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Domingo 23 de octubre de 2016

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Cultural El Duende

El endiablado Oruro

23 oct 2016

Ernesto Giménez

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Cuando llegamos a Oruro era poco más del alba.

-Quédese conmigo -me dijo aquel ingeniero-. Visitamos las minas y prosigue usted, dentro de dos días, a Potosí.

-A mi vuelta. Se lo prometo.

Paró mucho tiempo el tren. Me dio lugar a pasear y avizorar una ciudad entre cerros, con suburbios de aldeón. Un paisaje como el de Albarracín, el de Dueñas y aún el de Alcalá. Con colmillos y muelas. Lentejones y mogotes. Mondo, lirondo, seco y miedoso. Sobre todo miedoso. Estando luego en La Paz, me telegrafió la Universidad de Oruro. Pero no pude acudir. Me quedé con el alma en pena de no haber vivido unos días en Oruro. Y, al mismo tiempo, sentí cierto alivio supersticioso de haberme librado de algo.

Oruro es la ciudad del diablo. Sus achachilas o viejecitos, cuentan que por la noche anda el diablo con sombrero de copa y un manojo de velas que os ofrece, y si las tomáis se os convierten en huesos, ya poco os encontráis en el socavón de una mina que comunica al infierno. También tiene un callejón donde hay una negra de pelo blanco, en una silla de Caracato, hilando. El que se acerca, curioso, queda enredado en los hilos -como de una Parca- y muere. Por las afueras, el diablo se presenta vestido de viento, de tolvanera. O como un niño con bigotes y doble dentadura. O bien, escondido en una piedra blanca. Para alejarlo, hay que santiguarse y gritar: ¡Supay! ¡Supay! ¡Ripuy! ¡Ripuy! ¡Demonillo, demonillo! ¡Lárgate, lárgate!)

El diablo tiene nombres, por Oruro, muy diversos. El que más gracia me hizo fue el de "cachudo" salaz y reilón. A los mineros que roban metal -para rescates- los ahoga en el río y andan en las noches como condenados, como qala-mayus. Otras veces toma el maligno disfraz de mujer y se llama "china supay". Y, sobre todo se hace pasar por viuda -como una Lorelei de luto- muy atractiva, con seducciones procaces, hasta abrazar y asesinar al incauto. Me contaron que los indios, el jueves y viernes santo, como está muerto Dios y no puede ver, se dedican concienzudame al robo y la borrachera. Y hay que cerrar las puertas.

Oruro es la ciudad del "metal del diablo" -el estaño-, como lo llamó a ese metal en una gran novela Augusto Céspedes. Yo leí un cuento de Rafael Ulises Peláez, "El barretero", que me impresionó mucho. Una guagüita sueña con un fantasma demoníaco chorreando lama y gotas de copagira, y advierte llorando al minero que vive con él, que no vaya a la mina aquel día. No le hace caso y muere accidentado. La guagua se hace mayor, quiere huir de aquel paisaje de arena y de carros Decauville. Pero un sino le arrastra, le ataca de tisis minera y le hace suicidarse en un rajo de 500 metros.

Oruro se anuncia a toda Bolivia por sus carnavales, en el que todos se enmascaran de diablos, de k´usillos o monos, de tatakus visajeados, chullus lucientes, ojotas vistosas, chumpis extraños, con cuernos de toro, cuernos que algunos ponen en lo alto de sus casas en lugar de la cruz.

Yo vi un ballet en la compañía de Waldo Cerruto que era un auténtico Auto sacramental nacido en los socavones orureños, y perdurante aún desde tiempos calderonianos, y en el que aparecía la corte de Satanás -lagartos, serpientes, dragones, supays y china-supays. De pronto surgía San Miguel Arcángel para vencer a los Siete Pecados Capitales. Hay otras danzas endiabladas como la Mecapaqueña -más bien de La Paz-, pero digna de la luciferina Oruro.

En Oruro, centro minero, brota el diablo como el genio telúrico, tectónico, de Bolivia. Como su verdadera divinidad. Es el indio. El indio que deja por un momento, su impasibilidad inerte y hace estallar una rebeldía milenaria, mística, contra un destino atroz de dolor, de pongueaje, de fealdad, de color de barro, de agujero de mina, de chicha, de asno de carga, de coca y de saliva. Es el indio que de pronto escupe al cielo. Al indio lo quiere educar, entre otros, en su novela orureña "Caquiaviri", Rafael Reyeros. ¿Y quién es este indio? Dicen que en él repercute la raza primaria de los urus-urus, que se ha replegado hoy al lago Poopó. Raza de mentón cuadrado y ojos mongólicos.

Los españoles, el 2 de noviembre de 1.606, y por orden de la Audiencia de Charcas, dieron el nombre cristiano y real de San Felipe de Austria a las minas de Uru-Uru, descubiertas por el cura Medrano. Y edificaron iglesias. Y casas a la románica. Con patios y tejas que aún perviven. Hubo una sublevación en 1.781 (historiada por Marcos Beltrán Ávila). La fiebre del estaño construyó una ciudad moderna, con torres y ascensores que desafían los campanarios de Dios. El tráfico es intenso. Centro de comunicaciones, Oruro. Y orgullo de la actual Bolivia. Pero en sus entrañas vive Luzbel. Y yo me escapé de Oruro por milagro. Quizá gracias a eso pueda hoy contarlo.

Ernesto Giménez Caballero. España, 1899-1988.

Diplomático. Representante del Vanguardismo en su país.

De: "Oruro visto por cronistas

extranjeros y autores nacionales.

Siglos XVI al XXI (M. Baptista)

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