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Domingo 04 de septiembre de 2016

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Revista Dominical

El cielo es el límite

04 sep 2016

Fuente: LA PATRIA

Por: Ximena Miralles Iporre Directora de LA PATRIA

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Cuando te sientes invencible ante el mundo, cuando crees que nadie ni nada puede detenerte en la vida, cuando uno a uno realizas tus sueños, sientes que el cielo es el límite.

Las personas exitosas hace mucho que descubrieron que somos seres ilimitados y capaces de lograr grandes cosas, lo creyó Og Mandino, lo creyó Wayne Dyer, Walt Disney, Robert Kiosaky y numerosos personajes más, créelo tú también.

Es seguro que mucha gente escribió sobre sus sensaciones arriba del teleférico de La Paz, sea del color que sea la línea, pero cada quién experimenta el viaje arriba de este artefacto de diferente manera, cada uno tiene una percepción distinta sobre lo que significa un recorrido por encima de esta urbe de intrincados caminos y paisaje irregular, pero impresionante.

Esta es una versión nueva de lo que significa andar por los cielos paceños, no sin antes manifestar la incomodidad que aún suelo sentir al escribir en primera persona, sin embargo, esta es una experiencia muy particular y esa es la razón para darme esa licencia en esta ocasión.

Antes de subir a ese medio de transporte conversé con otras personas sobre sus experiencias, un colega paceño señalaba que le parecía que el mismo iba demasiado lento y le desesperaba viajar en esas cabinas panorámicas que permiten apreciar el paisaje.

Algunos señalaban que es una experiencia maravillosa y me recomendaron mucho ese paseo, y un amigo me dijo "que el cielo sea tu límite", con ese pensamiento y acompañada por una colega y amiga fui a experimentar por primera vez el famoso recorrido por las líneas amarilla y verde.

Partimos de la estación Sopocachi, subimos a El Alto, descubrí rincones que ni sospechaba que existían, impresionada por la cantidad de casas que se construyeron en las laderas de los cerros y la que más me llamó la atención fue una que se encuentra justo debajo de la línea del teleférico, antes de considerar en que podría ser una invasión a la privacidad pensé en cómo sería la vida de sus habitantes con el ruido, con miles de miradas que se acercaban, durante todo el día, dentro de esas cabinas.

Al bajar sentía como si estuviera en un columpio veloz que causaba vértigo y recordaba al colega periodista y comentábamos asombradas con mi amiga ¿y esto le parece lento?

Bajamos hasta la última estación en la zona Sur, Irpavi, en el trayecto vimos plazas y parques, el mirador del Montículo, los antiguos edificios del casco viejo, los Puentes Trillizos, la avenida Costanera cuyo recorrido va a la par del río Choqueyapu, las construcciones que iban desde muy humildes hasta elegantes casonas.

Las estaciones ofrecían diferentes servicios de gastronomía, aunque dentro de las cabinas está prohibido comer, beber o levantarse de los asientos. El trasbordo de la línea amarilla a la verde y viceversa me pareció una escena muy pintoresca.

Volvimos a subir hasta la estación de Sopocachi, para entonces ya había caído la noche, y las luces de los motorizados delineaban las calles y avenidas de la ciudad, delatando lo enmarañado del panorama y la enorme cantidad de parque automotor que provoca las famosas "trancaderas".

A través de ese paseo descubrí dos cosas.

Una, que quién haya visto la necesidad y llevado a la práctica semejante obra de ingeniería, es un genio, pues las largas colas para subirse al teleférico y transportarse por encima de la ciudad hasta su destino final, que muchas veces queda al otro extremo de donde partieron, hacen ver que realmente era menester contar con él.

Los turistas nos impresionamos con la vista de la ciudad, tomamos fotos y descubrimos cosas, quienes ya hace bastante tiempo que usan a diario ese medio de transporte ni siquiera miran al frente, muchos están metidos en sus celulares, quizás en conversaciones privadas con quienes están distanciados pero cercanos a través de ese aparatito, que dicho sea de paso es también un invento genial.

La otra de las cosas que descubrí, es que muchas personas prefieren meterse en el celular y olvidarse del mundo a su alrededor, algunos ni siquiera se animan a saludar o a cruzar la mirada con los extraños.

En ambos casos me parece que las situaciones de la vida a veces se nos hacen tan cotidianas que perdemos nuestra capacidad de asombro, no nos sentimos con el ánimo de contemplar el mundo a nuestro alrededor, ver lo maravilloso que es y agradecer a Dios por estar vivos, de ver que existen otras personas, con rostros tan distintos y regalar una sonrisa, de disfrutar y ser felices con lo poco o mucho que poseemos, pero sobre todo de experimentar una grata sensación porque existen eminencias que nos ofrecen prodigios destinados a facilitarnos la vida, quienes realmente creen que el cielo es el límite.

(*) Dedicado a mi amigo José Luis.

Fuente: LA PATRIA
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