Domingo 04 de septiembre de 2016
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Once policías belgas se han suicidado desde el 22 de marzo, fecha del atentado terrorista en Bruselas. Jóvenes preparados para luchar, con entrenamientos intensos, con uniformes propios de películas y series que inundan lo medios. Jóvenes que empuñan armas automáticas más poderosas que ellos mismos, que han visto utilizar a actores famosos en secuencias de héroes en sus propios domicilios y aún en sus horas de guardia o de descanso.
Todos ellos menores de 25 años y nunca habían hecho servicio militar o policial, ni siquiera la mayoría había formado parte de organizaciones humanitarias de la sociedad civil en donde se está a diario con personas abandonadas, enfermos terminales, drogadictos o personas dependientes, en poblados de chabolas incrustadas en los aledaños de las grandes ciudades "alegres y confiadas" adonde acudieron en busca de los derechos más fundamentales: educación, sanidad, trabajo digno, viviendas adecuadas y una vida sencillamente humana y civilizada.
Esos centenares de jóvenes militares belgas reciben tratamiento psiquiátrico para contener la oleada de suicidios y de otras "enfermedades" conseguidas como escapes ante una realidad inasumible, como sucede en Francia, Alemania y otros países ricos y poderosos. Nadie les ha explicado que muchos de esos extranjeros que llegan en busca de acogida, de trabajo y de refugio nos devuelven la visita que hicimos a sus antepasados durante siglos? pero para explotar sus recursos y dividirlos en extraños países como sucedió en Oriente Medio.
Esos jóvenes suicidas deberían ser para nosotros un grito de dolor y de desesperación más terrible que el del cuadro del noruego Edvard Munch. Declarados oficialmente como suicidas, son una cortina de paño burda que oculta depresiones, alteraciones del sueño, lágrimas reprimidas y tragadas, miedos y sueños angustiosos que al menos en unos 550 son tratados por un equipo de psicólogos y de trabajadores sociales. En Bélgica, país rico, sin analfabetismo, con leyes democráticas y un buen nivel de vida? pero ¿de qué vida que alcanza el paroxismo del suicidio culminado después de infiernos de inseguridad y de miedo que no podían exhibir? Antes se les decía que no podían expresar dolor, pero ese era el contexto psicológico antiguo en la policía belga. Ahora han comprendido que necesitan hablar de sus inesperados traumas.
Llevaban uniformes, se habían formado en ambientes de calidad y de exigencia, escucharon arengas cercanas al delirio y clases sobre el valor, la patria y las obligaciones de quienes se encontraban en posesión de la verdad, la justicia y la convivencia ciudadana como garantes de su seguridad. Participaron en campamentos y entonaron canciones al calor de las hogueras y de la fraternidad de personas fuertes en las que el miedo era inconcebible.
Fuente: LA PATRIA