Domingo 23 de octubre de 2016
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Filósofo, muy filósofo, fue quien puso en duda si fue la serpiente quien tentó a Eva o si fue Eva quien tentó a la serpiente, porque hay que comprender, cristianos, lo que en una moza hermosa de ojos retintos y cejas arqueadas que, al amanecer brinca del lecho más fresca que una lechuga y con su cántaro al hombro, se larga a la playa a traer agua para lavar la ropa y dar de beber al sediento.
Sebastiana tiene el único defecto de ser excesivamente simpática, lo que ocasiona frecuentes peleas de perros entre los mozos de la vecindad y las fúnebres jaquecas de mi tÃa Rosaura, una buena señora que lee la Vida de los Santos; porque dicho sea en descargo de mi conciencia. Yo mortal privilegiado, soy el preferido de Sebastiana. De esta divina Sebastiana, que es tan humana, que hasta se permite lavar ropa.
No es bella, hablando estéticamente, peroÂ? me gusta. Es una ignorante, me dicen, pero ustedes comprenderán, yo no la quiero para ilustrarme. Es muy ingenua, pero no tengo la pretensión de practicar experiencias psicológicas en su alma. Y ¡supremo argumento! ¡Es una chola!... Pero yo no intento apergaminar mi linaje y, en fin, no tiene ese chic de las mujeres distinguidas por antonomasia; sÃ, por eso mismo me gusta, porque no tiene más adorno que su propia persona, ni más coqueterÃa que la que le enseñó la Santa Madre Iglesia.
Mi aventura tierna y lastimosa ha tronado como una bomba en el tranquilo vivir provinciano. Mi padre ha parado la oreja. Han recrudecido las jaquecas de mi tÃa. El cura, en su sermón del domingo, se deslenguó sobre la perversión de las costumbres. La sociedad piensa excluirme de su regazo. Las señoras, al verme, se hacen cruces y las chicas, lenguasÂ?
Don Eufrasio, el amigo del Cura y Presidente de la Honorable Junta Municipal, bajo pena de garrote, ha ordenado a sus hijas "no hablar más con ese mocito perdulario que�" etcétera.
¡Baff! Me importa una higa. Hipócritas. Envidiosos. No saben lo que es encontrarse con una morochita de ojos traicioneros como una encrucijada y talle cimbreante que chasqueando la lengua y mirando para el cielo, le diga a uno: -¡Ay, amorcito de mi alma, cuánto te quiero!-. Y se eche a reÃr con sus dientes de choclo tierno. ¡Considera alma cristiana en esta estación! Mi corazón no es para tanto. Siempre ha sido cera de buen morir que se ha consumido de amor, en el altar de todas las Sebastianas que han pasado por mi vida arrollando mi sustancia en la luminosa causa de sus ojos traicioneros.