Viernes 07 de octubre de 2016
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Leemos y escribimos más que nunca, aunque no sean más que breves mensajes. Y crecen las horas que pasamos en Internet a la vez que las horas que pasamos viendo la televisión.
Leemos menos revistas, periódicos y libros y, cuando leemos, lo hacemos con menos continuidad y profundidad, aunque se lean muchas más páginas web.
Leer tinta impresa transfiere sensaciones imposibles de reproducir (aún) por las pantallas o los libros electrónicos. La digitalización de los libros ofrece cada vez más ventajas, sobre todo de fácil acceso. Sin embargo, hay una diferencia radical entre la lectura tradicional y la digital más allá de los aspectos estéticos o románticos: los hipervÃnculos nos dispersan y el contenido se modifica con secciones aptas para la búsqueda, vÃdeos y animacionesÂ? Y estas modificaciones también alteran la manera en que usamos, experimentamos y comprendemos el contenido.
La Red promueve la lectura fragmentada y selectiva: cada vez leemos menos textos completos (y, si lo hacemos, nos saltamos párrafos con más facilidad).
A la vez, sucede un fenómeno curioso: los productos tradicionales están cambiando su aspecto para asemejarse cada vez más a los productos digitales, porque es lo que el lector espera leer. Y el libro, tanto el tradicional como el electrónico, también está transformándose para adaptarse a la tecnologÃa.
Frente al ordenador, que es "una máquina de interrupciones constantes", el libro tradicional te permitÃa aislarte y concentrarte sobre un único contenido. Pero, como resume Nicholas Carr en Superficiales, leer en un libro electrónico se parece bastante a leer en una pantalla de ordenador conectado a la Red: incluyen hipervÃnculos, sonido, animaciones, bloc de notas, diccionario y están conectados a redes sociales, de manera que la lectura se ve salpicada de enlaces, vÃdeos y otros estÃmulos, como ya ocurre con el sitio web Google Books.