Me doy cuenta de que son cadáveres, un intenso olor a cal llega como un baho del cielo. Nos acercamos al borde del hoyo, es una masa informe que apelmaza la noche. Están en un trágico abandono, cayeron con los miembros en posiciones absurdas, entiesados en el gesto que les dio la ametralladora o la granada. No ha habido tiempo de enterrarlos, se les ha recogido del campo, desengarzándolos de las alambradas, sacándolos de los zanjones, juntando los miembros dispersos sin saber si corresponde a uno o a varios y se les ha llevado al boquete que abrió Rocholl cerca de Boquerón. En donde todos los cuerpos harán sus postreros movimientos por el talud abajo, hasta el fondo, de donde tal parece que se alzan los brazos, como ramas retorcidas, al cielo. La muerte reciente es desgarradora, quiebra mi ánimo y RodrÃguez, aquel estudiante de Encarnación está horrorizado.
Es el estracto del relato de un oficial que ingresa al FortÃn Boquerón el 29 de septiembre de aquel 1932 cuando los hechos fueron tergiversados y las intenciones confundidas, pero como en la matemática, pese a la alteración de los factores, el producto fue y será eternamente el mismo. En Boquerón, durante 21 dÃas, un puñado de hombres bolivianos encabezados por un indómito Tcnl. Marzana iban a escribir en la historia, las páginas más gloriosas del heroÃsmo humano llevado al extremo.
La Guerra del Chaco fue un error de concepciones, desde su ideario, hasta su final en 1935. Fueron equivocación tras equivocación, muchas de ellas involuntarias pero que cobraron sus caras facturas, algunas incluso las seguimos pagando, pero que en su mayorÃa cobraron como moneda corriente la sangre de miles de bolivianos que fueron al sudeste da la patria.
Las razones de la Guerra llegaron desde la fundación misma de la Patria, cuando en 1825 se entendió que el territorio nacional era el descrito en la Audiencia de Charcas y por el otro lado los paraguayos que pensaban que su estensión natural por continuidad territorial era hasta el ParapetÃ.
Bolivia, desde su concepción y nacimiento nunca habÃa llegado a encontrarse a sà misma, su identidad se habÃa bloqueado en su hallazgo, por un eterno compromiso con una falsa ideolgÃa traÃda siempre desde afuera, por una herencia primero colonial y luego por un arraigo cultural basado en la ideologÃa que lo de afuera era mejor.
Todo ello llevó a un entendimiento centralista, enfocando los esfuerzos de convivencia en las pequeñas ciudades, dejando al área rural desprotegida y sin el alcance necesario, y siendo en su fundación un territorio tan extenso, con más de dos millones de kilómetros de extensión, aquello fue un suicidio a largo plazo que terminó en lo que hoy ocupa Bolivia, menos de la mitad de tierra con la que habÃa sido creada pese incluso al pedido del Marsical Sucre, que hoy por hoy suena a un lamento, premonitorio para aquel entonces.
Asà fue que perdimos el Litoral, y posteriormente el Acre y estas dos desmembraciones, dejaron cicatrices profundas en el nacionalismo de los bolivianos, propiciando una suerte de sentimiento de desventura y desazón que para muchos necesariamente debÃa arrancarse de raÃz, si es que querÃamos sobrevivir como Estado.
Cuando los primeros escarceos aproximaron en la zona del Chacho, fue un presidente que optó por la bandera de la paz, quien puso los paños frÃos necesarios y evitó que la sangre llegara al rÃo.
Vamos a pisar fuerte en el Chaco fue su lema, y tras la caÃda de Laguna Chuquisaca, Pitiantuta para los paraguayos, encontró el detonante ideal para levantar a la nación en armas y poder llevar a cabo su plan.
Bolivia partió al Chaco nuevamente cometiendo un error terrible como le habÃa sucedido antes. Su intención fue buena, pero no estaba preparada para semejante campaña, por tres razones fundamentales.
Asà y todo, en la primera gran batalla que le tocó librar a nuestras fuerzas, el soldado boliviano dio muestras de lo que estaba hecho. Tras la toma, impuesta desde la paz, de Boquerón, la orden fue clara y concisa. Boquerón no debe caer mientras haya un hombre vivo, y Marzana se tomó dicha misión a pecho. 600 hombres resistieron a casi 15.000 paraguayos, durante 21 jornadas, de la manera más heroica que se pueda uno imaginar.
Cuando ya no quedaba más por hacer, el 29 de septiembre, Marzana pidió negociar una capitulación honrosa ante la imposibilidad de seguir combatiendo. Las banderas blancas de los bolivianos les dieron a entender a los paraguayos que se rendÃan, y estos que se hallaban a menos de 40 metros ingresaron al fortÃn casi caminando, para encontrarse con fantasmas que a duras penas podÃan sostenerse en pie.
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