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Domingo 25 de septiembre de 2016

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Cultural El Duende

Ejerciendo la poesía

25 sep 2016

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El cuaderno azul se llenó pronto, como la colmena de algún insecto, con una red de líneas variadamente inclinadas y con trazos gordos y delgados de las letras. La presión vehemente, del muchacho escritor pronto arrugó sus hojas; y luego se deshilacharon sus bordes y se retorcieron cual garras como para tener dentro bien cogidos los escritos. Al fin, bajando por el río Baitarami no sé cómo, sus páginas fueron arrebatadas por no sé qué misericordioso olvido. Sea como fuere, escaparon a las punzadas de dolor de pasar por la imprenta y libraron su presencia de este valle de pesar.

Yo no puedo jactarme de haber sido un testigo pasivo del incremento de mi reputación de poeta.

Aunque Satkari Babu no era maestro de nuestra clase, me tenía mucho cariño. Había escrito un libro de Historia Natural, con lo cual espero que ningún humorista poco bondadoso intente encontrar una razón para tal cariño. Un día envió por mí y preguntó: "Conque ¿tú escribes poesía, verdad?" Yo no oculté el hecho. Desde entonces él me hacía de vez en cuando que completara una cuarteta añadiendo dos líneas mías a unas dadas por él.

Otro profesor de esta escuela se llamaba Govinda Badu. Era muy bajito y regordete y hacía de Director. Estaba sentado, vestido de negro, con sus libros de cuentas, en una oficina del segundo piso. Todos le temíamos porque era el juez que llevaba la vara. En una ocasión hui de la persecución de unos matones a su cuarto. Los perseguidores eran cinco o seis muchachos de los mayores. Yo no tenía ninguno que fuera testigo por mi parte, excepto mis lágrimas. Gané mi causa y desde entonces Govinda Babu tenía un muelle rincón en su corazón para mí.

Un día me llamó a su cuarto durante el descanso. Yo entré asustado y tembloroso, pero no bien me puse ante él, me dirigió esta pregunta: "Conque ¿escribes poesía?" yo no titubeé en admitirlo. Me comisionó para que escriba un poema sobre un algo precepto moral que no recuerdo. La cantidad de condescendencia y afabilidad de semejante petición entrañaba viniendo de él, y sólo podía ser apreciada por aquellos que fueron sus discípulos. Cuando yo hube terminado y le entregué los versos al día siguiente, él me llevó a la clase más alta y me hizo ponerme de pie ante los muchachos. "Recita", ordenó. Y yo recité en voz alta.

La única cosa laudable de esta poesía moral es que se perdió muy pronto. Su efecto sobre aquella clase no fue nada alentador y el sentimiento que despertó no fue de consideración para el autor. La mayor parte de ellos estaban seguros de que no la había compuesto yo. Uno dijo que podía presentar el libro del cual yo la había copiado, pero no se le instó a que lo hiciera; el procedimiento de probar una cosa es un fastidio bien grande para aquellos que quieren creer. Finalmente, el número de los que andaban en busca de fama poética comenzó a aumentar de manera alarmante; pero sus métodos no eran los reconocidos como caminos al mejoramiento moral.

Hoy día no hay nada de raro en que un chicuelo escriba versos. La aureola de la poesía ha desaparecido. Recuerdo cómo las pocas mujeres que escribían poesía en aquellos días eran consideradas como creaciones milagrosas de la deidad. Si uno oye decir hoy que alguna señora no escribe poemas se siente escéptico. Ahora, la poesía brota mucho antes de que la clase superior bengalí sea alcanzada; así es que ningún Govinda Babu moderno hubiera parado mientes en proezas poéticas como las aquí narradas.

Rabindranath Tagore.

Calcuta, 1861-1941. Poeta.

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