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El cuaderno azul se llenó pronto, como la colmena de algún insecto, con una red de lÃneas variadamente inclinadas y con trazos gordos y delgados de las letras. La presión vehemente, del muchacho escritor pronto arrugó sus hojas; y luego se deshilacharon sus bordes y se retorcieron cual garras como para tener dentro bien cogidos los escritos. Al fin, bajando por el rÃo Baitarami no sé cómo, sus páginas fueron arrebatadas por no sé qué misericordioso olvido. Sea como fuere, escaparon a las punzadas de dolor de pasar por la imprenta y libraron su presencia de este valle de pesar.
Yo no puedo jactarme de haber sido un testigo pasivo del incremento de mi reputación de poeta.
Aunque Satkari Babu no era maestro de nuestra clase, me tenÃa mucho cariño. HabÃa escrito un libro de Historia Natural, con lo cual espero que ningún humorista poco bondadoso intente encontrar una razón para tal cariño. Un dÃa envió por mà y preguntó: "Conque ¿tú escribes poesÃa, verdad?" Yo no oculté el hecho. Desde entonces él me hacÃa de vez en cuando que completara una cuarteta añadiendo dos lÃneas mÃas a unas dadas por él.
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Otro profesor de esta escuela se llamaba Govinda Badu. Era muy bajito y regordete y hacÃa de Director. Estaba sentado, vestido de negro, con sus libros de cuentas, en una oficina del segundo piso. Todos le temÃamos porque era el juez que llevaba la vara. En una ocasión hui de la persecución de unos matones a su cuarto. Los perseguidores eran cinco o seis muchachos de los mayores. Yo no tenÃa ninguno que fuera testigo por mi parte, excepto mis lágrimas. Gané mi causa y desde entonces Govinda Babu tenÃa un muelle rincón en su corazón para mÃ.
Un dÃa me llamó a su cuarto durante el descanso. Yo entré asustado y tembloroso, pero no bien me puse ante él, me dirigió esta pregunta: "Conque ¿escribes poesÃa?" yo no titubeé en admitirlo. Me comisionó para que escriba un poema sobre un algo precepto moral que no recuerdo. La cantidad de condescendencia y afabilidad de semejante petición entrañaba viniendo de él, y sólo podÃa ser apreciada por aquellos que fueron sus discÃpulos. Cuando yo hube terminado y le entregué los versos al dÃa siguiente, él me llevó a la clase más alta y me hizo ponerme de pie ante los muchachos. "Recita", ordenó. Y yo recité en voz alta.
La única cosa laudable de esta poesÃa moral es que se perdió muy pronto. Su efecto sobre aquella clase no fue nada alentador y el sentimiento que despertó no fue de consideración para el autor. La mayor parte de ellos estaban seguros de que no la habÃa compuesto yo. Uno dijo que podÃa presentar el libro del cual yo la habÃa copiado, pero no se le instó a que lo hiciera; el procedimiento de probar una cosa es un fastidio bien grande para aquellos que quieren creer. Finalmente, el número de los que andaban en busca de fama poética comenzó a aumentar de manera alarmante; pero sus métodos no eran los reconocidos como caminos al mejoramiento moral.
Hoy dÃa no hay nada de raro en que un chicuelo escriba versos. La aureola de la poesÃa ha desaparecido. Recuerdo cómo las pocas mujeres que escribÃan poesÃa en aquellos dÃas eran consideradas como creaciones milagrosas de la deidad. Si uno oye decir hoy que alguna señora no escribe poemas se siente escéptico. Ahora, la poesÃa brota mucho antes de que la clase superior bengalà sea alcanzada; asà es que ningún Govinda Babu moderno hubiera parado mientes en proezas poéticas como las aquà narradas.
Rabindranath Tagore.
Calcuta, 1861-1941. Poeta.