Contemplamos con impotencia e ira justificada el incremento de los feminicidios, según últimas encuestas de los órganos competentes de nuestro paÃs se producen más de 500 ilÃcitos de esta naturaleza execrable. EstadÃstica aproximada pues los feminicidios no denunciados suman inexorablemente.
La historia y la literatura son ricas en ejemplos sobre los celos que son expresión inequÃvoca de la inseguridad de la posesión: Otelo con la obsesión del Moro que tiende a inducir a aborrecer el amor; su falta de sentido crÃtico le inclina a prestar atención a las sutiles y premeditadas insinuaciones de Yago y su imaginación le crea una jaula en que va quedar prisionero como un implacable felino en su fiereza. El celoso de imaginación duda sin pruebas temiendo el engaño que zahiere su amor propio y dignidad; el celoso de los sentidos que supone o sabe, duda de la exclusiva posesión en el futuro y sufre de no poder olvidar lo que ha perdido, y más intensos son los celos del corazón que perdonan y siguen amando, decantando la conclusión que a cada temperamento le corresponde un tipo distinto de celos. Los celos difieren en cada individuo pues nunca se equiparan el temperamento y la experiencia.
El que ama como Werther, la excepcional creación de Goethe no puede tener celos análogos a los que aman como Don Juan; el inteligente, el tonto, el soberbio y vanidoso, el digno, el joven, el viejo celan de distinta manera asà cada celoso tiene los celos según su forma de amar.
Son diferentes en profundidad los celos del amante y del cónyuge pues son muy distintos los egoÃsmos exaltados en celos por la seguridad de posesión y en el amante obra el amor propio, mientras que prima en el cónyuge el sentimiento de propiedad.
La infidelidad revela al amante la desilusión de otro amor y le humilla admitir la desilusión amorosa del ser que aun sigue siendo el objeto de su propia ilusión; por el contrario, para el conjugue la infidelidad representa un hurto en perjuicio de la posesión exclusiva y perenne pactada contractualmente en el matrimonio.
La imaginación estructura los celos más trágicos; el celoso imaginativo construye absurdas quimeras que lo obsesionan, no teme lo que sabe sino lo que ignora; los celos de imaginación cuando nacen sobre temperamentos perversos se convierten en un insaciable afán de hacer sufrir, en un verdadero sadismo sentimental.
Los celos del que ama con los sentidos sufre la pasión de los celos bajo otra forma ya que objetiva las imágenes fÃsicas de la infidelidad y esta clase de celos tiene parte mayoritaria el sentimiento de propiedad que el amor propio; el daño causado irrita mas que el temor de la perdida de reputación y, si no puede perdonar, debe dejar de amar pues seguirá atormentando a la persona que pretende seguir amando.
Cuando solo se ama a sà mismo no puede seguir llamando amor a su vanidad, a su odio; el mal ajeno nunca fue remedio al dolor propio pues se extraña la dignidad en los celos que no perdonan ni olvidan- Poe ello la moral cristiana no es obsecuente cuando pregona que debe preferirse al celoso que sufre y perdona al celoso que odia y mata.
(*) Abogado Corporativo, Postgrado en Conciliación y Arbitraje
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