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Domingo 25 de septiembre de 2016

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Cultural El Duende

El Conde Drácula y Bram Stoker en Luhaschowitz

25 sep 2016

Joan Perucho

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El balneario de Luhaschowitz (Moravia) está situado a un cuarto de hora de la villa de su nombre y a hora y media en carruaje de la estación de Hungarisch-Brod en un tenebroso valle de los Cárpatos donde ulula el viento al atardecer. En este balneario conoció el escritor Bram Stoker al conde Drácula, que tenía su castillo por los alrededores y a quien le era muy cómodo y fácil acudir a las aguas de Luhaschowitz en busca de una anhelada curación para una enfermedad gastrointestinal que padecía. Bram Stoker, que a la sazón era casi un desconocido -ya que su última novela The White worm tuvo escaso éxito literario, tanto de crítica como de público-, buscaba inspiración en tan escarpados parajes con el propósito de escribir una obra de carácter costumbrista, llena de leyendas y cantos folklóricos, procurando, al mismo tiempo, encontrar una benéfica influencia a una diátesis úrica que los médicos le habían pronosticado.

Una de las especiales características de la comarca de Luhaschowitz era que, debido a unas extrañas condiciones climatológicas que mantenían nublado el cielo, la noche y el crepúsculo era mucho más largos que el día, lo que obligaba a los miserables habitantes de los contornos -casi todos ellos campesinos analfabetos- a ir constantemente con faroles, antorchas y cirios por las calles y descampados mientras musitaban rezos y salmodias contra los conjuros. Esta última costumbre revelaba el grado de incultura en que habían caído aquellos desgraciados, hijos de una raza evidentemente degenerada, pero Stoker aprovechaba esta circunstancia tomando notas de los conjuros y haciendo cantar a las gentes las salmodias, a las que acompañaba con un pequeño violín. Luego, al terminar, les daba unas monedas y les invitaba unos vasos de agua alcalino-clorurada, pues eran muy aficionados a ella en virtud de sus supuestos efectos antivampíricos. Al decir esto, se persignaban invariablemente.

El edificio del balneario era vasto y lujoso, aunque descuidado y sombrío, con interminables corredores silenciosos, ya que más de la mitad de las habitaciones estaban vacías. La servidumbre, integrada por los hijos de aquella raza degeneradas a que antes nos hemos referido, cumplía su cometido sumida en un lento sopor y servil complacencia, despabilándose tan sólo ante la vislumbrada posibilidad de hurtar algún que otro vaso de agua alcalinoclorurada, la cual ingurgitaban con avidez. Esto acaecía de cuando en cuando, y entonces eran castigados duramente y encerrados en el ala deshabitada del balneario, lo que les aterrorizaba. Sus gritos y lamentos se oían en la noche y penetraban en el comedor, lugar donde Stoker y el Conde solían jugar al "mah-jog" después de la cena (el conde no cenaba nunca) discutiendo sobre el origen aristocrático de este juego chino, que les apasionaba, y sobre el destino de los dragones rojos, de alto simbolismo político. Stoker se daba cuenta inmediatamente de los vanos que resultaban los esfuerzos del pálido señor Karel, pianista del balneario, para disimular, tocando más alto, las agrias e inoportunas voces que, como hemos dicho, se filtraban a través de puertas y cortinajes.

Como que antes de ser novelista Bram Stoker había ejercido de cirujano-dentista en la ciudad de Dublin (circunstancia que saben todos los aficionados a la novela fantástica), no le fue difícil percatarse que, cual a determinados roedores, al conde Drácula le crecían desmesuradamente los dientes caninos y que éstos asomaban ya por debajo del labio, cosa que, de continuar, le afearía resueltamente el rostro. Con un tacto exquisito, procurando no ofenderle ni humillarle, Stoker se lo dijo, y se brindó a corregir este defecto, pues llevaba siempre el necesario instrumental consigo. Aceptó el conde Drácula la oferta y, trasladados a la habitación de Stoker, éste le rebajó los dientes caninos al tamaño normal, limándolos mediante una muela mecánica desmontable que se accionaba con el pie. Quedó el conde muy agradecido y abrazó al novelista por el favor que le había hecho. Algo, sin embargo, turbó a Stoker, después, detenidamente, lo pensó en la cama y su cuerpo se cubrió de sudor. Ahora venía claramente que el rostro del conde Drácula no se había reflejado en el espejo que le ofreciera para contemplar su nuevo y favorecido aspecto. "¡Cielos!" -se dijo-, ¿qué significaba aquel extraño fenómeno.

La llegada al balneario de la baronesa Bathory, bellísima sobrina del conde Drácula y descendiente de aquella célebre condesa de Meczyr que fue amante del caballero Onofre de Dip (historia puntualmente relatada en el libro Las Historias naturales), no favoreció demasiado a Bram Stoker, cuya paz, desde lo del espejo, se había esfumado. Atraído irresistiblemente por la belleza de la baronesa Bathory, no sosegaba ni de día ni de noche, y su trato con ella fue ciertamente desaprobado por la servidumbre, que murmuraba intranquila por los pasillos, hasta el extremo de serle regalado a Stoker (en forma anónima y colectiva, dejándolo simplemente encima de la almohada) un collar de ajos putrefactos que el novelista tiró imprudentemente por la ventana. Desde entonces apenas dormía, tenía pesadillas, adelgazaba visiblemente y un obstinado murciélago le perseguía por todas partes.

