Ahora bien, precisamente a partir de 1975, los libros de Barthes no dejan ya ver ningún sistema de tutela, ningún discurso magistral (aunque fuese citado y un poco pervertido). La obra de Barthes se reparte pues para mÃ, y esa división cuenta más que las otras, en dos grandes perÃodos: el primer Barthes juega con voz magistral, y puede tener discÃpulos, incluso si estos se han equivocado de puerta; el último Barthes ya no hace eso. Ese último perÃodo ha dado una trilogÃa: Roland Barthers, Fragments d´ un discuours amorureaux, La chambre claire.
Algo pues habÃa vuelto a cambiar entre los dos primeros libros de la trilogÃa y el último, que habÃa hecho posible esa frase; ese algo, la frase misma lo dice, era la muerte de su madre. El acto de escritura es indisociable, de una configuración psÃquica de los papeles; lo que se escribe está regulado por la experiencia contemporánea de la alteridad. Interrogándose, en Roland Barthes, sobre lo que serÃa su libro más logrado, Barthes se detiene en El imperio de los signos, y añade en seguida: sin duda porque correspondÃa a un perÃodo de alteridad vivido dichosamente. Los libros más logrados de Barthes de su primer periodo (lo cual no quiere decir los más ricos o los más interesantes) son sus libros "objetivos" como Michele o El Imperio de los signos: los libros donde se escucha menos el discurso de tutela; como si este viniese a suplir la ausencia de alteridad dichosa, representando la alteridad en el interior del libro; en esos libros Barthes ya no asumÃa, ni aun provisionalmente, un discurso, producÃa un simulacro, entidad intermediarÃa entre el objeto percibido y el sujeto percibiente, entre la verdad de otro sitio y la sensibilidad de un aquÃ-ahora, de que Barthes mismo se convertÃa en la instancia.
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