Quien posee algún bien quiere tener más porque el ser humano es de naturaleza propenso a la codicia. Cuando los objetivos excedentes del individuo se exacerban en su pronta obtención, se conforman los sÃntomas de la codicia que eventualmente pueden derivar en una enfermedad de trastorno psicológico como la cleptomanÃa; y la siguiente interrogante es la causa de ser egocéntricos y codiciosos, derivando la respuesta a la causa que queremos lograr algo, dominarlo y asumir preeminencia sobre los demás.
También nos interrogamos sobre qué es lo que impulsa o arrastra y cuál es el verdadero problema de esta masiva codicia e intentamos una respuesta dentro de la evolución del ser humano cuando Darwin elucubró y planteó la decisiva tesis que el individuo se determina por naturaleza selectiva y esta condición nos guiarÃa a practicar la espantosa receta contra el temor a la muerte o la finitud, a través de la posesión de riquezas, de su dominio y utilización para fines personales, no siempre sublimes y, por supuesto, a través de la fe en lo que creemos; a sabiendas que es imposible evadirse de la finitud corpórea.
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Siempre queremos más: deseamos escribir el mejor tÃtulo, la mejor sinfonÃa, construir el mejor puente, etc., y poseer mucho dinero. La codicia tiene sus raÃces en tres elementos básicos; uno de ellos es la inestabilidad de la vida que el humano quiere sobrepujar a través de la intención de transformarla en eterna. Como ejemplo prosaico y sencillo se puede analizar o descomponer la causa de seguir comprando trajes pese a poseer una docena de ellos, y continuar acumulando mayor número; la respuesta estriba en que esas compras compulsivas aproximan al individuo, según su criterio, a la sensación que va a vivir más, entonces, puede inferirse que la muerte genera ansiedad e incertidumbre latentes en toda la vida consciente y nadie puede superar definitivamente esta angustia permanente, aunque es cierto que podemos distraerla temporalmente. Paradójicamente el animal toma sólo lo que necesita.
Otro elemento es el reconocimiento de una adicción por el Yo, un Yo que tenga menos crÃticas posibles, que serÃa una similitud con la jerarquÃa de los primates; por ello los humanos ostentamos el egoÃsmo como bandera.
El tercer elemento de la codicia es la actitud ostentosa, que es parte de su satisfacción, pues lo más execrable que se puede infligir a los pobres, indigentes y desposeÃdos, es pasearse con un automóvil BMW o un Mercedes Benz en los barrios pobres, a esto añadimos el ansia de determinarse a través del dinero, los tÃtulos y las posesiones que es la codicia que consume al ser humano como una droga que le exige dejarse arrastrar por el deseo irrefragable de poseer más.
En la mitologÃa observamos un ejemplo dramático de codicia en el rey Midas que solicitó a los dioses poseer la facultad de convertir en oro todo lo que tocare, empero, olvidó en su petición que los alimentos en esos pretéritos y mÃticos tiempos se tomaban con la mano, imaginando el suplicio que constituye sentir hambre incontenible, tener los mejores alimentos y no poder comer oro.
(*) Es Abogado Corporativo, posgrado en Educación Superior e Interculturalidad, Docente universitario, Escritor