Una de ellas, aquella que no desmintió la historia, sucedió hace tiempo; exactamente el 14 de febrero de 1879. Ese día, el ejército chileno invadió Antofagasta que, aunque olvidada por los gobiernos nacionales, era legítimamente boliviana. Y luego, con la guerra, Chile se apoderó de todo el Litoral, cerrándonos así el paso hacia la costa. Desde entonces las generaciones sucesivas nacen con el síndrome del enclaustramiento en la sangre. El embajador chileno Abraham König dijo con brutal franqueza: "La victoria es la ley suprema de las naciones". Había que añadir que también en la selva primitiva, donde impera la fuerza y no la razón.
Se puede decir una verdad de varias formas; depende a quién y con qué intención se dice. "La verdad no es insulto", ha dicho Morales. Claro que no es. Pero el tono, la actitud, hacen que se confunda con la apariencia no deseada. Ya sea por picardía o tal vez sólo por sentimiento de piedad, se suele decir "amigos de lo ajeno" a los que roban; porque decirles directamente "ladrones" suena como un latigazo en el rostro. La diplomacia es justamente el arte de decir una verdad con sutileza, sin mengua de su efectividad comprensiva.
Es cierto que Chile nos arrebató el mar. Con premeditación, alevosía y ventaja se apoderó - a mano armada - de lo ajeno. Y no porque sea de gran magnitud el hecho deja de ser lo que es. Sobre el Topáter Eduardo Abaroa, les salió al paso y le conminaron a rendirse. Cayó después acribillado a balazos. "¿Rendirme, yo? Que se rinda su abuela, c?". Narrada escuetamente, así empezó la guerra del despojo. Terminamos de perder el mar en el campo de la diplomacia improvisada. Eso también es verdad.
Por las lecciones del pasado y porque inexplicablemente nos encogemos, es preciso tener sagacidad en contacto con Chile. "Cuando cayó Melgarejo - nos cuenta Roberto Prudencio -, se firmó el tratado Corral - Lindsay, mucho más lesivo y perjudicial para Bolivia, a pesar de que nuestro negociador era un jurista inteligente, conocedor de los asuntos del Estado y del derecho internacional. Sabe usted por qué, ¿querido Alberto?, le dice a Alberto Crespo Rodas, porque nuestra desgracia es que en Bolivia los hombres inteligentes son unos necios". (Tiempo contado, 1989)
Los hechos parecen corroborar. Varios abogados de prestigio internacional contrató Bolivia para que la representen ante la Corte de La Haya, uno de ellos es el español Antonio Ramiro Brotons. A mediados de junio, el mencionado jurista recomendó que Bolivia y Chile, "haciendo una pausa en sus demandas, iniciaran una negociación con miras a lograr un acuerdo de desistimiento, que sería lo ideal". Es difícil creer que no hubiese llegado al Palacio Quemado ni a la Cancillería esa sensata sugerencia; pero entonces, ¿por qué se sigue haciendo todo lo contrario? Claro, mientras se aplauda el error y se califique de heroico el absurdo, nunca tomaremos el camino correcto.
El autor es escritor, miembro del PEN Bolivia
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