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Cervantes o la exaltación del amor - Periódico La Patria (Oruro - Bolivia)
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Domingo 25 de septiembre de 2016

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Cultural El Duende

Cervantes o la exaltación del amor

25 sep 2016

Discurso pronunciado por el Académico de la Lengua, Luis Urquieta Molleda en acto organizado por Mesa Redonda Panamericana filial Oruro a principios de este mes, conmemorando el IV Centenario del Fallecimiento de Miguel de Cervantes Saavedra, William Shakespeare y el Inca Garcilaso de la Vega

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Segunda y última parte

LOS PERSONAJES DE LA NOVELA

"En un lugar de la Mancha, cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en artillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor"� Tenía en su casa un ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza, que ensillaba el rocín".

El hidalgo se llamaba Alfonso Quijano, por transfiguración acabó siendo Don Quijote. La palabra Quijote no es invención de Cervantes. Es el nombre de una pieza del arnés o armadura de caballería destinado a cubrir el muslo.

"Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años; era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso -que eran los más del año-, se daba a leer libros de caballería con tanta afición y gusto, que olvidó el ejercicio de la caza, y aun la administración de su hacienda; y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas fanegas de tierra de sembradío para comprar libros de caballerías en que leer; encontró uno por la claridad de su prosa y las intrincadas razones que le parecían de perlas, y más cuando llegaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafíos que hallaban escritos:

"La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de vuestra hermosura". Y también cuando leía: �los altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas os fortifican, y os hacen merecedora del merecimiento que merece vuestra grandeza"

"Con estas razones perdía el pobre caballero el juicio, y se desvelaba por entenderlas y desentrañar el sentido, que ni las entendería el mismo Aristóteles, si resucitara para sólo ello. Se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer se le secó el cerebro, hasta perder el juicio.

En efecto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo, y fue que le pareció necesario, para el aumento de su honra como para el servicio de su república, hacerse caballero andante. Fue luego a ver a su rocín, y aunque tenía más cuartos que un real y más tachas que el caballo de Golena, le pareció que ni el Bucéfalo de Alejandro ni Babieca el del Cid con él se igualaban. Cuatro días se le pasaron en imaginar qué nombre le pondría; porque -según decía él a sí mismo- no era razón que caballo de caballero tan famoso, y tan bueno él estuviese sin nombre conocido, sólo después de muchos nombres que formó, borró y quitó, al fin le vino a llamar Rocinante.

Una mañana muy temprano, con alborozo, sale al mundo y da comienzo a su vida heroica y noble. Sin embargo, después de algunos sucesos y proezas notables regresa a su casa. Es su segunda salida, y sabe ya que como caballero andante, no puede emprender sus hazañas solo, sin alguien que lo acompañe. Busca y encuentra un labrador vecino suyo, pobre, pero hombre de bien, aunque con "muy poca sal en la mollera". Le promete hacerlo gobernador de alguna ínsula, que él, el invencible caballero andante, ha de conquistar algún día; el pobre labrador, finalmente convencido, decide salirse con el caballero y servirle de escudero. El labrador que se llamaba Sancho Panza, dejó mujer e hijos y emprendió la vida de escudero. Don Quijote es el hombre que se hace y se educa a sí mismo, también hace y educa a Sancho Panza. Tan profunda se vuelve la relación entre el amo y el escudero, que muy pronto, el intrépido y heroico caballero y el rústico y bueno Sancho Panza, son dos amigos entrañables que recorren juntos el mundo. La novela tiene una singular pareja protagonista. Sancho no es un personaje secundario.

Limpias sus armas, hecho del morrión celada, puesto nombre a su rocín y confirmándose a sí mismo, no le faltaba otra cosa sino buscar una dama de quien enamorarse; porque el caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma.

