para los originarios del remoto Kollasuyo. Para éstos se halla vigente otra norma que reza: "Ministro no censurado puede ser cambiado; ministro censurado seguirá siendo ministro". Por supuesto que la oposición parlamentaria está informada, y con regocijo se sumará a la parodia. Siempre ha sido así: leal y consecuente con el oficialismo.
El superministro de Economía al advertir que ciertos vientos agitan la fronda, se apresuró en disponer una auditoría "especial" para enterarse de cómo ha sido el proceso de contratación, diseño y ejecución del edificio. (¿Más vale tarde que nunca?) Al parecer, en coincidencia con un tal Ramón, ignora las habas que se cuecen en su jurisdicción, y puede ser demandado por incumplimiento de deberes. Lo de especial debe ser por la modalidad de juez y parte. Es obvio que saldrá de allí lo que quiere que salga. Es en verdad inteligente el hombre; se las sabe todas. A su lado los otros son unos oligofrénicos de marca.