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Domingo 11 de septiembre de 2016

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Revista Dominical

El libro en el cadalso de la vaciedad

11 sep 2016

Fuente: Por: Dehymar Antezana A. - Periodista - LA PATRIA

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Los personajes de la historia jugaban escondidos entre las páginas de su libro. Todos extrañados se reunían cada mañana para preguntarse qué estaba pasando, pero no encontraban respuestas. Por lo menos, dos decenas de años que nadie podía visitarlos, se sentían tristes.

Eran conscientes, a lo largo de sus existencias habían cometido muchos desaciertos y quizá creían pagar ese precio, motivo por el cual la gente los olvidaba. Sin embargo, también sabían que sus obras quedaron plasmadas en el tiempo y los recordaban, a cada "muerte de obispo".

La inercia de los lectores los asfixiaba de a poco, además el paso irremediable del tiempo se encargaría de hacerlos desaparecer. Se sentían vivir en una especie de cementerio, apilados en estantes de dimensiones inimaginables.

Si bien fueron acomodados según la información de su contenido, estaban esperando la oportunidad para respirar aire fresco, porque el que había en su lugar, era como la copajira en la mina, llevando al trabajador del subsuelo a un viaje sin retorno.

El olor a papel viejo para ellos era convertir a ese sitio histórico, estrecho, oscuro y decadente en su campo e imaginaban respirar el aroma de la naturaleza.

ESPERANZA

Muy temprano, todas las mañanas de días laborales, escuchan cómo una persona abre una puerta, luego de introducir la llave a un candado que sostiene una cadena.

Todos los personajes están atentos con la ilusión de ser visitados y creen sumisos será la jornada de gloria.

Las voces se hacen más fuertes, hay murmullos. Nuevamente el sonido de una pequeña puerta de reja se abre, escuchan las pisadas que descienden por unas gradas de piedra, se encienden las luces artificiales y "voilà". Ya lo conocen es don Juan Terceros Zambrana, quien cuatro lustros de su vida se dedicó al cuidado de la biblioteca municipal "Marcos Beltrán Ávila".

Hace casi un siglo, en 1920 los primeros ejemplares fueron apilados, en su momento en el Palacio de Justicia, luego en un ambiente de la calle Junín y finalmente donde hoy permanecen inermes, en las catacumbas del Gobierno Autónomo Municipal de Oruro.

Pero en ese entonces, era la época de bonanza, del conocimiento extremo, con cientos y cientos de "turistas" por día, llenaban la sala, en silencio recorrían sitios inimaginables explorando hasta el mundo más desconocido.

Viajaban por las páginas de cada edición, los dedos de la mano con delicadeza cambiaban de hoja, cual hombre acaricia el cuerpo de su amor, fundido en un sentimiento perpetuo de pasión. El deleite, el placer, la advocación de señor era latente por sed y hambre de saberes.

Letra a letra, palabra por palabra, frase a frase, párrafo por párrafo se llegaba al final de una historia, cuya recompensa era el legado de ciencia que se quedaba en la memoria del mortal hasta escuchar el llamado de Dios.

Sin embargo, esa "melodía" de seriedad, elegancia y de alta alcurnia no satisfacía a los personajes, preferían escuchar la risa inocente de inefables estudiantes, quienes hacían gala de su alegría. Si bien los maltrataban un poco, ellos se daban por satisfechos de haber cumplido su misión.

Habían comido, bebido y festejado, cuyo recuerdo les duraría hasta el olvido.

A medida que el reloj del tiempo hacía escarnio de cada hora, minuto y segundo, la sala se iba vaciando para no llenarse nunca más, ya que algo más supérfluo y banal, aunque necesario los reemplazaría, la tecnología.

El ambiente donde se escuchaba llamadas de atención para guardar silencio, ahora el silencio era el protagonista imponiendo música de convento.

Pero no solo ese mal está presente, cuando de vez en cuando, existen detonaciones de dinamita en la esquina de ese lugar por un frenético malestar popular, aquello hace mella en la estructura que los cobija, tremendas rajaduras aparecen en la pared, señal del fin de mundo para ellos.

Preocupados sienten cómo el piso cede encaminándolos a un desastre sin precedentes. Asimismo, perciben un mal superior que los enferma en demasía y tamaña magnitud, la indiferencia de la autoridad. No hace nada por protegerlos y preservarlos, al parecer todo está dicho y el destino lo tiene escrito.

No hay mal que por bien no venga, porque todos allí permanecen unidos esperando el momento del cataclismo, desde el libro más anciano con siglos de vida, representado por una Biblia, hasta los más jóvenes evocados por páginas de periódico, aún más vulnerables no solo al paso del tiempo sino a su prematura desintegración, porque al margen de teñirse de amarillo, no hay encuadernado que los salve.

Son conscientes, sus impresos hechos con esmero se esfumarán por el aire, la humedad, pero principalmente por la vaciedad de las personas, que no toman en cuenta el valor histórico escrito en sus delgados cuerpos de papel.

Así pasarán los días, aunque como en todo lado hay opositores, los más optimistas no pierden la esperanza de tener un mejor lugar para convivir el día a día, pero principalmente de sentir la ternura de las manos que los cobije por lo menos unos minutos y recorrer sus líneas, cual sangre alimenta el corazón para que no muera.

Fuente: Por: Dehymar Antezana A. - Periodista - LA PATRIA
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