En un lugar cerca del suyo había una moza labradora de muy buen parecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado, aunque, según se entiende, ella jamás lo supo, ni se dio cuenta de ello. Llamábase Aldonsa Lorenzo, y a éste le pareció ser bien darle título de señora de sus pensamientos, y buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla "Dulcinea del Toboso", porque era natural del Toboso; nombre, a su parecer, músico y peregrino.

Pero la meta final, el sueño imposible y más hermoso de Don Quijote de la Mancha es Dulcinea. Ella es la sublimación del amor. Es la razón de ser y existir del hidalgo de la Mancha. Inalcanzable, inefable y misteriosa, Dulcinea está y no está, nunca aparece, sin embargo, siempre está presente. Atraviesa y penetra todo el libro. Es el motor invisible que mueve todos los acontecimientos, todas las hazañas singulares y heroicas del caballero manchego.

LA LECTURA DEL QUIJOTE

La experiencia vivencial hace insoslayable referirse a la importancia de la lectura del Quijote para que el lector llegue a su esencia, lo cual es posible sólo con una predisposición emotiva que le acompañe para introducirse en los meandros de la joya cervantina, antes de caer en frustración.

Se ha dicho que "Quien lee el Quijote ya no es el mismo, ve el mundo y las cosas de otra manera, aprende verdades esenciales. El amor y la bondad del caballero de la triste figura fluyen incontenibles en el alma del lector. El cervantista acucioso encuentra diferencia entre los que han leído El Quijote y los que no. Los primeros se impactan y al final les queda una huella indeleble. Los segundos están lejos de la fuerza del quijotismo penetrando en su alma. Para ellos, Don Quijote es un desconocido, en cambio para los que lo han leído, es un compañero entrañable, un amigo del alma".

Podríamos pensar todavía en otra categoría de lectores: aquellos que intentan leer el libro, quizá una y otra vez, con esfuerzo recorren unos capítulos y omiten otros, pero nunca consiguen acabar la lectura.

En el fondo hay una razón: no captan, no penetran, no viven el sentido profundo del alma de Don Quijote, el ímpetu generoso del invencible caballero perdido en fantasías desaforadas e imposibles, inmerso en batallas colosales, sucesos increíbles, encantamientos, doncellas menesterosas arrimadas, apariciones fabulosas, desafíos feroces, desvaríos, alucinaciones, combates en los que, frente a frente, el intrépido hidalgo, lanza en ristre, acomete indómito contra descomunales gigantes o ejércitos allí donde sólo hay molinos de viento o rebaños de ovejas o tan pronto ingresa asombrado y alborozado en mansiones, palacios y castillos, allí donde no hay más que comunes ventas o posadas.

Otros lectores, en fin, pueden avanzar más en la lectura e inclusive, después de esfuerzo sostenido, llegar hasta el final, movidos por la fama del libro o incitados por la vanidad de haber logrado leer obra tan egregia, pero sin alma ni entusiasmo, sin percibir el ánimo heroico del hidalgo manchego, sin comprender el vasto recorrido de una vida insólita en la que el caballero inmaculado va haciéndose a sí mismo.

Este grupo de lectores que lee mal, adultera el sentido de la obra y corre el riesgo de quedarse solamente con la figura externa, con la apariencia estrafalaria, extravagante y ridícula y sólo tiene la sonrisa compasiva y burlona frente al personaje. De ahí el reclamo del especialista en la obra por una disposición emocional y actitud prevenida del lector.

El norteamericano William Faulkner (1897-1962) (Premio Nobel 1949), escritor que influyó con su obra para el advenimiento del realismo mágico en Latinoamérica, solía decir con devoción: "Leo El Quijote cada año, como algunos leen la Biblia".

Finalmente mi apelación: No podría concluir estos apuntes, sino instando a la concurrencia: Si ha leído El Quijote, que siga leyendo; si no ha leído, que lo haga, pero con emoción y ternura, será un bálsamo espiritual para todos.

Fin

La primera parte de este discurso aparece en las páginas centrales de la edición 608

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