Una tarde, después de la siesta, nuestro novelista oyó, aunque sin distinguir las palabras, una acalorada discusión que tenía lugar en el rellano de la escalera. Entreabrió suavemente la puerta, lleno de curiosidad, y pudo ver al conde Drácula asiendo por la muñeca a la baronesa Bathory que se debatía inútilmente. Al conde la habían vuelto a crecer los colmillos y su mirada, enrojecida, despedía un fulgor terrible, infrahumano, mientras exclamaba imperiosamente: -¡No! A Stoker, ¡no! ¡Te lo prohíbo, miserable réproba, condenación de las condenaciones! ¡Te irás al castillo, en seguida!

Tras estas palabras, tío y sobrina desaparecieron por el pasillo, no sin antes caérsele al conde una carta que llevaba en el bolsillo. Stoker, emocionado, salió al rellano y la recogió, leyéndola a la luz de una bujía:

"Honorable Arthur Holmwood" / 6 de septiembre / Querido Art: / Las noticias hoy no son buenas. El estado de Lucy ha sufrido un empeoramiento. No obstante, su agravación ha tenido una consecuencia que no me atrevería a esperar. Míster Westenr me ha preguntado lo que yo, como médico, pensaba de la presente situación. He aprovechado la ocasión para decirle que mi antiguo maestro, el profesor Van Helsing, venía a pasar unos días a mi casa y he pensado pedirle que fuera a visita a Lucy y se hiciera cargo del caso. De modo que, a partir de ahora, siempre que lo consideremos necesario, tendremos libertad para ir a casa de esta buena señora sin inquietarla y sin causarle un trastorno excesivo que, en su estado, sería fatal. Además, debemos evitar a toda costa el efecto que el dolor de su pérdida podría causar a Lucy. Querido amigo, todos nos sentimos enfrentados ante dificultades que parecen insuperables; no obstante, confío que con la ayuda de Dios, lograremos remontarlas. Si es preciso, volveré a escribirte, de modo que, si durante cierto tiempo no tienes noticias mías, es señal de que yo mismo estoy a la expectativa de los acontecimientos. / Siempre tuyo, Dr. John Seward"

Transcurrió algún tiempo sin que aparecieran el conde ni su sobrina, con lo cual la paz volvió a nuestro héroe así como a la degenerada servidumbre que entonaba balbucientes y primitivos cantos de alegría. No obstante, después de una semana de tranquilidad, una misiva del conde, traída por un criado completamente idiotizado, invitaba a Stoker a cenar en su castillo, con el ruego de no olvidar el instrumental de odontología. El carruaje estaba dispuesto esperándole ante la escalinata del balneario.

El novelista acudió a la cita pertrechado con su muela mecánica, accionable muscularmente. El castillo le pareció inmenso y lúgubre, y sus cámaras y dependencias despedían una fetidez insidiosa. Le fue servida una cena excelente (el conde, como de costumbre, no probó bocado), tras la cual, los dos amigos jugaron su partida de "mah-jong". Luego Stoker preparó el instrumental y limó nuevamente los colmillos de Drácula. Satisfecho, éste le dijo:

-Mi querido amigo, me temo que no volveremos a vernos. El destino me llama y debo partir hacia Londres, reclamado por mi procurador, el señor Jonathan Harker, pues tengo intereses en vuestra patria. Antes de marchar quiero, no obstante, ofreceros, por las molestias que os he ocasionado, los documentos que hacen relación a la historia de mi familia y, también a la mía propia, con la seguridad que habrán de interesaros, no sólo como novelista, sino, ante todo, como amigo mío. Aquí encontraréis la clave de muchos enigmas. Y diciendo esto, se levantó y ofreció a Stoker un antiguo cofre de metal. Luego, los dos hombres se abrazaron conmovidos. Al despedirse, ya ante la puerta, el novelista preguntó: -¿Y la baronesa Bathory, qué se ha hecho de ella?

Drácula hizo un gesto vago con la mano: -Se ha ido. Quizá no ha existido nunca, mi querido Stoker. Es mucho mejor para vos que así sea.

Dos años más tarde, después de vencer una larga depresión nerviosa, Bram Stoker publicó su novela Drácula, cuyo éxito no ha hecho más que crecer a través de los años. Todos los detalles de esta historia que acabamos de relatar, los conocemos ahora, gracias al documentado, voluminoso y profundo estudio de Raymond Rudorff titulado The Dracula Archives, y publicado en 1971 por la editorial A. M. Heath and C. Ltd. London wi.

* Joan Perucho Gutiérrez.

1920-2003.

Poeta, novelista y crítico de arte.

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